Primer amor




8




     Shannon había llegado nueve y media en punto. Los primeros minutos a Mark le pareció que estaba algo tensa, pero al rato ya hacía bromas y reía a carcajadas con Gillian y Jason.

     Era muy espontánea, con cierto aire desenfadado. De alguna forma, le recordaba a Gillian, solo que a Mark, Shannon le parecía infinitamente más femenina. Y tenía la idea de que empezaba a ser evidente que cuanto más la miraba, más le gustaba porque por mucho que se esforzara, cada vez le costaba más dejar de mirarla.

     —¡Choca esos cinco, preciosa! —exclamó Gillian riendo mientras hacía lo propio con Shannon. Acababan de volver a ganar la partida.

     Mark apoyado sobre el taco miró de reojo a Jason.

     —Entendí mal o la pelirroja dijo que “el billar no era lo suyo”...

     —¡Booo! —exclamó Gillian— ¡Qué mal se os da perder!

     —Ya, ya... —dijo Jason—. No has entendido mal. Mintió descaradamente...

     —No mentí —se defendió Shannon. Vio a Mark alzar la ceja y se tentó de risa—. No mentí, lo mío son los dardos, no el billar. Pero me defiendo...

     —¿Te defiendes? ¡Nos habéis dado una paliza de muerte! —dijo Jason—. ¿Es aprendizaje obligatorio en la carrera, o qué?

     Shannon reía. Y Mark no podía quitarle los ojos de encima. Dios, tenía una sonrisa alucinante.

     —Casi —admitió ella, aún riendo—. Si tienes que comerle el coco a un crío difícil, es más fácil que te escuche si le das una paliza jugando a algo que él controle...

     —Bueno, hay sed —intervino Gillian, frotándose las manos al tiempo que miraba a los dos hermanos expectante. Habían perdido y les tocaba invitar la ronda—. Yo me pido una cerveza sin alcohol...

     —Voy yo —dijo Mark. Dejó el taco sobre la mesa de billar y se acercó a Shannon—. ¿Qué bebes?

     —Una con.

     Mark la miró desafiante. —¿Tienes edad? —Ella le hizo burlas—. ¿Y tú, hermanito?

     —No, yo soy menor —dijo Jason guiñándole un ojo, y a continuación escuchó como las chicas empezaban con sus bromas.

     La barra estaba más concurrida que la zona de billares. Cuando al fin le tocó pedir, Mark se encontró con que Annie estaba de turno y lo miraba con cara de haber detectado a Shannon.

     —¿Qué va a ser, guapo? No te pregunto qué tal estás porque es evidente que estás bien —dijo echando una mirada de reojo a la zona de billares.

     —Cerveza. Tres sin y una con, gracias.

     Ella hizo un gesto de fingida sorpresa mientras ponía las cuatro botellitas en línea sobre la barra.

     —No es socia del club de la gente sana por lo que veo... ¡Qué aventura! ¿Podrás solito con una chica así?

     ¿Y ella? ¿Podría ocuparse de sus asuntos y no meter las narices donde nadie la llamaba?

     Mark se limitó a sacar la billetera mientras la camarera abría las cuatro botellas. Luego pagó, guardó la cartera en el bolsillo de atrás de sus tejanos y cogió dos cervezas en cada mano.

     —Dile que la cerveza engorda —añadió Annie, maliciosa—. Igual no lo sabe...

     Y si ella tuviera cromosomas XY no diría semejante gilipollez. Claro que bien visto, si fuera un tío tampoco podría quitarle los ojos de encima a la pelirroja, y él tendría que intervenir.

     —Que sigas bien —respondió Mark a modo de saludo mientras se alejaba de la barra. Maldita manía tenían las mujeres con los pesos y las tallas.

     Cuando volvió a la zona de billares con las bebidas, Shannon se ponía la chaqueta.

     —Ah... Mark... —dijo al verlo—. Lo siento, me tengo que ir...

     A él le pareció nerviosa.

