UN CAFÉ Y UN BESO. 

Un relato sexy y romántico sobre «el mejor chef

de la galaxia» y «la mejor organizadora de bodas del país» ❤️




- I -

Domingo, 26 de diciembre de 2010.

Casa de Dylan y Andy.

Cala Morell, Menorca.

De madrugada…


«Bieeeeeennnn», pensó Ciro al ver que Paula no hacía ademán de pedir un taxi como había sucedido las dos últimas (y únicas) veces que habían quedado. Despedirse de la reunión les había tomado un buen rato porque, según la familia, todavía era pronto para irse. ¿A qué le llamaba «pronto» la gente? Era la maldita una de la madrugada de un día que ni para Paula ni para él era un festivo. Además, ella le había comentado que su avión salía temprano por la mañana. Pero, quizás, con un poco de suerte…

—No sugiero un paseo porque está fresco, pero ¿qué tal un café?

La vio sonreír. Era una de esas sonrisas coquetas que a él lo encandilaban no solo porque como todas sus sonrisas era preciosa, sino porque en una relaciones públicas como ella tenían un significado especial. Vivía sonriéndole a todo el mundo por deformación profesional, pero esa sonrisa era coqueta de verdad y estaba destinada única y exclusivamente a él.

—¿Café a estas horas? Está claro que tu intención es mantenerme despierta toda la noche…

Toma ya.

A Ciro no se le había cruzado por la imaginación que eso fuera una posibilidad. Por supuesto, la idea le encantaba. Pero su intención al proponerlo había sido la de poder arañar un rato más a su lado. Los escasos momentos que habían pasado juntos los últimos seis meses habían volado en un suspiro. Pero ¿qué había de ella? ¿También quería arañar hasta el último minuto que estuviera en la isla para estar a su lado o solo coqueteaba? Era hora de averiguarlo.

—¿Toda la noche? Ya nos gustaría… Hoy trabajas y yo también. Y no somos de la clase que empalma una noche de juerga con un día de trabajo… Vale, el café no es una buena idea, ¿qué tal un ponche de crema? Conozco un sitio aquí cerca donde lo hacen estupendo.

—¿Aquí cerca? —Ciro asintió—. ¿Y estará abierto?

—Claro. Y si no, se abre para ti. Faltaría más.

Paula se cerró su abrigo negro entallado, largo hasta los tobillos. Era consciente de que le estaba sonriendo a las baldosas, pero no podía evitarlo. Sonreía de puro gusto. De haber tenido la ocasión de comprobar lo hábil que era Ciro y lo bien que estaba jugando sus cartas. Y cuánto le gusta a ella su forma de jugarlas. No se lo había dicho. Los breves momentos que habían pasado juntos apenas habían dado para confirmar que ambos deseaban que siguiera habiéndolos, pero algo que ella tenía muy claro era que la edad de flirtear por diversión había quedado atrás hacía mucho tiempo. Hablando claro; no tenía tiempo ni edad para tonterías. Otro en su lugar habría aprovechado para deshacerse en halagos e intentar mantenerla despierta toda la noche de la manera que «ellos» preferían hacerlo cuando se trataba de alguien del sexo puesto. Pero Ciro era Ciro.

—Cierto. Por un momento se me olvidó a qué familia perteneces. Será que tus pintas de friki me siguen despistando un poco…

Aún estaban junto a la entrada de la casa de Andy y las luces exteriores que, por decisión de otro friki, permanecerían encendidas hasta que hubieran atravesado la puerta al final del sendero, eran lo bastante intensas para que él pudiera apreciar las pequeñas arrugas que se formaban en sus ojos cada vez que sonreía, algo que hacía constantemente. Y también pudo comprobar una vez más el alucinante calor que irradiaba su sonrisa. Era un campo de fuerza al que le costaba muchísimo resistirse. Ciro tuvo que hacer el esfuerzo consciente de despegarse de aquel embrujo extraño que ella ejercía sobre él. Necesitaba poner a funcionar sus neuronas ya. Aprovechar la inesperada oportunidad de pasar unas horas con ella. 

