Amigos del alma




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Sábado, 11 de Marzo 2006
Festival Floral Paraíso del Narciso
Camden, Arkansas


     Era primavera en Camden, la época en que el aire empezaba a llenarse de aromas y la vida explotaba en infinidad de formas llenas de luz y color.

     El blanco, rosa y amarillo rabioso de los cornejos, cersis y junquillos propios de esta época del año, pronto cederían su lugar a las más de seiscientas variedades de flores silvestres que dominaban el paisaje del estado en una auténtica procesión en flor a través del verano, cuando los chorlitos y demás aves costeras hubieran acabado su migración anual hacia el norte, a través de Arkansas.

     Para Gillian McNeil, era además un momento que llevaba esperando diez años: que Jason volviera a Camden, a la vida en familia, al Rancho Brady.

     No había sucedido exactamente como hubiera querido. Aquel accidente de moto que Jason había tenido hacía varias semanas no sólo había dejado fuera de combate la Harley Davidson azul que él mimaba con tanto esmero, también su hombro derecho y, aunque aún no lo había dicho oficialmente, seguramente también sus posibilidades de seguir jugando football profesional.

     Si Gillian hubiera podido elegir, ese momento habría sido completamente distinto. Pero lo tenía de vuelta en casa y era feliz.

     A Jason le estaba costando asumir aquel giro inesperado en su vida, a cuenta de una mancha de aceite en el asfalto que había puesto su mundo patas arriba: no era el mismo de siempre. Se lo notaba tenso, demasiado callado y de un parco subido en sus contestaciones, que a Gillian que lo conocía como a la palma de su mano, le sonaba a un “estoy que muerdo” clarísimo.

     Él caminaba junto a su padre echando un vistazo casi de compromiso a las atracciones y puestos callejeros, atestados de lugareños y turistas con narcisos en alguna parte de su humanidad, que como cada año llenaban la ciudad en marzo cuando se celebraba el Festival Floral Paraíso del Narciso.

     Gillian iba pocos metros detrás, con las mujeres: Patty, la adolescente que Mark había tomado en acogimiento hacía nueve meses; la madre de Jason, Eileen; su hermana Mandy y la flamante nueva señora Brady de la familia: Shannon, la esposa de Mark. Ellas charlaban sobre temas de mujeres. Gillian seguía con los oídos la conversación femenina que se desarrollaba a su lado, y con los ojos al gigante que, por más que miraba y volvía a mirar, no acababa de creer que estuviera allí, otra vez en Camden, con ella.

     Un vendaje especial y una férula fijaban la articulación del hombro y el brazo derecho así que Jason, fan incondicional de las camisas y dueño de la colección más grande que Gillian le conociera a un humano del sexo masculino, añadía un punto más a su frustración luciendo desde el accidente camisetas que le resultaban más fáciles de poner, y un abrigo sobre los hombros. Hoy la cazadora colgaba de un dedo sobre su espalda y la camiseta era negra, sin mangas, dejando a la vista sus potentes bíceps.

     Su amigo del alma era uno de esos ejemplares que hasta los hombres se volvían a mirar. Pero hoy, él no estaba de humor ni para algo que hacía fenomenalmente bien desde los dieciséis: disfrutar de la admiración que despertaba su impresionante anatomía XXL. Y aunque aún no habían empezado a dejarse ver en su cuerpo los efectos de la falta de entrenamiento que ya duraba más de un mes, en su humor, Gillian lo sabía muy bien, pesaba como una lápida.

     —Si ni tú consigues que hilvane más de diez palabras juntas, la cosa está mal de verdad.

     Gillian se volvió hacia la voz. Mandy miraba a su hermano con una media sonrisa preocupada.

     Eileen se fijó en Gillian. La vio encogerse de hombros en aquel gesto característico suyo, dispuesta a restarle importancia al tema.

     —Ni juega, ni entrena y seguro que el hombro le duele un montón. Yo, en su lugar, mordería.

     Para Eileen, seguramente todo eso contaba pero sabía que a su hijo le pasaban más cosas que no tenían que ver con entrenamientos ni analgésicos.

     —Qué raro que Victoria no haya venido a verlo ¿no? —preguntó Shannon.

     —¡Ni Dios permita! —dijo Patty poniendo dos dedos en cruz como si la sola mención del nombre fuera suficiente para invocar a Satanás.

     Gillian le guiñó un ojo, definitivamente la acompañaba en el sentimiento.

     Sin embargo, a ella no le parecía raro que la modelo siguiera desaparecida. Jason era especialista en enojar a sus chicas y el enfado de esta en particular había sido todo un espectáculo.

     —Por la forma en que se fue no me dio la impresión de que pensara volver, la verdad —dijo Gillian sonriendo.

     Eileen continuó observándola atentamente.

     —Pues reapareció —apuntó Shannon—. La semana pasada cogí el móvil de Jason pensando que era el mío y la que llamaba era de ella.

     —¿A sí? —preguntó Gillian en tono casual. Qué suerte. Sólo pensar en tener que volver a tenerla a dos metros y aguantar sus dardos envenenados...

     Eileen sonrió para sus adentros. A Gillian, aquella mujer le daba urticaria y aunque mantenía las apariencias fenomenalmente bien, a la madre de Jason no le pasaba desapercibido. Y eso, por sí mismo, constituía toda una novedad: era la única de las decenas de chicas de Jason que a Gillian le producía algo y la única que él había traído a casa la última navidad.

     —¡Mala suerte! —dijo Shannon palmeándole el brazo a Gillian—. Igual te toca volver a recibir esas miradas fulminantes que te echa… Me parece que no le caes bien.

     —Normal... —intervino Mandy con picardía—. Jason y Gillian son carne y uña, y las mujeres somos muy posesivas.

