Primer amor




3




     Shannon se tomó unos cuantos segundos para situarse. ¿Qué hacía Mark Brady en la cancha de baloncesto de la sede deportiva de Solidarios?

     Matt fue el primero en llegar a ella y abrazarla por la cintura como si hiciera años que no se veían. Detrás vino Timmy, igual de afectivo.

     —¡Qué sorpresa! ¿Qué hacéis aquí?

     —Nos íbamos al río —dijo Timmy—, pero con esta lluvia...

     —¿Conocíais este sitio? —preguntó Shannon.

     Timmy se encogió de hombros. Fue Matt el que contestó.

     —Tía Gillian dijo que ya que no podíamos remar... Dice que tú trabajas aquí ¿trabajas aquí?

     Había dicho “tía Gillian”. Shannon buscó a “tío Mark” disimuladamente mientras contestaba.

     —Algo así. Les echo una mano cuando tengo tiempo...

     Lo encontró unos segundos más tarde. Con su look informal habitual: blue jeans, buzo negro, cazadora de cuero, rulos dorados...

     Y con todos los Brady de escolta.

     Había oído hablar de que donde había un Brady, lo normal era que hubiera más, pero Shannon no lo había tomado literalmente. Imaginó que se referían a que el matrimonio se llevaba a sus hijos con ellos cuando salían. Esto era diferente. Sus hijos rondaban la treintena, así que no eran los padres los que se los llevaban sino al revés. ¿Cuándo había sido la última vez que algún amigo o compañero de trabajo se le había presentado con toda su familia?

     No tuvo que pensarlo mucho; nunca.

     Era raro verlo ahí, tan guapo, tan soltero y tan bien custodiado...

     Como el cariño desbordante de aquella gente que, tan pronto la tuvo cerca, empezó a llover sobre ella esos abrazos de oso que la sorprendían tanto como la conmovían.

     Todos menos Jason y Mark. El primero se agachó desde su envergadura de gigante y le dio un beso en la mejilla. El segundo se quedó donde estaba y se limitó a acompañar el “hola, Shannon” con una de sus sonrisas espectaculares.

     —Parece que tu técnica funciona ¡vaya paliza! —dijo John palmeándole el hombro cariñosamente.

     —¡Qué va! ¡Son autodidactas! —Shannon rió de buena gana—. Tuve que comprar un libro para aprenderme las faltas...

     Mark la observaba disimuladamente. Disimulo que funcionaba con ella, que enfrascada en la conversación que mantenía con John, ni se había percatado de que él la miraba. Disimulo que no funcionaba para nada con Gillian y Jason que intercambiaban miradas pícaras cada rato.

     En realidad, Mark la había estado observando desde el momento que puso un pie en la cancha de baloncesto y la vio abajo, cerca del banquillo, con sus pantalones de explorador color caqui, camiseta de camuflaje de mangas cortas y gorra de baseball negra puesta con la visera hacia atrás, tan metida en el juego como los críos, celebrando los tantos del equipo igual que ellos, a los saltos. Y lo mejor, dándole caña al referí -otra cooperante de la organización- igual que ellos: con los dedos en la boca soltando sonoros chiflidos.

     Desde veinte metros daba la imagen de alguien vital, completamente metida en lo que tenía lugar en ese momento. Totalmente desinteresada en si la forma en que se sentaba o saltaba, eran propios de una mujer soltera de veinticinco años.

     Desde cerca, a escasos metro y medio como Mark estaba ahora de ella, el panorama cambiaba considerablemente. A esa distancia no había dudas de que lo que tenía delante era una mujer femenina.

     No había arrugas en esa ropa que olía a suavizante para bebés. Mark sonrió para sus adentros. Reconocía el perfume, era el mismo que tenía la ropa recién lavada de Matt y Timmy.

     Sus manos tenían un aspecto prolijo y limpio, llevaba las uñas cortas pero pintadas con brillo. Esta vez iba a cara lavada, pero sus detalles decorativos estaban allí: pendientes, varias gargantillas de cuentas a juego con sus pulseras, y anillos, en todos los dedos menos los pulgares.

     Una preciosidad. Mejor que eso, una tentación.

     Un poco más allá, una treintena de niños, a los que Timmy y Matt acababan de unirse, aupaba a los ganadores entre gritos y risas.

     —Se lo están pasando de miedo —comentó Jason riendo.

     —Sí —dijo Shannon echándoles un vistazo—. Esta parte les encanta. La que viene, algo menos... Toca hablar de cómo ha ido la semana y no les gusta. Intentamos hacerlo más tragable con refrescos y dulces pero...

