Simplemente perfecto

Serie Sintonías 3.1




Romántica. Emocional. Y con un nuevo personaje que te va a encantar.

Simplemente perfecto, el punto final de la Serie Sintonías.



Jordan recorrió el vistoso sendero de piedra que conducía a su bungalow, trazado en medio de aquel paraíso tropical, ultimando por el móvil los detalles de la entrevista televisiva de Mandy programada para el día siguiente. Era pura rutina, sin embargo, afecto a tener controlado hasta el último detalle de todo lo que tuviera que ver con la estrella, ahora además su esposa, se esforzaba por mantener la atención en lo que su interlocutor decía. Era tarde y el día había sido ajetreado, y los lugares que Mandy escogía últimamente para alojarse con todo su grupo durante las giras promocionales eran especiales, diferentes. Invitaban a desconectar tan pronto ponías un pie en ellos. Atrás habían quedado el Boston Hyatt y el Sheraton, y tenía que reconocer que el cambio estaba resultando positivo; era un poco como seguir en el Rancho Brady, sin estarlo. A veces cenaban fuera, en especial los escasos viernes sin actuaciones, ya que a los dos les gustaba ir al teatro o a bailar y Mandy decía que el quinto día de la semana tenía ‘más ambiente’. Pero generalmente cenaban en su alojamiento -apartamentos totalmente equipados-, unos platos que preparaban entre los dos. ¿Quién habría pensado que alguna vez Mandy elegiría, voluntariamente, una vida marital más reposada y más íntima? Entró en el bungalow al tiempo que cortaba la comunicación. Mandy también estaba hablando por teléfono pero cuando apareció frente a él, ya había acabado. Aún tenía el móvil en la mano. Eso fue lo segundo en lo que repararon sus observadores ojos. Lo primero, como siempre, las vistas de infarto. Mandy llevaba un ceñido vestido morado, de corte recto y mangas largas, unos tacones de aguja y el cabello suelto; aquella larga melena rubia que mantenía su color y rizado natural y que solo en señaladas ocasiones llevaba suelta fuera del escenario o de la cama. 

—¿Estás solo, guapo? —bromeó, al tiempo que apoyaba una mano sobre el marco de la puerta en una pose la mar de sensual.

Los ojos masculinos le dieron un (nuevo) buen repaso al cuerpazo que se interponía en la trayectoria de la luz, haciendo que ella riera divertida.

—Estoy “pillado”, lo siento —respondió al tiempo que le mostraba el dorso de la mano que llevaba la alianza. El tono de su voz había sido deliberadamente sugerente y cuando acabó de decirlo, empezó a aproximarse a Mandy.

Ella, por supuesto, le siguió el juego. Lo disfrutaba como una niña y los dos lo sabían, solo que lo que acababa de comenzar no era un juego para niños…

—Suerte que tienen algunas… —murmuró. Jordan se detuvo frente a Mandy, dio un paso más, obligándola a compartir el hueco de la puerta…

E invadiendo ostensiblemente su espacio vital. 

Los ojos femeninos se regodearon en la porción de piel visible a través de la abertura de aquella impresionante camisa negra de seda. Era una piel suave y tostada. A aquel vikingo guapísimo y coqueto le gustaba lucir bronceado los trescientos sesenta y cinco días del año. Alzó la vista y en su camino ascendente, continuó disfrutando del espectáculo de aquel cuello viril de nuez prominente. Pero lo mejor, y eso que era bastante difícil decidirse, era la incipiente barba rubia que le sombreaba las mandíbulas hasta la mitad de la mejilla. Solo con recordar su tacto sobre el ombligo… 

—Aunque pedazo alianza ha escogido tu chica, ¿no? —añadió Mandy cuando sus miradas conectaron—. Se ve a kilómetros. ¿Querrá asegurarse de que las demás lo sepamos con suficiente antelación para que nos pongamos verdes de envidia? 

Los dos sabían que no había sido Mandy quien había escogido esas “pedazo alianzas”. 




Jordan volvió a avanzar, obligándola a apoyar la espalda contra el marco de la puerta.  Vio con satisfacción que un relámpago de deseo atravesaba fugazmente aquellos ojos celeste claro.

—No fue ella, fui yo —precisó él. 

—Vaya… ¿De verdad? No tienes pinta de tío posesivo.

Jordan bajó la cabeza. Estaban tan próximos que Mandy podía sentir el aire tibio de su respiración sobre la frente. Su voz sonó íntima cuando dijo:

—Es que no lo soy. 

Ella buscó su mirada con los ojos brillantes. Toda ella temblaba, de la cabeza a los pies, y no podía ni quería evitarlo. Los días previos a que su lado más femenino viniera a hacer su visita mensual eran extraños. Se pasaba el día ansiosa, con las hormonas alteradas y la sensibilidad a flor de piel, deseando tener a su hombre a tiro para abrir la espita y liberarse, a sabiendas de que eso retroalimentaba un proceso sin fin. La mayoría de las mujeres que conocía rehuían todo contacto íntimo con sus parejas, no aguantaban ni el roce de la ropa; para Mandy, en esos días era justamente lo contrario; nunca tenía bastante.

—¿No lo eres? —repitió con una mezcla de picardía e incredulidad—. Ser hombre y no ser posesivo es muuuy raro, ¿sabías? 

Él asintió suavemente con la cabeza, de forma casi imperceptible. Sin apartar su intensa mirada de ella.

—Por eso se casó conmigo. Porque soy único.