Ella había hablado de «despistarse», pero él no creía que esa palabra estuviera en el diccionario de la «Gran Paula Seguí». Profesionalmente, habían coincidido dos o tres veces y no había apreciado despistes ni confusiones en su forma de proceder. Y si no los había a nivel profesional, dudaba que los hubiera a nivel personal. 

—¿Y cómo se supone qué deberían ser mis pintas? ¿Sobrias como las de mi abuelo o de modelo de Versace como las de mi tío?

Paula se congratuló por su agudísima intuición que, una vez más, había dado en la diana. Aunque públicamente la relación profesional de Ciro Montaner y Pau Estellés era irreprochable, a nivel personal las cosas no le resultaban tan claras. El primer indicio lo había tenido durante la cena. Ahora tenía el segundo; esa alusión al estilo modelo de pasarela de su tío escondía cierto recelo. ¿Envidia, tal vez?  

—¿Hay que elegir solo entre esas dos? Entonces, me quedo con las de tu tío. 

Claro, cómo no. Era la clase de elección que hacía el 99.99 % de las mujeres del lugar. Pau era el empresario de mayor prestigio y el soltero más codiciado de la isla…

Y la maldita piedra con la que le había tocado tropezar desde que tenía uso de razón. 

No le sorprendió que también fuera la elección de Paula, pero le escoció. Y su vanidad acusó recibo.

—¿Te imaginas cómo quedaría ese corte a lo «Jon Kortajarena» que él lleva, después de quitarme el gorro de cocina? Nah. No soy un Estellés, mi misión no es dominar el mundo. —Una sonrisa vanidosa brilló en su rostro al decir—: Me conformo con ser el mejor chef.

Paula no pudo evitar pensar que prefería mil veces más el corte estilo «Yon González» de Ciro que cualquiera que pudiera llevar su tío. Fuera con gorro de cocina o sin él. Pero no lo dijo en voz alta. En cambio, continuó observándolo con una sonrisa risueña, esperando que él acabara de abrigarse. 

Ciro se puso su chaqueta artesanal de estilo hippie, se enrolló su larga bufanda de forma que diera dos vueltas alrededor de su cuello y a continuación le ofreció su brazo que ella aceptó. Se dirigieron hacia la acera y abandonaron la casa de Andy mientras conversaban.

—¿Solamente el mejor chef? ¡Cuánta humildad! 

Ciro fingió meditar su respuesta durante unos instantes en los que Paula no dejó de sonreír en ningún momento. 

—Sí —concedió como restándole importancia y luego se echó a reír porque ni él mismo se creía lo que acababa de decir—. ¡De la galaxia!

—Ah, bueno, esto ya me suena más a ti… Había empezado a preocuparme… 

—¿En serio?

Se dirigían hacia donde Ciro había dejado aparcado su coche y Paula continuó andando a su lado con la vista al frente y la misma sonrisa imposible que no conseguía quitarse ni aún proponiéndoselo. Sacó a relucir su histrionismo, haciendo las delicias del chef.

—¡Claro! Mi arma secreta es captar los auténticos deseos de la gente, ser capaz de averiguar lo que realmente los mueve por dentro más allá de lo que dicen que les mueve. ¿Cómo crees que he llegado a ser quien soy? ¿Dándoles a mis clientes bodas bonitas, a secas? ¡Por favor! Cualquiera con un mínimo de formación en esta profesión puede organizar una «boda bonita».  

—¡Cuánta humildad! —repuso Ciro, riendo.

Paula asintió enfáticamente. 

—Y esa arma secreta no solo funciona a nivel profesional, ¿sabes? —continuó—. Siempre está a la caza, captando «ondas» que nadie más puede captar… Y lo que esas ondas me dicen sobre ti es que eres muy ambicioso. Mucho más que tu tío o que tu abuelo aunque tu apellido no sea Estellés. Y también me dicen que la humildad no es uno de tus puntos fuertes. Quieres el universo a tus pies, culinariamente hablando estás convencido de que te lo mereces y no tienes ningún inconveniente en decirlo abiertamente. —Lo miró por primera vez desde que había empezado a hablar—. Pero si ahora resulta que te conformas con ser el mejor chef «a secas», entonces está claro que algo que le pasa a mi arma secreta…

Ciro asintió repetidas veces con la cabeza. A su arma secreta no le sucedía nada. Lo cual era muy bueno para ella y no tan bueno para él. De Paula solo sabía que era capaz de captar su interés y mantenerlo cautivo a placer, y que lo lograba con preocupante facilidad. Todo lo demás que creía saber sobre ella era una mezcla de sabiduría popular (lo que se decía sobre ella) y ciertas deducciones basadas en lo que le había visto hacer o comentar. Necesitaba reducir esa ventaja de alguna forma, de modo que volvió a jugar fuerte.