     —¿Pasa algo?

     Shannon asintió, cogió su bolso. —Sí, una de mis chicas... Quieren que me la lleve de la casa donde está. Se armó una buena... No tengo tiempo de explicarte.

     Mark reaccionó rápidamente. Le pasó las cervezas a Jason y cogió al vuelo su cazadora.

     —Me lo cuentas por el camino —se volvió hacia Gillian y Jason—. Me voy, luego os veo ¿sí?

     Shannon iba a decirle que no hacía falta, pero Mark ya lideraba el camino. Se despidió de Jason y Gillian rápidamente, y lo siguió hacia la salida.

     —Vamos en mi coche... —dijo Mark mientras abría la puerta para dejarla salir.

     Shannon no contestó. Tenía la mente puesta en el panorama que la esperaba a veinte minutos de viaje.



* * *


     —¿Estás bien? —preguntó él. Shannon volvió a la realidad. Llevaban un buen rato conduciendo y ella seguía dándole vueltas al tema como si Mark no estuviera ahí.

     —Sí, disculpa, es que... Cuando me dijeron que a Patty la iban a mandar a casa de los Herbert, les avisé que nos iba a traer problemas...

     —¿A quiénes?

     —A todos los involucrados. Responsables de área, psicólogos, familia de acogida... Patty es muy difícil de llevar y el matrimonio tiene dos hijos adolescentes que son de armas tomar...

     —¿Se pelearon?

     —Eso parece. Dice el señor Herbert que le arreó a todo el mundo.

     —¡Qué bárbara! ¿Es luchadora de sumo o algo así?

     Shannon sonrió.

     —Es un urso, sí —dijo ella algo menos tensa—. Y tiene muy pocas pulgas... Su padre zurraba a toda la familia y ella aprendió a defenderse... Es una papeleta porque a ver qué hago con ella ahora...

     —¿Cómo qué haces?

     —Sí, qué hago... —repitió ella mecánicamente—. Nadie quiere a una adolescente problemática que tiene malas pulgas y pinta de luchador de sumo.

     Mark la miró sonriendo, pero ella seguía sumergida en su mundo de “a ver qué hago” y no lo vio.

     —Nadie, no. A mí no me lo has preguntado.

     Shannon se volvió a mirarlo interrogante.

     —¿Me lo has preguntado? —repitió él suavemente.

     No lo había hecho, pero la cuestión era otra. ¿Era una oferta generosa pensando en Patty? ¿O un intento de sumar puntos pensando en Shannon?

     —¿Te harías cargo de Patty?

     —Sí.

     —¿Por qué?

     —Por qué ¿qué? —la miró brevemente y volvió su atención al tráfico.

     —¿Por qué lo haces?

     —Porque puedo.

     —Es rebelde, tiene muy mal genio y como la mayoría de estos críos, muchísima facilidad para meterse en líos... No es un jardín de rosas, Mark.

     —Me parece que es ahí —dijo él, señalando una casa con todas las luces encendidas.

     —Mark —repitió ella buscando su mirada—. No va a ser un jardín de rosas.

     Él aparcó frente a la casa iluminada y cerró el contacto. Se volvió un poco hacia ella y le habló con actitud resuelta.

     —¿Y qué? —se miraron un instante. Shannon pensó que o bien buscaba hacer méritos con ella, o no tenía idea de dónde se estaba metiendo. En cualquier caso, ahora no tenía tiempo para eso. Como si le hubiera leído el pensamiento, él añadió—: Venga, vamos a ver qué lío ha organizado tu luchadora de sumo.



* * *


     Cuando entraron a la casa de la familia, la tensión podía tocarse. Y los resultados de la reyerta, verse por todos lados en forma de cristales rotos, cosas desperdigadas por el suelo y caras con moretones. Dijeron que Patty se había encerrado en su habitación y que le había pegado a todo el que había intentado acercarse a ella, así que lo habían dejado estar.