—Pero los dos lleváis un anillazo en el dedo que, según dices, has escogido tú —Mandy dejó de hablar cuando la mano de Jordan le acarició un pecho. Dentro del sostén de quinientos dólares, el pezón que él acababa de rozar se había puesto duro en un segundo. Cerró los ojos al sentir que volvía a acariciarle el pecho, esta vez apretándoselo. Exhaló un suspiro. Y cuando la mano se alejó del centro neurálgico, continuó con lo que estaba diciendo—. Eso es casi como llevar un cartel de neón… Raro, ¿no?

Jordan ladeó la cabeza y enterró la nariz en el cabello de Mandy. Aspiró profundamente. Los dos cerraron los ojos. Los dos se estremecieron.

—Sé que es el que ella quería, el que quiere… —besó con suavidad el lóbulo de la oreja haciendo que a su dueña un evidente estremecimiento la recorriera entera. Estaba blanda y vulnerable, y eso lo animó a añadir—: Aunque no se atreviera siquiera a sugerirlo.

Mandy volvió a estremecerse. Apartó la oreja de aquella lengua que la estaba poniendo al límite y buscó la mirada de Jordan.

—¿Y por qué crees eso? —En su tono de voz había curiosidad, pero en sus ojos, indudablemente, una brillo que denotaba que su yo rebelde se había puesto en pie.

—Porque llevo quince años, cinco meses y once días enamorado de ella, estudiando cada uno de sus gestos, cada una de sus miradas, pendiente hasta del aire que respira. Soy un experto en ella. Sé lo que siente, lo que necesita, lo que anhela… 

A Jordan no le tembló la voz y su intensa dulzura no enmascaró en ningún momento la seguridad que portaban sus palabras. Los ojos de Mandy brillaron sospechosamente cuando la emoción le atenazó la garganta. Él remató la faena: 

—Y se lo concedo. Soy su duende de los deseos.

Durante un instante eterno, ella le sostuvo la mirada en silencio. Sin saber muy bien qué responder. Seguía resultándole incómoda la idea de no tener secretos para el hombre del que estaba locamente enamorada. En algún sentido, la hacía sentir vulnerable. Pero la otra Mandy, la que él y solo él conseguía hacer aflorar, la soñadora con un punto de romanticona, la hogareña, la amante de los niños que anhelaba formar una gran familia… Esa Mandy tocaba el cielo con las manos por tener a un hombre así a su lado. La expresión de su rostro se fue suavizando a medida que tomaba conciencia de lo afortunada que era. 

Y como siempre que se relajaba…

—Así que sabes lo que quiere aunque ella no te diga nada… —murmuró juguetona.

Jordan sonrió. Asintió suavemente con la cabeza.

—Siempre.

Las manos femeninas  comenzaron a juguetear con la abotonadura de la elegante camisa de Jordan. 

—¿Todo-todo lo que quiere? —insistió con sensualidad.

Él volvió a asentir, y mientras lo hacía, apartó suavemente las manos femeninas y desató su camisa. Se la quitó y la dejo caer al suelo. 

Permaneció frente a ella, con el torso desnudo, mirando cómo lo miraba, y disfrutando a tope de esa sensualidad descarada que lo ponía a mil.

Al fin, Mandy empezó a desabrocharle la hebilla del cinturón.

—Pues ¿sabes qué? —murmuró mirándolo a los ojos con una expresión nueva en el rostro.

El corazón del vikingo se detuvo, y un instante después inició una loca carrera con el acelerador a fondo. Permaneció mirándola, esperando su respuesta, deseando oírla.

—Tu mujer tiene un montón de suerte —replicó ella.

Jordan exhaló un suspiro que la quemó entera. Se dobló sobre Mandy, invadiendo su espacio vital dispuesto a todo, y un segundo antes de hacer lo mismo con su boca, murmuró:

“Es mutuo”.

© 2014. Patricia Sutherland




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La vida transcurre apacible para John y Eileen Brady en su rancho de Arkansas.

Mark, su hijo mayor, que dirige eficazmente la explotación agrícola-ganadera más importante de la región desde que John lo dejara a cargo con apenas veinticuatro años, se ha convertido en cabeza de una familia numerosa, cumpliendo así su mayor aspiración personal.

Para Jason, el hijo mediano del matrimonio, las cosas no pueden ir mejor; se ha casado con Gillian, su alma gemela, y ha comenzado el año coronando su brillante trayectoria como entrenador de fútbol con una Superbowl.

Mandy, la única mujer de los hermanos Brady y una famosa cantante de música country, ha sacado a flote su carrera. Atrás quedaron sus años alocados que la convirtieron en objetivo de la prensa amarilla. Ahora tiene éxito en su profesión, está unida legalmente al único hombre que consiguió hacer que deseara sentar la cabeza y, para regocijo de sus padres, se enfrenta a un gran descubrimiento: su reloj biológico, algo que ni siquiera sabía que tenía.

Con el rancho a pleno rendimiento y sus tres hijos felizmente casados, John y Eileen disfrutan de una vejez tranquila mientras ven crecer a sus nietos y se preparan para el gran acontecimiento del año; la graduación de Patty, la joven huérfana que llegara al rancho con la etiqueta de “causa perdida” y que bajo la tutela de Mark ha conseguido encauzar su vida.

Sin embargo, a diferencia de lo que creen sus padres, Jason y su mujer Gillian sienten que su vida no está completa. Les falta algo que para ambos es fundamental y con la resolución que los caracteriza, deciden ir a por todas. Esta decisión, que para la pareja es la más importante que han tomado jamás, cubre de nubarrones negros el tranquilo firmamento familiar y amenaza con provocar la primera gran escisión en el seno de una familia tradicionalmente unida.

Ambientada en Arkansas durante el año 2009, esta nueva entrega muestra un momento clave de la vida de los Brady y, en especial, de la pareja formada por Jason y Gillian.

Simplemente perfecto es la más intensa, la más emocional de la serie Sintonías…Y su punto final.


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Y su punto final.


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