     —Lo de esa es imbecilidad —puntualizó Patty—. Porque si espera echarle el lazo...

     —Patty —gruñó Eileen, y no fue más allá porque sabía que las demás pensaban lo mismo que la niña aunque no lo dijeran.

     —¿Solamente posesiva? —dijo Gillian con un punto prácticamente indetectable de ironía—. ¿A quién se le ocurre irse de una casa en la que se es un invitado sin despedirse de nadie? Jason estaba negro.

     Rojo, no negro, pensó Eileen. Y la razón no era la falta de modales de Victoria sino su exceso de franqueza. Aunque teniendo en cuenta las malísimas pulgas de la mujer, a Eileen no le habría extrañado nada que en vez de encararse con Jason, lo hubiera hecho con Gillian. Y cuanto más lo pensaba, más curioso le resultaba. La rubia no había escatimado al mostrar su disgusto por Gillian, pero a la hora de dar el tiro de gracia, había elegido otro blanco. ¿Le preocuparía la reacción de Gillian? ¿O la de Jason cuando se enterara?

     Shannon miró de reojo a Mandy pensando lo rarísimo que le parecía que Gillian hiciera uso de la ironía, aunque fuera tan leve que pudiera medirse en microgramos.

     Su sonrisa le confirmó que pensaban lo mismo.



* * * * *


     Matt y Tim habían literalmente secuestrado a su padre de acogida y los tres, como si tuvieran la misma edad, jugaban al martillo en una de las atracciones. Los Brady habían vuelto al mundo del acogimiento de niños a instancias de Mark, el mayor de los tres hermanos Brady, y se habían estrenado hacía año y medio con dos hermanitos de 9 y 11 años, a los que un tiempo después se había unido Patty, de 16.

     —Bueno, ya ha caído un Brady —dijo John mirando divertido cómo Mark se lo pasaba en grande jugando con los niños—. ¡Lo suyo sí que fue fulminante!

     Jason asintió con el mismo sucedáneo de sonrisa que llevaba puesta desde el accidente.

     Sí, desde luego. Mark esperaba a la señora Rutherford, una regordeta de sonrisa amable, y lo que se presentó en el rancho un mes después de la llegada de los hermanitos White, a hacer la primera visita de control, fue una dulzura pelirroja que lo dejó grogui desde el primer minuto. Hasta el punto de casarse con ella después de un noviazgo relámpago de cuatro meses. Ahora, seis después, se preparaba para recibir a su primer hijo biológico que nacería en Septiembre.

     —Con Mandy acercándose peligrosamente al precipicio —continuó John—, me parece que estás a punto de quedarte solo.

—¿Tú crees que se va a dejar?

     John asintió sonriendo con picardía.

     —Si Jordan se lo pide se lanza en plancha, está loquita por ese vikingo —se acercó a su hijo para hablarle en tono de confidencia—. Y se lo va a pedir, me lo dijo en Navidades.

     Jason miró a su padre con incredulidad. —¿A ti? Te pidió permiso ¿o qué?

—Es una conversación que teníamos pendiente… Aunque cuando te vi presentarte en casa con esa chica, pensé que igual te adelantabas a Mandy… —añadió mirando a su hijo de reojo con picardía. Lo vio estirar las piernas y cruzarlas en un gesto cansino.

     —¿Tú también con eso? —dijo de mala gana. Entonces, Victoria era “solamente una amiga”; ahora ni siquiera eso.

     John negó con la cabeza.

     —Te doy charla nada más. Es muy guapa y parece lista y todo eso, pero no tiene ninguna posibilidad contigo.

     Jason continuaba mirando al frente, donde Mark y los críos hacían de las suyas. Su mente, sin embargo, había vuelto a las últimas Navidades y a las cosas que Victoria le había dicho y que él seguía sin digerir.

     —Estaba como una cabra. Menudo genio...

     —Ya. Dejó claro que había dos cosas de tu vida que no le gustaban nada: tus viajes y Gillian.

     Jason no contestó de inmediato. Qué el recordara la única vez que Victoria había aclarado algo al respecto, estaban solos. ¿O también se había dedicado a decir tonterías cuando él no estaba presente?

     —Sí, aunque en eso no innovó nada, todas cojean del mismo pie.

     —No me extraña. Todavía no conozco a ninguna mujer que vea con buenos ojos que el hombre que le interesa pase más tiempo por ahí que en casa, no hablemos de que además congenie tan bien con otra mujer —John espió la reacción de su hijo, sonrió para sus adentros y lo soltó—. Especialmente si es alguien como Gillian…

     Bingo.

     —¿Qué quieres decir?

     Su hijo había dejado de hacer que prestaba atención al juego de los niños y ahora lo miraba a él con cara de “ojo con lo que dices que el horno no está para bollos”.

     —Tan parecida a ti y tan diferente a ellas.

     Jason resopló sardónico.

     —Esa enana no se parece a mí en nada.

     Acto seguido, John lo vio ponerse de pie en lo que le pareció la evasión más descarada, para luego decirle como si tal cosa:

     —¿No te apetece beber algo? Estoy muerto de sed.

     Muy bien.

     Podía buscar cuantas evasiones le diera la gana: había vuelto a Camden.

     Ya no era el adolescente de 19 años que se marchara poniendo tiempo y distancia entre los dos. Ni ella, la niña menudita de pelo largo y sonrisa tierna.

     Tarde o temprano tendría que enfrentarse a la cuestión.

     John asintió y se puso de pie con una sonrisa premonitoria que su hijo, que volvía a hacer que prestaba atención a los críos, no vio.




© 2008. Patricia Sutherland




Amigos del alma, una historia de almas gemelas.
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