—Y eso te preocupa porque… —Ciro dejó la frase inconclusa y giró la cabeza para mirarla en lo que fue una clara invitación a que ella lo hiciera.

Ya habían llegado al coche y ella se detuvo junto a él. Se puso las manos en los bolsillos de su abrigo y miró largamente a Ciro, como si lo estuviera estudiando, antes de responder:

—Porque tu falta de humildad es una de tus características más personales. Lo que te hace ser tú. A la gente le molesta, pero como está justificada se tienen que aguantar. Y tú lo sabes y lo disfrutas muchísimo.

—Pero a ti, por lo visto, no te molesta…

—Al contrario. Me parece de lo más sexy.

No solo su falta de humildad, pensó Paula. Todo él le resultaba tremendamente atractivo. Ese aspecto ausente, de tipo que siempre estaba inmerso en sus propios pensamientos. Su gran sentido del humor. Sus ocurrencias. Sus pintas un poco bohemias, un poco hippies que contrastaban tanto con las que se esperaba de un empresario de su nivel y con la de los hombres de su familia. Sus formas suaves, incluso delicadas, a la hora de relacionarse con el sexo opuesto… La lista era extensa y no dejaba de crecer. 

Ajeno al aluvión de cumplidos que desgranaba la mente femenina, Ciro se las arregló como pudo para sobreponerse a los efectos del único que Paula había dicho en voz alta.

—Te parece de lo más sexy —repitió el chef al tiempo que asentía con la cabeza incapaz de disimular cuánto le había gustado saber que algo en él le resultaba nada menos que «sexy». Le habían llamado muchas cosas en su vida, la mayoría agradables, pero… 

¿Sexy, él? ¿En serio? ¡Toma ya!

—Sí, mucho.

—Vaya… Gracias… En tal caso, no me quedará más remedio que seguir flagelando al mundo con mi pedantería, ¿no te parece? ¡Un chef premiado y, encima, sexy! ¡Lo más de lo más!

Se oyó el sonido de una cerradura cuando Ciro accionó el mando a distancia. Paula ni siquiera le dio la oportunidad de que intentara adelantarse para abrirle la puerta. Lo hizo ella misma.

—Un placer —repuso la mallorquina con una enorme sonrisa.

Y a continuación, ocupó el asiento del acompañante.



© 2021. Patricia Sutherland
«Un café y un beso»
(Fragmento)





Club Románticas, la zona Vip de Patricia Sutherland
Club Románticas, la zona VIP de Patricia Sutherland

Si eres miembro, pincha el enlace para iniciar sesión con tu usuario y contraseña, y disfrutar del relato completo online ¡o descargarlo, si lo prefieres!




Si aún no eres miembro… ¿a qué estás esperando? Club Románticas es el lugar ideal para las lectoras que siempre quieren más de sus personajes favoritos de mis series, solo tiene ventajas y con tantas cosas por contar de los personajes que ya conoces y tantos otros nuevos esperando su turno para salir a escena, ¡esto no ha hecho más que empezar!






Compártenos...

Would you prefer to share this page with others by linking to it?

  1. Click on the HTML link code below.
  2. Copy and paste it, adding a note of your own, into your blog, a Web page, forums, a blog comment, your Facebook account, or anywhere that someone would find this page valuable.
CLUB ROMÁNTICAS: Un café y un beso.

PERSONAJES:

CIRO ❤︎ PAULA

EXTENSIÓN:

20 págs ❤︎ 6.602 palabras

BASADO EN:

Los moteros del MidWay, 4. Extras Serie Moteros 10