UNA CONVERSACIÓN NECESARIA


El relato de una charla a corazón abierto que las fans del motero irlandés esperan desde hace mucho tiempo.





- I -

Lunes, 27 de diciembre de 2010.

Casa de Dylan y Andy.

Cala Morell, Menorca.

Temprano por la mañana...


Dylan y Brennan estaban en la cocina desayunando mientras esperaban a Andy, que todavía estaba en la ducha. Cuando hablaban, lo hacían en voz baja para no despertar a Luz que dormía en el carrito de paseo. Pero no hablaban demasiado. 

Brennan tenía la sensación de que su hijo estaba especialmente ausente aquella mañana. De hecho, estaba bastante seguro de que Andy y él habían tenido un cambio de palabras que había acabado de forma abrupta después de que una puerta se cerrara con más fuerza de la necesaria. Llevaba seis semanas viviendo en casa de su hijo, tras la operación y, naturalmente, no era la primera vez que los oía discutir. En realidad, eran más bien conversaciones breves en las que la efervescencia propia del temperamento latino de Andy se daba de bruces contra la lógica característica de Dylan y su consecuente sentido de la practicidad. Por lo general, tenían que ver con la hiperactividad de Andy que muchas veces se olvidaba hasta de comer. Aunque solía dejarla a su aire, a Dylan le preocupaba que se esforzara tanto y se cuidara tan poco. Cuando le parecía que las cosas estaban pasando de castaño a oscuro y decidía intervenir, no le daba opciones alternativas. Saber que él tenía razón, no impedía que Andy se sulfurara y reaccionara con vehemencia. Sin embargo, hoy había sido diferente. Tenía la impresión de que la discusión había sido mucho más breve que nunca. Y había acabado con algo que se había parecido mucho a un portazo.

¿Lo había sido en realidad? Y si la respuesta era sí, ¿qué había provocado semejante reacción en alguien tan proclive a la risa como Andy? Su hijo parecía algo más callado de lo habitual. Lo cual, razonó, no tenía necesariamente que ver con el portazo, si lo había sido. Desde el viernes que se habían marchado a Londres, habían dormido poco y el fin de semana había sido un tiovivo emocional. Quizás ahora, que las aguas volvían lentamente a su cauce, estaba aflorando el cansancio.

O, quizás, su hijo estaba rumiando lo sucedido y de ahí que permaneciera tan callado. Brennan decidió romper el silencio.

—Si queréis dejar a Luz conmigo, ya sabes que por mí, encantado… 

Dylan aterrizó en la realidad de sopetón. Su padre ya se había acabado el café. ¿Cuánto tiempo llevaba ensimismado en sus pensamientos?

—Nunca quiero dejarla con nadie. Lo hago para no desencadenar una guerra, pero querer, lo que se dice querer, no quiero. Si dependiera solo de mí, iría conmigo a todas partes —admitió, mirando a la pequeña dormir plácidamente en su carrito—. Así que… Gracias, pero «no, gracias». Además, ni tú ni tu pierna estáis en condiciones de lidiar con un bebé de esta edad. 

Dylan bebió un sorbo de café y puso cara de asco. Debía llevar ensimismado un buen rato, ya que su bebida estaba apenas tibia. Se levantó para servirse otra taza y regresó a la mesa, bajo la atenta mirada de su padre.

—¿Qué? —dijo Dylan al notar la intensidad de su mirada.

Brennan no había podido evitarlo y ahora que se veía en la tesitura de tener que explicarlo, no sabía cómo hacerlo… Sin remover heridas no cicatrizadas del pasado.

—Por favor, no tomes a mal lo que voy a decir, pero…

Dylan hizo un gesto de disgusto. Su padre aún no había comenzado a hablar y él ya sentía una intensa comezón reptando por su cuerpo.

—Si hay algún riesgo de que lo tome a mal, déjalo para otro día. Llevo toda la vida lidiando con las suposiciones que hace la gente sobre mí y hoy no me apetece. Mis planes para hoy son; uno, que Andy se haga los análisis, recoger los resultados e ir a ver al médico para enterarnos de una vez si que se caiga por los rincones forma parte de su forma de estar embarazada y, por lo tanto, es normal o hay algo más; dos, asegurarme de que cumple a rajatabla las indicaciones del médico aunque eso suponga encadenarla al sillón; tres, acaparar a mi chiquitina todo lo posible y cuatro, seguir en las nubes de padre biológico primerizo todo lo que pueda. 

Tan solo pensar que tenía un hijo en camino había conseguido cambiar su expresión sin que él fuera consciente de ello. 

Había cierto hartazgo en su voz al comenzar a hablar y ahora sonaba a un hombre feliz. Fue tan evidente, que Brennan se relajó respecto de una respuesta que, en un principio, le había parecido demasiado directa.

—Es un muy buen plan, eso es innegable —concedió. Después de titubear un instante, decidió que no lo dejaría para otro día—: Solo iba a decirte que me gusta el hombre en el que te has convertido. Me gusta la relación que tienes con Andy, creo que habéis conseguido complementaros muy bien. Y me admira ver cómo eres con Luz. Es algo con lo que no contaba cuando te marchaste de Irlanda.

—¿Con qué no contabas? ¿Con que tu hijo fuera una persona decente?