     Pero Mark estaba más atento a lo que hacía Shannon que a la tensión del ambiente. Desde el momento que puso un pie en la casa, se había transformado en alguien diferente de la mujer que él conocía. La había visto entrar a la habitación de Patty con resolución a pesar de las advertencias de la familia, y salir, un rato más tarde, con ella, unos petates, y una expresión diferente en esos ojos de mirada dulce.

     —¿Podrías llevártela al coche mientras yo hablo con los señores Herbert?

     —Claro —Mark se apresuró a coger los bolsos de la chica e indicarle con la mirada que lo siguiera.

     Shannon miró a Patty, que era casi de su estatura, y le apartó un mechón de pelo del ojo amoratado.

     —Enseguida voy. Yo me encargo ¿de acuerdo? —le dijo suavemente.

     Cuando Patty, de mala gana, siguió a Mark y abandonaron la casa, Shannon volvió a hablar.

     —Dice que su hijo mayor le quitó el móvil.

     No acabó de decirlo que el revuelo volvió a empezar.

     —¡Es una mentirosa! —repetía el implicado mientras su padre intentaba calmarlo—. ¡¿Para qué coño voy a querer su móvil?!

     Shannon sacó el suyo y marcó el número de Patty. A los pocos segundos, otro empezó a sonar. Ahí mismo, en el bolsillo trasero de los pantalones del menor de los hijos, que inmediatamente empezó a defenderse.

     Shannon extendió la mano con la palma hacia arriba.

     —¿Me lo das, por favor? —pidió. Tras recuperarlo miró a los padres—. Les dije que no iba a salir bien. No es una niña fácil de llevar pero apostaría el cuello a que cualquiera de sus hijos habría reaccionado igual. El problema aquí no fue Patty. Por una vez, no fue ella. La cuestión es ¿por qué unos chicos a los que nunca les faltó nada se comportan así?

     —Fue cosa de críos —se quejó el hombre.

     Shannon lo encaró, rabiosa. —Y hace cuarenta minutos cuando me llamó, exigiéndome que le quitara a esa "delincuente violenta" de su casa ¿qué era?

     Fuera, junto al monovolumen de Mark, había silencio. Y miradas escrutadoras por parte de Patty, mientras él acomodaba los bolsos en la parte de atrás y buscaba algo en un maletín.

     —Toma —dijo Mark. Le dio una almohadilla de gel frío—. Se te está hinchando.

     Patty se encogió de hombros y lo dejó con la mano extendida. Se apoyó contra la puerta del coche y miró hacia la casa.

     Mark se acercó a ella, y le apartó el cabello del ojo amoratado. La reacción no se hizo esperar. Patty apartó la cara como si la hubiera alcanzado un rayo.

     —No me zurres porque no tengo más gel frío —dijo él, y volvió a apartarle el cabello. Sus miradas se encontraron. Mark supo que, de momento, no lo iba a zurrar. Puso la almohadilla sobre su ojo y pómulo suavemente—. Sujeta.

     —¿Eres su novio? —le preguntó, con tono desafiante, sosteniendo la almohadilla con sus dedos llenos de anillos contra su cara.

     —No es asunto tuyo.

     Mark se apoyó contra el monovolumen, a su lado, y miró en dirección a la casa. Por el rabillo del ojo, la vio menear la cabeza y sonreír con ironía.

     —Los tíos sois unos gilipollas —dijo la niña con desdén.

     Él se encogió de hombros.

     —¿Y? —retrucó él, y al instante pudo ver cómo aquella criatura se transformaba en alguien amenazante.

     —Y como me entere que se la juegas no va a haber bastante gel frío, tío ¿me copias?

     Se aguantaron la mirada unos instantes, al final Mark asintió.

     —Te copio.

     El sonido de unos pasos rápidos les anunció que Shannon se acercaba. Mark la miró. Ella hablaba por móvil con alguien y se retiraba el cabello de la cara, con ese gesto característico de ponerlo detrás de la oreja, que volvía a repetirse varias veces, cuando los rulos, rebeldes, se resistían. La chaqueta se le abría con el viento al andar. Por momentos, la camisola que llevaba se ajustaba a distintas partes de su cuerpo, y revelaba formas.

