¿Te gustaría saber cómo era Jason a los 16?

Fíjate qué tierno... ;)



Jason avanzó entre la maleza procurando no delatar su presencia y cuando llegó hasta la joven de cabello larguísimo y el peto vaquero, que estaba sentada a la orilla del río, le cubrió los ojos con las manos sin decir ni una sola palabra.

Gillian habría preferido estar a solas un rato más, que su amigo del alma no la hubiera encontrado tan pronto. Aún tenía la noticia atravesada a mitad de garganta y necesitaba tiempo para digerirla. Para asumirlo y volver a ser la de siempre. Pero allí estaba aquel chaval extra grande aquejado de acné juvenil; intentando hacerse pasar por otro, como si aquellas manazas, propias de un XXL, fueran tan comunes. Lo peor era saber que Jason estaba allí porque sabía que algo sucedía; bien porque su padres se lo hubieran dicho, bien porque él, siempre tan sagaz, hubiera intuido que algo no iba bien.

Si querías sorprenderme, que sepas que la loción que usas se huele a kilómetros. No sé si es porque es así de fuerte o si porque te pones litros para que tus admiradoras sepan que ya te afeitas, pero cantas, Jay. Muchísimo.

Se afeitaba desde hacía año y medio, y vale que ningún Brady se caracterizaba por ser peludo, pero no necesitaba bañarse en aftershave para acaparar miradas femeninas, y la pigmea que tenía por amiga, lo sabía de sobra. Jason sonrió pero permaneció en silencio…

Y tapándole los ojos. 

Gillian entrecruzó las manos alrededor de sus rodillas, abrazándolas, resignada a seguirle el juego ya que él no se daba por aludido.

A ver, esas manazas solo pueden ser tuyas tanteó los dedos que le cubrían buena parte del rostro, palpando los anillos que los decoraban. Este te lo regalé yo, así que o eres Jason o eres su doble memo que no me deja disfrutar del paisaje.

Aquello funcionó al instante. El quarterback retiró las manos y se sentó junto a su amiga, riendo.

No tengo ningún doble, Pitufina. Soy único.

Enana, pitufina… Su gigantesco amigo echaba mano de cualquier mote que resaltara la innegable realidad de que él era una torre y ella una pulga. Como si hiciera falta resaltarlo… 

Único no lo sé, pero vanidoso, un montón… dijo Gillian, risueña. ¡Eres lo más vanidoso que ha parido la madre naturaleza, chico!

Él ladeó la cabeza y la miró satisfecho:

Pero conmigo te ríes, y esa es la idea.

Yo siempre me río matizó, a sabiendas de que lo que su amigo decía era cierto, y muy especialmente aquel día.

Él permaneció mirándola en silencio. Con su peto vaquero, su blusa  de mangas cortas en forma de farolillos y su talante divertido se parecía a cualquier chica de su edad. Quién habría imaginado que la dueña de esa sonrisa en apariencia despreocupaba había pasado por tantas penurias en su corta vida… No, Jason no estaba al corriente de nada, pero a medida que recorría la finca buscándola sin hallarla, más convencido estaba de que algo sucedía. Todos en casa decían que la quinceañera tenía sus momentos, que de tanto en tanto necesitaba encerrarse en sus pensamientos, que eran cosas normales de adolescente. A otro perro con ese hueso. La única razón por la que su amiga desaparecía del radar de los Brady era para no preocuparlos, para recuperarse del disgusto o de la preocupación de turno antes de que ellos se dieran cuenta. Y lo sabía, porque él hacía exactamente lo mismo; aislarse para rumiar los asuntos y si hacía falta, tomarla con un árbol o una piedra del camino que tenían la enorme ventaja de no hacer preguntas ni pedir explicaciones. Encontrarla sola, a orillas del río, ’contando pececillos’, como llamaba Gillian a sus retiros temporales de los radares familiares, confirmaba que él estaba en lo cierto y por supuesto, ni pensaba dejarlo correr ni marcharse de allí sin saber lo que que ocurría.

Gillian exhaló un suspiro y apartó la vista de aquellos ojos celeste claro, casi transparentes, que le miraban el alma.

Mi madre ha reclamado mi custodia dijo. El drama de su vida recogido en una frase.

Jason se quedó en blanco, inmóvil. Mirándola fijamente mientras su cerebro se afanaba por cuadrar aquellas seis palabras que le parecían irreales, imposibles de creer. Sin atinar a nada más.