     —¿Pero qué? —Era Gillian la que preguntaba.

     Shannon no contestó inmediatamente. Mark vio que se ponía las manos en los bolsillos del pantalón y miraba a un costado sin mirar.

     —Digamos que no todas las familias de acogida son como los Brady —dijo al final, con simpleza.

     Algo había cambiado en su expresión, notó Mark. Pero eso, lo que fuera, solo duró un segundo.

     —¿Y vosotros? —continuó Shannon—, ¿dan mucha guerra esos dos diablos?

     Aquella mujer tenía algo además de lo evidente. Tenía algo que a él lo noqueaba: los primeros cinco minutos a su lado iban razonablemente bien, después empezaba a írsele la cabeza. Porque tenía que estar ido para pensar lo que estaba pensando plantado ahí, rodeado de su familia, en medio de una conversación que casaba tan poco con sus pensamientos.

     —Al contrario —dijo Eileen—, son dos críos fenomenales. Aunque la verdad sea dicha, no somos nosotros los que nos ocupamos de ellos...

     Como Mark no se dio por aludido, Gillian hizo los honores.

     —Son geniales. Algo diablos de vez en cuando pero lo normal... A mí me vacilan un poco, pero a Mark no le hace falta ni hablar —rió, e imitó al mayor de los hermanos—. Sube la ceja así ¡y santo remedio!

     Las miradas de Mark y Shannon se cruzaron un brevísimo momento.

     Sí, Shannon recordaba esa ceja levantada y su efecto inmediato de la fiesta de cumpleaños de Timmy. Le había llamado la atención que los niños pudieran tomárselo tan en serio cuando ella había visto que él podía convertirse en un crío más a la hora de jugar. Estaba sumando puntos de cara al servicio de acogidas, lo que era un alivio por los críos y también porque eso hacía mucho más fácil su trabajo. Pero en lo personal...

     En lo personal, era mucho más conveniente seguir pensando que Mark era un capullo.

     Todos rieron el comentario de Gillian. Jason arrimó leña al fuego.

     —Funciona igual de bien con las chicas.

     Sus miradas volvieron a cruzarse, pero la de Mark se desvió rápidamente hacia su hermano portando un mensaje del que Jason se hizo cargo de inmediato.

     —Cuando Mandy y Gillian ven esa ceja saben que es hora de dejar de fastidiarlo... —matizó el quarterback.

     Ya.

     Shannon estaba segura de que la lista de mujeres en las que funcionaba era más amplia. Ese engreído había dejado un rastro de chicas en el instituto. Seguro que seguía igual.

     ¿De qué sonreía? La miraba y sonreía como si... ¿En qué estaba pensando?

     —Voy en un minuto —dijo Shannon, y empezó a despedirse de los Brady. Le avisaban que tenía que volver con los niños—. Hora de escuchar historias de terror...

     Mark continuaba sonriendo. Habría querido hacerlo solamente para sus adentros, pero era como si los músculos se le hubieran quedado fijados en la posición “sonreír”.

     Miró a otra parte en un intento de que fuera menos evidente. Se sentía un imbécil, pero no podía evitarlo. No sabía si era porque hacía un mes que se preguntaba lo mismo y seguía sin averiguarlo. O simplemente porque estaba ido, sin más.

     No era que no se muriera por averiguar si las formas que esas ropas holgadas ocultaban casi completamente eran tan apetecibles como él las imaginaba, pero lo que le pasaba por la mente era más sensual que sexual. Tan inofensivo, de momento, para ella como tentador para él.

     Se moría por saber cómo era su ropa interior.

     Le parecía la criatura más sensual del universo. Lo bastante sensual como para hacer que a él se le fuera la cabeza con su sola presencia. Llevaba un mes apostando consigo mismo si aquella preciosidad era mujer de tangas o mujer de boxers.

     Mark se mordió un labio en un intento de retener la sonrisa y concentró su atención en otro punto. Ella acababa de darse cuenta que él sonreía y lo miraba preguntándoselo con los ojos.

     ¿Tanga o boxers?

     Volvió a mirarla. Shannon se despedía de Gillian, el siguiente sería él.

     ¿Tanga o boxers?

     Ella estaba delante mirándolo con expresión de eres-un-capullo.

     Cien pavos a que lo tuyo son boxers.

     —Adiós, Mark —dijo Shannon sin hacer el menor además de acercarse.