     Todo en ella era diferente: desde la manera en que le había entrado por los ojos al segundo de verla hasta la forma en que se relacionaban.

     Era sábado noche, la primera vez en tres meses que él conseguía de ella algo diferente que una negativa, y en vez de estar bailando lento en una pista oscura con esa pelirroja entre sus brazos, estaba a veinte kilómetros del centro de Camden haciendo voluntariamente de taxista de la adolescente conflictiva con un ojo negro que le había fastidiado el plan.

     —Esta noche te quedas con Cathy —dijo Shannon. Miró brevemente a Mark mientras guardaba el móvil.

     —Joder —se quejó Patty dejando caer los brazos a cada lado del cuerpo.

     —Vuelve a ponerte el hielo y déjate de historias.

     —Es gel —replicó la niña burlona pero obedeció.

     Mark las miró con interés. Shannon no sonaba ni por asomo parecido a la que él había oído hablar con Timmy y Matt. Patty, burlona pero obediente, tampoco se parecía ni por asomo a la que dos minutos antes le había advertido que se anduviera con cuidado.

     —¡Te lo dije! —exclamó Patty triunfal mientras inspeccionaba el móvil que acababan de devolverle—. ¡Como lo hayan roto les voy a partir la cara!

     Shannon puso la mano sobre el móvil para llamar su atención.

     —Uno de estos días igual no llego a tiempo... ¿Qué va a pasar entonces?

     —¡¿Y qué querías que hiciera?! ¡Max es un bicho y su viejo un gilipollas que se cree todas sus trolas!

     —Quiero que cuentes hasta diez, te quites de en medio y me llames. Eso es lo que quiero que hagas. No puedo protegerte si no me haces caso, Patty.

     —Nadie te pide que me protejas —le soltó a quemarropa—. Puedo cuidarme solita.

     —No, nadie me lo pide —Shannon abrió la puerta de atrás del coche y le indicó con la mirada que subiera—. Te vas a quedar con Cathy esta noche, mañana te vienes conmigo a Solidarios a ver jugar a los críos. Ya se me ocurrirá algo, tú no te preocupes.

     Patty, a regañadientes, volvió a obedecer. Pocos minutos después se había puesto los auriculares y miraba por la ventanilla, ausente, sumergida en su mente.

     Shannon, sin auriculares, también miraba por la ventanilla sumergida en la suya.



* * *


     Cuando media hora más tarde Mark se encontró cara a cara con Cathy supo sin lugar a dudas que eran familia: aquella setentona de aspecto vital y rasgos delicados era idéntica a Shannon hasta en el color del pelo.

     —Pasad, por favor —dijo gentil al tiempo que abría la puerta—. ¡Patty! ¡¿Qué le ha pasado a tu ojo?!

     —No es nada —contestó ella esquiva, evitando el contacto.

     Todos entraron en la casa.

     —Él es Mark —dijo Shannon ignorando la mirada con segundas que le dedicó la dueña de casa—. Cathy, mi abuela... Os dejo solos, yo voy a meter en la cama al bebé...

     —Claro, ¿pasamos? ¿Te apetece un café? —ofreció Cathy, gentilmente.

     Él asintió y siguió a la mujer hasta una cocina grande y luminosa, con una gran mesa rústica de madera clara, dominando la estancia.

     —Lamento que se estropeara vuestra salida de hoy —dijo la mujer con una sonrisa franca y unos modos que a él le recordaron a Shannon.

     Mark consideró lo que había oído. ¿Le había hablado a su abuela de su salida con él?

     —¿Eras tú, no? Espero no haber metido la pata —añadió con picardía. Cerró la tapa de la cafetera y la conectó.

     —No salió del todo como esperaba, pero tanto como estropearse... —admitió él al fin.