Aquel prolongado silencio y la expresión del rostro de su amigo constituyeron suficiente respuesta para Gillian, que le palmeó la rodilla en un gesto de consuelo; a ella le había sucedido lo mismo cuando John le había comunicado las malas nuevas. Era increíble que su madre hubiera conseguido burlar a la muerte, milagroso, y aunque le doliera admitirlo, le resultaba mucho más increíble aún que hubiera reclamado su custodia; que Gillian recordara la consideraba una carga, consecuencia de un error juvenil. Una carga que había dejado tirada en el camino más veces de lo perdonable incluso para alguien tan propenso a perdonar y a pasar por alto como ella.

Jason salió de su ostracismo con dos frases lapidarias.

No puede botarte cuando le de la gana como si fueras un mueble viejo y luego reclamar sus derechos de sangre. Esto no va a quedar así.

Puede replicó ella con dulzura, conmovida por las palabras de su amigo. Conmovida por comprobar una vez más que el amor de aquella familia compensaba con creces el que nunca recibiría de sus propios padres. Ya lo ha hecho, Jay. 

El corpulento joven se puso de pie. Se sentía como un león enjaulado. Impotente. Frustrado. Y muy, muy egoísta porque en ese momento no conseguía imaginar aquel lugar, aquel paisaje, la casa, su vida, todo… sin Gillian, sin la alegría que había traído consigo, sin sus bromas y sus risas. Totalmente consciente de que debía lamentarlo por ella, y sintiéndose fatal por estar lamentándolo por él, soltó un bufido, enojado consigo mismo y con el mundo entero.




Ella lo siguió con la mirada. Reparó en que vestía ropa de deporte; unos pantalones negros, largos, unas zapatillas de entrenamiento del mismo color y una camiseta blanca de mangas cortas. A sus diecisiete años era el más corpulento de los Brady, un XXL que apuntaba a convertirse en doble XXL. Todo músculo. Y tanta inteligencia como tejido muscular, pensó Gillian, y entonces se dio cuenta de que pensaba en Jason para evitar pensar en ella y su nueva situación. Porque sí, estaba asustada y odiaba estarlo. La idea de que sus días volvieran a llenarse de los cambios de humor de su madre, de sus explosiones de ira seguidos de horas de llorera incontenible, la hacía sentir indefensa. Antes de los Brady, aún conservaba la fortaleza que otorga estar acostumbrado. Era todo lo que había conocido desde que tenía uso de razón. No sabía que hubiera otra forma de despertar, con un abrazo. Ni cómo era que alguien le preparara el desayuno y compartirlo en buena compañía… Ni que la fueran a buscar al colegio, y le preguntaran qué tal habían ido las clases…

Volvió la vista hacia el río. También era posible que pensara en su amigo porque era lo que hacía siempre. Algo así como un reflejo condicionado. Gillian se había sentido sola desde que tenía uso de razón, un ser pequeño en un ambiente hostil, pero en el instante en que sus miradas se cruzaron aquella mañana de Navidad, esa sensación se había desvanecido. Nunca había conseguido entender cómo o por qué; Jason y ella no se habían visto antes, pero era como si se conocieran desde siempre. Congeniaban, era cierto, pero además se conocían de la manera que lo hacen dos amigos que han compartido tiempo y aventuras. Desde aquel primer día, incluso sentía su presencia próxima, siempre cerca. En más de una ocasión, estudiando en su habitación, se había vuelto hacia la puerta, convencida de que Jason acababa de entrar… Descubría entonces que la puerta continuaba cerrada, y ella seguía tan sola como antes. Sin embargo, la sensación de que él estaba allí había sido tan real… Para alguien acostumbrado a ser invisible constituía un regalo saber, sentir, que existía en el mundo otro ser que no solamente ‘la veía’, sino que además la conocía tan bien. Ahora, rogaba a Dios poder seguir sintiendo la presencia de Jason cuando ya no estuvieran juntos. No podía imaginar su vida sin eso.

No quería imaginar su vida sin eso.

¿Cuándo? oyó que él le preguntaba.

El juez ha dicho que si sus informes de rehabilitación siguen siendo buenos y si conserva su trabajo, cuando yo cumpla los dieciséis recuperará mi custodia y tendré que volver con ella.

Jason movió afirmativamente la cabeza hasta cierto punto aliviado. No sucedería mañana, ni en una semana. Tenían aún meses por delante. Pensó que quizás también tuvieran alguna posibilidad de que los supuestos no se cumplieran y por tanto, él juez acabara denegándolo. Pero enseguida cayó en la cuenta de que una mujer que había conseguido sobrevivir a las adicciones de toda una vida, incluso burlando a la muerte en dos ocasiones, sobrevivía a los “supuestos”. Estaba claro que la ley de Murphy no le afectaba para nada.

¿Y qué pasa si te niegas?

Gillian volvió la cara hacia su amigo. Él se había puesto de cuclillas y la miraba atentamente.