     La sonrisa de él se hizo mucho más grande. Y mucho más seductora.

     —No muerdo —dijo, y se inclinó un poco hacia adelante. Le quitó la gorra y le dio un beso en la cabeza.

     Un inofensivo, nada sugerente y paternal beso en la cabeza.

     —Me gustó verte —dijo él, ofreciéndole la gorra.

     —Y a mí —contestó Shannon, con un amago de sonrisa. Luego cogió la gorra y volvió a ponérsela. Besó a Timmy y Matt que ya estaban de vuelta, hizo adiós con la mano a los Brady, y desapareció en la zona de vestuarios.

     —Te va a dar un montón de guerra, chaval.

     La voz era casi un susurro, pero no necesitaba mirarlo para saber de quién era. Y tampoco era la primera vez que se lo decían.

     “¿Te apuestas algo?” escuchó que su padre añadía con picardía.

     Mark enarcó la ceja.

     John hizo un gesto con las manos y fingió ponerse serio.

     —No he dicho nada, no he dicho nada...



* * *


     Aunque la cara de Mark siguiera mostrando aquella desconexión tan típica en él, empezaba a sentirse frustrado. Por primera vez en su vida le apetecía en serio estar con una mujer, y ella lo ignoraba completamente.

     La misma con la que ahora su familia le tomaba el pelo a placer mientras jugaban al billar.

     —Naaah... —dijo Gillian. Acababa de errar el tiro y con un brazo en jarra en la cintura y tono de burla total, daba una conferencia sobre las dotes seductoras de Mark—. Lo mejor fue ese beso en la cabeza que le plantó a modo de despedida... —Jason lloraba de la risa; los demás por el estilo—. Chico, eso es un beso.

     Mark no dijo palabra, continuó jugando.

     —Normal, acostumbrado a lidiar con maduritas hoy tenía que sentirse poco menos que un corruptor de menores... —dijo Mandy riendo.

     —Hablando del rey de Roma... —le dijo Jason a su hermano al pasar por su lado.

     Mark miró hacia la entrada. La reina de Roma acababa de entrar, lo había visto y sonriente, se dirigía hacia él.

     Rubia, guapa, cuarenta y cinco muy bien llevados. Annie Harris no era Shannon, pero hoy estaba bajo de forma y un poco de adulación le vendría como anillo al dedo.

     —No me llamas —dijo Annie a modo de saludo—. Ni te pasas por aquí...

     Mark vio que los demás habían reanudado la partida, pero sabía que no le perdían pisada. Apartó delicadamente la mano que ella le había puesto sobre la mejilla.

     —Ando bastante liado.

     —Cuando un tío dice eso... —se acercó a él un poco más y le puso las manos en la cintura—. ¿La conozco?

     —Dirijo un rancho —explicó él, y volvió a retirar las manos de ella—. Y tengo dos críos de acogida a mi cargo.

     Annie sonrió desafiante. Dio un sorbo a la cerveza de Mark.

     —¿La conozco? —repitió.

     Silencio.

     —¿Es guapa?

     Más silencio.

     —Bueno... —dijo al fin. Dejó el botellín sobre el borde de la mesa de billar y volvió a buscar contacto físico. Le puso una mano sobre el pecho y habló mientras jugueteaba con los colgantes que él llevaba al cuello. A veces, la yema de sus dedos le rozaba la piel—. Me da igual que no me llames, Mark. Ya tuve dos maridos, no quiero otro. Menos, uno que es quince años más joven que yo y arisco como un gato salvaje.

     Mark dejó que su mirada dijera lo que estaba pensando, pero Annie ignoró completamente el ataque de vanidad masculina y entró directo a su sentido de lo práctico.

     —Ella no está aquí —dijo, desafiante—, y yo sí.

     Aquella mujer no tenía ni idea de lo que él daría porque ella fuera Shannon.

     Annie lo miró con los ojos brillantes unos instantes. Luego, respiró hondo y retiró la mano.

     Pero estaba ahí, con él. Y Shannon, no.

     —¿Vamos? —invitó él.

     Annie sonrió femenina, asintió. —Cuando quieras.

     Mark se despidió de los demás y se dirigió a la puerta del local, seguido por Annie.

     Gillian miró la escena con cariño. Mark no estaba bien, podía verlo en sus ojos como si lo estuviera leyendo en un libro.

     Y lo que leía en ellos le llegaba al corazón.



© 2007. Patricia Sutherland







Primer amor,
la más romántica de la Serie Sintonías
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