Brennan soportó el contraataque de Dylan con entereza. 

—Con que un día me sentiría tan orgulloso de ti como me siento ahora. Porque lo estoy. Estoy muy orgulloso de ti, Dylan. Muy satisfecho de lo que haces y de cómo lo haces. Cuando miro tu vida, me maravilla lo que veo.

Como solía sucederle cuando se trataba de su padre, la sensación agradable provocada por aquel cumplido inesperado se evaporó en el instante que una ráfaga de preguntas asoló la mente de Dylan. Preguntas como ¿y qué tenía de raro su vida de antes, cuando él no se sentía orgulloso? ¿Acaso había sido el casarse y haberse convertido en padre adoptivo de Luz lo que, de repente, lo había convertido en alguien digno sus ojos? ¿De qué estaba tan orgulloso, concretamente? ¿De él… o de que «al fin» su vida empezara a parecerse a la versión según Brennan Mitchell de lo que debía ser un hombre como dios manda?

Agh. Qué mierda.

Ya estaba acelerándose otra vez, pensó Dylan. Cada vez le resultaba más evidente que su padre y él tenían hablar antes de que las cosas se les fueran de las manos.

El irlandés exhaló un suspiro. Se suponía que lo que procedía ahora era agradecerle el cumplido, pero viniendo de quién venía le resultaba imposible pronunciar esa palabra. Hasta aquel ligero movimiento de la cabeza que se ocupó de acusar recibo, le costó horrores. 

Para Brennan no fue sino una confirmación de lo que llevaba meses sospechando; Dylan le seguía guardando muchísimo rencor. 

Por suerte para los dos, Andy asomó la cabeza por la puerta en aquel momento. Sus ojos rezumaban picardía.

—¿Interrumpo algo? —les preguntó.

«Estabas escuchando, cómo no», pensó el irlandés. En su lugar dijo algo bien diferente.

—Qué va. Hablábamos de ti y de ese talante ahorrativo tuyo que me hace tanta gracia. Mira que querer esperar para hacerte los análisis por el seguro… Si tus tías te oyeran, se carcajearían a gusto.

«Qué mentiroso, calvorotas. ¿Crees que no me doy cuenta de lo que pasa? Tu padre acaba de hacerte el cumplido de tu vida y todavía no lo has digerido», pensó Andy.

Entró y con una expresión de pura picardía, repartió los consabidos besos a todos los presentes, incluida Luz, que siguió durmiendo. Finalmente, se sentó a la mesa. 

—No sé por qué te hace tanta gracia, la verdad. Mis tías se apellidan Estellés y pueden carcajearse de lo que les dé la gana. Yo soy una Avery y en mi casa siempre se ha contado hasta el último céntimo porque el dinero no sobraba, precisamente. Para que lo sepas, ahorrar es un arte que yo domino y eso es algo de lo que me siento muy orgullosa. No hay nada malo en ir al hospital a hacerme los análisis como cualquier hijo de vecino y beneficiarme de la sanidad pública que tienen en este país. Pero como eres un mandón…

Ignorando la presencia de su padre, Dylan tomó a Andy por las solapas de su chaquetilla y la silenció con un beso.

Brennan bajó la vista con una sonrisa incómoda en los labios mientras la pareja disfrutaba de aquel beso romántico como si estuvieran a solas.

Andy abrió los ojos cuando Dylan dejó de besarla. Lo vio sonreír. Era su sonrisa de cazador. Esa que a ella le derretía el alma además del cuerpo.

—No eres «una Avery» —dijo él—. Ahora eres «Avery Mitchell». Lo que quiere decir, entre otras cosas, que no necesitas seguir contando los céntimos. Pero si quieres hacerlo, por mí, perfecto. ¿Y sabes por qué? Porque yo no soy un mandón. Me gusta que la gente viva libre y feliz. Y si practicar el arte de ahorrar te hace feliz, genial. Mientras tengas claro que hasta que el médico no vea esos análisis y haga su diagnóstico, te quedarás tranquila y quieta en casa, me parece bien. Creía que eso había quedado claro. ¿Tendremos que encerrarnos en el baño a aclararlo… de nuevo? 

Andy empezó a reírse bajito. Había visto por el rabillo del ojo que su suegro se había sonrojado. Eso le hizo tomar conciencia de inmediato de que, sin proponérselo, le estaban brindando demasiada información de índole personal.

—Eres imposible, calvorotas.

—Irresistible, querrás decir —matizó él.

Dylan se refería a que había conseguido hacerla cambiar de idea en tiempo récord. Del enojo al orgasmo en un santiamén.

—Vaaale, eso también —concedió, traviesa—. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?

Para Brennan fue como una revelación.

«Oh, vaya», pensó. Por lo visto, no había sido la clase de portazo que él se había imaginado.

En aquel momento, sus mejillas iniciaron una escalada imparable en la escala de rojos....



©️ 2021. Patricia Sutherland
«Una conversación necesaria».
(Fragmento)






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CLUB ROMÁNTICAS: Una conversación necesaria, de Patricia Sutherland.

PERSONAJES:

DYLAN ❤︎ ANDY

EXTENSIÓN:

9.767 palabras ❤︎ 25 páginas

BASADO EN:

Los moteros del MidWay, 5. Noticias inesperadas. Menorca. Extras Serie Moteros 10