¿Qué pasaba si se negaba? Exhaló un suspiro. Una parte de ella haría cualquier cosa por quedarse, por no tener que abandonar aquel rancho y aquella familia de la que se había enamorado a primera vista; la otra no se pronunciaba con pensamientos, sino con sensaciones; la idea de negarse la hacía sentir fatal. 

Es mi madre, Jay.

Jason asintió de mala gana. No había ninguna sorpresa en su respuesta. Gillian era así; un corazón inmenso que solo Dios sabía cómo cabía en un cuerpo tan pequeño. 

Pues, ¿sabes qué? continuó el quarterback. Voy a querer verle la cara a tu madre.

 Ella negó con la cabeza, sus ojos le dijeron con la misma dulzura de siempre que no sería así. Jason volvió a asentir, decidido.

Sí, Gillian. Que sepa que esta vez tendrá que andarse con cuidado, que ni mi familia ni yo le vamos a permitir que te haga daño. Me da igual si te enfadas, iré contigo y no hay discusión.

En aquel momento, cuando una profunda vergüenza empezó a apoderarse de ella ante la sola idea de presentarle a la mujer que le había dado la vida, su natural aversión a estar triste (y a que Jason lo estuviera), hizo acto de presencia, salvándola una vez más de sus propias miserias.

Eh, guapo, no tan rápido, que si quieres hacer de guardaespaldas, primero tendrás que pasar el casting. 

No sabía que fueran tantos los interesados dijo él, rezumando vanidad por los cuatro costados. Los dos se miraron asombrados por sus respectivas reacciones y al fin llegó la risa, esa que ambos necesitaban tanto en aquel momento.

¡Claro que sí! ¿A ver, con quién crees que estás hablando, chaval? Los interesados me crecen como champiñones continuó Gillian. Estiró su mano en un intento vano de acariciarle la barbilla, pero él no estaba lo bastante cerca y se quedó a medio camino. Se conformó con tamborilear los dedos en el aire simulando una caricia. Pero tranquilo, no te preocupes por la competencia… ¡a tu lado, todos son unos enclenques!

Aquellos ojitos pícaros se iluminaban bajo la alegría contagiosa de su sonrisa, pensó el quarterback. Su vanidad tuvo que reconocer que por más que alardeara sobre el tema, mitad en broma, mitad en serio, en aquel preciso momento y lugar solo había un ser único, excepcional. Y no era él. Jason tomó la mano que se movía graciosamente en el aire y la retuvo, pero pronto, por pura necesidad, le rodeó el cuello con un brazo y la atrajo hacia él. Continuaba de cuclillas junto a su amiga, que, a su vez, estaba sentada en la orilla, así que solo consiguió que recostara el hombro y la cabeza contra su pecho. Fue una especie de abrazo torpe e incómodo, pero a los dos les dio igual. Jason necesitaba hacerla sentir a salvo, se lo pedía el cuerpo. Gillian necesitaba saber que lo estaba, sentirse protegida. Reunir el valor necesario para enfrentarse a su destino.

Todo irá bien, Pitufina murmuró él con la vista fija en el río. Todo irá bien.

Gillian cerró los ojos y dejó que aquella reconfortante sensación la envolviera por completo. 

De pronto, pensó, no había dolor. Ni miedo. Ni siquiera una minúscula partícula de rencor.

De pronto, solo había paz.


© 2014. Patricia Sutherland





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Corre el mes de diciembre de 1992 y en Camden, Arkansas, Eileen Brady se afana por acabar los últimos preparativos navideños cuando recibe una llamada inesperada. El servicio de acogidas de la región, con el que el matrimonio Brady ha colaborado activamente durante muchos años, tiene una emergencia; una huérfana de 13 años llamada Gillian McNeil. 

A pesar de la reciente decisión de la pareja de no tener más niños en acogimiento hasta que sus propios hijos Mandy, Jason y Mark hayan pasado la etapa adolescente, Eileen no puede evitar conmoverse al conocer la situación de la niña, y acepta hacerse cargo de ella.

Lo que entonces no imagina es que esa decisión, fruto de la compasión, no solo cambiará para siempre la vida de Gillian, sino la de toda la familia, y en especial, la de su hijo Jason.

Volveré a ti es la precuela de Sintonías, su génesis; el momento en que se establecen las conexiones entre sus personajes y tienen lugar sucesos que diez años más tarde darán lugar a las tres inolvidables historias de amor que componen la serie.

Ambientada en Arkansas, un paraíso natural, en la década de los noventa, Volveré a ti, al igual que la serie de la que es precuela, es una historia que habla de valores, de familia, de amistad, de segundas oportunidades, y por supuesto, de amor.