     —Bueno, todavía queda tiempo. Shannon no se va a convertir en Cenicienta cuando den las doce. Y tú, me da la impresión que tampoco —Esa mujer le caía bien. Era directa y dulce como su nieta—. Ven, siéntate y cuéntame... ¿Cómo os conocísteis?

     Mark se sentó frente a Cathy. Así que sabía que saldrían juntos esa noche, pero no tenía detalles.

     —Volvimos a vernos hace tres meses, pero nos conocimos hace años.

     —¿En serio? —preguntó ella, interesada.

     Él asintió.

     —Pues, no te recuerdo... —Cathy se dirigió a la alacena y empezó a preparar pocillos y platos—. ¿Ibais juntos al colegio?

     —No, estudiamos en el mismo sitio pero yo hacía el último curso.

     —Ah... entonces eras amigo de Cheryl —puso un juego de pocillo y plato delante de él, y aprovechó para espiar su reacción por el rabillo del ojo. Él ni se inmutó—. Pues, te advierto que son el día y la noche.

     —No era amigo de Cheryl.

     Cathy rió divertida. —Serías el único. Esa criatura tenía hechizada a media ciudad... —su sonrisa desapareció— y mira como ha acabado, casándose con un casanova que en cinco años no le ha dado más que disgustos y ahora le pide el divorcio. Está en casa de Shannon ¿sabías?

     Mark la miró con el ceño fruncido. —No.

     Cuando la cafetera pitó Cathy sirvió el café, acercó azucarera y leche a la mesa. Y volvió a sentarse frente a Mark.

     —Cheryl tiene de guapa todo lo que Shannon tiene de buena persona. La quiere, no digo que no, pero le ha hecho tantas perrerías... Honestamente, yo en su lugar... —Cathy revolvió su café. No acabó la frase. Volvió a sonreír—. ¿Y tú, qué? ¿Tienes hermanos?

     —Dos, chica y chico —Mark bebió un sorbo de café.

     —¿A qué te dedicas?

     Él sonrió para sus adentros. Cathy, a su manera, también lo estaba evaluando.

     —Dirijo un rancho.

     —Ya —replicó la mujer y lo miró de reojo con picardía—. Ahora en serio... ¿a qué te dedicas?

     —Dirijo un rancho —repitió él, divertido.

     —En esta ciudad no hay capataces de menos de cuarenta. Los rancheros, por estos pagos, son muy conservadores.

     —Es verdad —concedió él, y bebió otro sorbo de café—. No dije que fuera capataz, dije que dirijo un rancho.

     —¿Cuál? —insistió ella, divertida.

     —El rancho Brady.

     —¿No lo dirige John Brady?

     —No, lo dirige Mark Brady.

     Cathy le regaló una gran sonrisa.

     —Me gustas, hijo —dijo, y le palmeó la mano satisfecha.

     Mark rió de buena gana.

     —Suelo caerle bien a la familia, pero a las interesadas, algo menos...

     —Eso no me lo creo. —Dudada mucho que un hombre como aquel no cayera espectacularmente bien a todo el mundo.

     —Créalo, soy tan conservador como los rancheros de por aquí. Puede que algo más...

     —Entonces, vas a tener que hilar muy fino. Shannon no es nada conservadora —Mark asintió— y por sus venas corre mucha de la mejor sangre irlandesa, ya me entiendes...

     —Ni que lo diga.

     Cathy asintió. Aquel chico le gustaba. El “cretino”, como lo había llamado su nieta, recordaba perfectamente que ya se conocían.



* * *


     —Ya estoy aquí —dijo Shannon, y se dejó caer en uno de los sofás del saloncito—. ¿Qué? ¿Habéis cotilleado mucho?

     Cathy miró a Mark buscando confirmación. Él hizo un gesto dubitativo con la boca.

     —Bastante, sí —admitió ella al fin y tras ponerse de pie, se acercó para despedirse de Mark con un beso en la mejilla—. Bueno, esta ancianita se va a la cama. Encantada de conocerte, Mark, vuelve cuando quieras.

