Primer amor




5




     No es día de visita, así que vienes a verme a mí... La cosa empieza a ponerse interesante.

     Shannon subió con agilidad los escalones que llevaban al porche de la casa de los Brady y se detuvo frente a Mark, sonrió levemente. —Tenemos que hablar, ¿damos un paseo?

     Mark la miró divertido. —¿Un paseo? ¡Wow! Mejora por segundos...

     Ella no festejó la gracia.

     —Está bien —dijo él, y se apartó para dejarla pasar primero—. Demos un paseo...

     Shannon caminó con las manos en los bolsillos de su abrigo negro, esperando alejarse lo suficiente de la casa y mientras tanto, hilvanando en su mente lo que le diría.

     A Mark le fastidiaba admitirlo pero tenía claro que ella no estaba ahí por él. En dos meses, había movido ficha seis veces, y ella lo había rechazado otras tantas. Lo estaba friendo a calabazas. Y en vez de retirarse, seguía ahí, más determinado que nunca, quitándose la indigestión a base de subidones de autoestima con un bicarbonato especial: Annie Harris, la camarera del Beer&Wine. Pero era consciente de que igual que el antibiótico, su cuerpo había empezado a crear resistencia; ya casi no hacía efecto.

     Era demasiado seguro de sí mismo para admitir de primeras que pudiera haber alguna razón, aparte de ganas de hacerse rogar, para la guerra que le estaba dando aquella pelirroja, pero desde que el efecto del bicarbonato había mermado y las calabazas seguían floreciendo fuera de época, empezaba a resistirse menos a la idea de que tal vez, como le había dicho Gillian, hubiera más que memez de niña caprichosa en ese asunto.

     Shannon, efectivamente, no había ido por verlo a él. Lo que la había llevado al rancho Brady era un tema importante, pero tenía que ver con su faceta de padre de acogida, no la de hombre.

     —...Así que aparte de ponerlos verdes y decirles que presentaríamos una queja por escrito... —Shannon respiró hondo—. La situación es la que es, ya incineraron a la señora White siguiendo instrucciones de su hijo.

     Lo vio apoyarse contra la tranquera y cruzarse de brazos. Estaba serio, evidentemente afectado, pero sereno. Shannon agradeció esa reacción, pero hasta cierto punto le sorprendió tanta calma. Lo que vino a continuación la sorprendió aún más.

     —¿Es posible recuperar las cenizas?

     Ella se quedó pensando. No tenía ni idea.

     —Puede que sí. Tendría que hablar con la penitenciaría para que Mathew White diera su autorización... Si está de acuerdo, claro. Sí, supongo que puede intentarse.

     Mark no contestó. Sacó el móvil, seleccionó una memoria e hizo una llamada.

     —Te necesito, ¿podrías venir un momento? —Shannon lo vio sonreír y asentir—. Gracias, pitufa, estoy en las caballerizas.

     Cuando cortó volvió a ella. —Hazlo, Shannon, intenta recuperarlas.

     Ella asintió.

     Poco después el jeep de Gillian apareció por el recodo del camino.

     —Bueno... Primero que nada voy a llamar al crematorio —dijo Shannon sacando su móvil—. No sea que cuando tengamos permiso, no tengamos cenizas... Discúlpame un momento...

     Shannon sonrió a Gillian a modo de saludo y se apartó un poco para hacer la llamada.

     —¿Para qué me necesitas estando en tan buena compañía? —Gillian se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla—. ¿Eh, guaperas?

     Mark ignoró el tono picaresco y fue al grano.

     —La abuela de Matt y Timmy ha muerto.

     —Vaya...

     —Y ya la han incinerado —añadió Mark con expresión seria.

     —¡¿Qué dices?!

     Mark asintió varias veces con la cabeza. —El hospital lo comunicó al único pariente vivo que aparece en la ficha médica, el padre de los críos.

     Gillian alucinaba por segundos. —¿A la cárcel?

     Mark volvió a asentir. —Y él estuvo de acuerdo en que la cremaran, no puede pagar un entierro.

     —Pero ¿cómo no te llamaron? ¿O a Shannon?

     Él se encogió de hombros. —Ley de Murphy total. Está claro que si a estos críos algo les puede salir fatal, les sale fatal.

     Shannon había acabado de hablar por teléfono y volvió a acercarse a ellos, justo cuando Gillian tomaba la palabra.

     —Estás de broma —replicó Gillian. Extendió una mano y la apoyó sobre la mejilla de Mark, con cariño—. El universo siempre compensa. Y a esos dos morenitos simpáticos les puso en bandeja una joya como tú de regalo de Navidad... Las leyes de Murphy ya no cuentan. Si estás tú, no cuentan.

     Mark la miró de reojo burlón pero halagado.

     —Va a ser un trago para ellos... —dijo al fin—. Conmigo o sin mí, va a ser un jodido trago... —Mark respiró hondo, tomó conciencia de que Shannon ya estaba allí—. ¿Hay cenizas todavía?

     Shannon hizo una mueca de sonrisa y asintió.

     —No les dio tiempo a verla... —continuó él, después de una pausa. Miró a Gillian—. Tú eres la especialista en magia de la casa... Necesito que me ayudes a convertir esta mierda en algo... —se quedó en silencio unos segundos—. No sé... En algo que puedan recordar sin dolor.

     Shannon bajó la cabeza en un intento de ocultar la emoción que en un segundo la había embargado por completo. Se esforzó por dominarse y volver a centrarse en la conversación.

     —Eres total, chico... —dijo Gillian con cariño. Mark sonrió de mala gana y se irguió.

     —Shannon va a hablar con el padre para que autorice que nos entreguen las cenizas. Tú piensa en algo, pitufa. Yo... voy a hacer los honores.

     —¿Quieres que se los diga yo? —ofreció Shannon.

     Él negó la cabeza. —Gracias, yo me ocupo.

     Shannon lo vio subir el camino con las manos en los bolsillos de sus vaqueros. Llevaba las protecciones de cuero que usaba cuando adiestraba caballos y sus pasos iban acompañados del sonido metálico de las espuelas. Era un cuadro irreal.

     Había tres Mark en su mente, completamente diferentes entre sí, y no lograba acertar a decidir quién era el auténtico: si el Mark capullo que la había invitado a salir para luego ligar con su hermana, el engreído que flirteaba con ella para satisfacer su vanidad tamaño elefante, o este otro que era en relación a los hermanitos: un hombre insólito que se esforzaba por ser alguien en quien esos dos niños pudieran apoyarse y crecer a salvo. Un hombre sensible que intentaba convertir un momento triste en algo que esos dos niños “pudieran recordar sin dolor”... ¿Cuál Mark era el verdadero? Lo miró alejarse hasta que ya no pudo verlo y entonces volvió a la realidad para encontrarse con la expresión sonriente de Gillian.

     —Matt y Timmy tienen un montón de suerte —dijo orgullosa—. Vamos, te invito a un café.

     Shannon asintió y la siguió hacia la casa.

     No sólo Mark le parecía irreal. Todos en esa casa se lo parecían. Y esa chica de cuerpo fibroso y melena larga hasta la cintura, aunque no era Brady, le parecía igual de irreal. Sabía que Gillian había tenido una mala infancia pero cuando la miraba, no percibía rastro de eso sino alegría. Eso la había impresionado desde el primer momento: su talante alegre. No podía evitar preguntarse si había sido la influencia de los Brady. O al revés.

     —Siéntate. Eillen hizo tarta de moras —dijo Gillian relamiéndose—. Además, tengo una razón extra para ponerme las botas —se sentó a la mesa con una bandeja con café y tarta para un regimiento—. Ya sabes, el cerebro consume mucha energía y hoy tengo que crear magia...

     —¿Estará bien? —se animó a preguntar Shannon.

     —¿Matt y Timmy? —preguntó Gillian mientras le acercaba una taza de café.

     —Va a ser un palo de cualquier forma que se los diga —Shannon revolvió su café—. Me refería a Mark, debí haberlo hecho yo.

     Gillian le restó importancia con un gesto. —¿Mark? ¡Claro! Y de todas formas, aunque insistieras, rogaras, chillaras... —le alcanzó un platito con un trozo de tarta—, no te habría dejado hacerlo.

     —¿Por?

     —Los asuntos de un Brady son los asuntos de un Brady. Va con los genes.

     Shannon asintió.

     —¿Sois muy amigos... Mark y tú?

     —Más que eso, Mark es como mi hermano. En las cosas importantes somos bastante parecidos: sabe quién es, lo que quiere y cómo lo quiere —miró hacia fuera de la ventana, evocando recuerdos evidentemente gratos—. Creo que nació sabiéndolo... Cuando lo conocí él tenía dieciocho y ya era así... súper seguro de sí mismo, con una visión clara de lo que quería para su vida, con ese amor alucinante por su familia, por este rancho... John lo dejó a cargo con veinticuatro añitos ¿te imaginas? Era más joven que el más joven de los temporeros, quince años más joven que su propio capataz... ¿Y sabes qué? — dijo toda orgullosa—. Lo bordó desde el primer día. Y no lo digo yo. Palabra de John Brady, nena...

     Shannon bebió un sorbo de café. En ese cuadro estupendo que Gillian pintaba con tanta naturalidad faltaba un ingrediente demasiado evidente en él como para no percibirlo ¿por qué no lo había mencionado?

     —¿Tiene algún defecto?

     Gillian rió divertida y acusó recibo.

     —Parece vanidad, pero es otra cosa que no sé si voy a saber explicar. Mark -Jason es igual-, no intenta hacer las cosas, las hace. Aquí —dijo tocándose la frente— ya están hechas antes de que dé el primer paso. Cuando sabes lo que quieres y sabes que puedes hacerlo, simplemente lo haces —Gillian se encogió de hombros—. Es más certeza que otra cosa pero aunque fuera vanidad... ¿sería un defecto? Mira su vida, mira el efecto que tiene sobre esos críos, la tranquildad de que John y Eileen disfrutan gracias a él... Si es un defecto, que lo tenga toda la vida.

     Shannon asintió y no comentó más.

     ¿Era posible vivir sin dudas, sin miedo? ¿Era posible “simplemente hacer”?

     A Shannon le sonaba a sueño imposible.

     Y aunque no lo fuera, para ella seguía siendo mucho más fácil, infinitamente más conveniente, pensar que lo de Mark era “simplemente vanidad”.




© 2007. Patricia Sutherland







Primer amor,
la más romántica de la Serie Sintonías
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