     Shannon se dedicó a mirar la escena con curiosidad. ¿Qué pasaba entre esos dos?

     —¿Te quedas conmigo? —preguntó Cathy tomando la cara de su nieta entre sus manos, Shannon asintió—. Estupendo. Que descanses, cariño.

     —Y tú —Siguió con los ojos a su abuela mientras abandonaba la habitación. Luego, volvió a Mark—. No me apetece salir ¿te importa?

     —No.

     Shannon se quitó los zapatos y se puso más cómoda en el sofá.

     —Bueno, discutamos lo que teníamos que discutir.

     Mark la miró interrogante.

     —Dijiste eso ¿o no?

     —En realidad fuiste tú —respondió él—. Para mí no hay nada que discutir.

     Cierto. Era a ella a quien salir con él le había parecido una idea pésima. Y ahora, se lo seguía pareciendo. Y además, estaba cansada, quería irse a dormir y acabar el día de una vez.

     —No puedo enrollarme contigo, Mark.

     Él continuó mirándola. Shannon sonrió de mala gana. Acababa de decir una auténtica estupidez que a otro le habría producido, como mínimo, gracia. Para variar, a él si le había producido algo, no se notaba.

     —Si no estuviera tan cansada, me devanaría el seso intentando entender qué hace un tío “diez” como tú pasando la noche de sábado con una jovencita rebelde, una pelirroja con problemas de peso y una irlandesa setentona.

     —Es rubita —apuntó él. Se puso más cómodo en el sillón y apoyó una pierna sobre el muslo de la otra formando un ángulo recto—. Y tampoco es tan gorda.

     Shannon lo miró burlona.

     —¿Qué va a pasar con ella? —preguntó Mark.

     —No sé. La logística se resolverá. Lo emocional, es otro tema.

     —¿Qué quieres decir?

     —No encuentro la forma de despertarle algún interés. Cuando no está zurrando a alguien, está con sus cascos puestos, ausente.

     —Mi oferta sigue en pie.

     Shannon volvió a mirarlo, estudiándolo.

     —¿Qué te hace creer que tú sí podrás sacarla de su estado catatónico? Por no mencionar, que no creo que una adolescente problemática sea la mejor influencia para Matt y Timmy.

     Mark la miró unos instantes en silencio.

     —Necesita afectos —dijo al fin—. Estabilidad, un lugar donde se sienta segura, rodeada de personas que la quieran. En casa podemos darle eso. Podemos darle hasta dos hermanitos de los que cuidar. Matt y Timmy van a estar bien. Y Patty, también.

     —¿Así, tal cual?

     —Tal cual.

     —¿Hay algo que tú no tengas claro? —le preguntó con tono cansino.

     Mark torció la boca en un gesto pensativo mientras consideraba la pregunta.

     —No —respondió al cabo de unos instantes.

     Shannon se quedó mirándolo. Lo vio sonreír suavemente y ponerse de pie.

     —Vénte al rancho mañana —echó un vistazo a su reloj: doce y media. Se corrigió—. Hoy... Tráete a Patty. Yo voy a estar liado en el campo, pero el resto de la familia estará en casa. Mandy y Jordan creo que llegan después de comer...

     Ella no contestó.

     —Acuéstate, estás muerta —dijo él, poniéndose en marcha hacia la salida—. Ya nos veremos.

     Shannon oyó sus pasos tranquilos alejándose. Luego, el golpe seco de la puerta al cerrarse.

     ¿Cómo sería vivir con esa tranquilidad que a él le brotaba como agua de una fuente, y a ella le había faltado siempre?

     Mark tenía razón. Aunque cada vez que se miraba al espejo quería ver una pelirroja con problemas de peso, en el fondo, lo que seguía siendo era una jovencita rebelde.

     Tan rebelde como Patty.




© 2007. Patricia Sutherland







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