A FUEGO LENTO 

Un relato sensual sobre Ike y Erin con las dosis habituales
de ternura y romanticismo
🩷



- I -

Lunes, 27 de diciembre de 2010.

Dublín, Irlanda.


Erin se detuvo en la cima de la escalinata de seis peldaños que conducía a la calle para cerrarse el abrigo y acomodar la bufanda. Su mente no estaba en lo que hacía sino en los pensamientos sumamente agradable que le rondaban por la cabeza. Le estaba sonriendo a la baldosas, era plenamente consciente de ello y de no haberlo sido, sus compañeros, siempre tan comedidos, se habrían ocupado de hacérselo notar al igual que le habían hecho notar la cantidad de mensajes que recibía últimamente y la cantidad de veces que la habían visto por la empresa con su móvil personal pegado a la oreja y una sonrisa soñadora en los labios. No se les escapaba una. Pero a ella le daba igual. Estaba en la nubes.

Aunque sonara cursi, así se sentía. Y el responsable tenía nombre y apellido; Ike Adams.

Todos los mensajes que suscitaban tanto interés en la imprenta eran suyos. Todas las veces que la habían visto por los pasillos de la empresa pegada a su móvil con una sonrisa imposible en la cara, era él con quien hablaba. La sensación de sentir sonar su móvil anunciando que había recibido un mensaje, abrirlo y encontrarse con un «¿qué tal llevas el regreso a la vida laboral? ¿Te han tenido secuestrada en una reunión interminable de esas de fin de año en las que te fríen a cifras y gráficas…? ¿O te han dejado tiempo para pensar un poquito en mí?».

Al mensaje solía suceder una llamada. Y su risa, esa risa suave, un poco pícara, con la que acababa admitiendo que solo llamaba por oír su voz y que no quería interrumpirla. Tras lo cual, le prometía que sería un buen chico y cortaba, dejándola con esa sensación de ser la mujer más especial del mundo.

Pero al cabo de un rato, su móvil volvía a anunciar que había recibido un mensaje… Y vuelta a empezar.

Así llevaban desde el día anterior, cuando se habían despedido en la puerta de la casa de Dylan, en Menorca.

«Dios… Entre que yo no puedo dejar de pensar en ti y tú no dejas de darme razones para hacerlo», pensó. Exhaló un suspiro. Los tres días que tenía por delante hasta volver a verlo se le harían interminables, pero, al menos, no serían días ociosos ya que tenía que trabajar, lo cual le aseguraba que sus ganas de verlo no la volverían loca todo el tiempo; solo cuando no estuviera trabajando.

Fue cuando se disponía a bajar el primer escalón que alzó la vista y se quedó de piedra. Junto a la farola, había una moto aparcada y cerca de ella, un hombre alto, vestido de negro. Llevaba un casco en un brazo, como si fuera una pulsera y otro en la mano. Erin soltó el aire en una mezcla de alegría y alucine. Apuró el paso hasta él.

—Madre mía, ¿qué haces aquí, Ike? 

Él se encogió de hombros. La miró con aquella mirada dulce y seductora a la vez que conseguía derretirla.

—No tenía nada mejor que hacer y me dije, ¿por qué no le das una sorpresa a tu chica? —Rió con un punto de desesperación—. La mayoría de los tíos solo tienen que coger el coche y recorrer unas cuantas calles. Pero yo soy yo, así que me toca cruzar el mar de Irlanda.

—¿Esa es tu excusa para matarme de ilusión; «no tener nada mejor que hacer»?  

Era su intención, no su excusa. Enamorarla. Sorprenderla. ¿Lo había conseguido? Ike analizó aquel hermoso rostro en busca de respuestas. Sus ojos soltaban chispas y la luz que emitía su sonrisa sería capaz ella solita de iluminar a medio planeta. 

—¿Tan grave es la cosa? —preguntó. 

Aquel tonito seductor sumado a esa sonrisa imposible de la que era dueño fue para Erin como una caricia recorriéndole la espalda; dulce, excitante, adictivo… Respondió agarrándolo suavemente del cuello de su chaqueta Barbour que él había abierto, y atrayéndolo hacia ella en un gesto de pura coquetería.

—Gravísima.

—Menos mal que tenemos un hospital cerca… —dejó caer él. Su mirada descendió ostensiblemente de los ojos de Erin a sus labios. Tuvo la impresión de que ella iba a besarlo, pero muy pronto comprendió que se quedaría con las ganas. Los labios de Erin se curvaron en una sonrisa que él conocía muy bien…

Y ella siguió coqueteando.

—¿Ese es tu plan, pasar la noche en un hospital de Dublín? Porque supongo que pasarás la noche aquí…

«Quizás no vayas a quedarte con las ganas después de todo», pensó Ike al ver el giro que daba la conversación.

—Depende —repuso, intrigante. 

Se miraban sonrientes, analizándose, desafiándose.

—¿De qué?

—De quién —la corrigió él.

Ella se señaló en un gesto gracioso y se acercó como si fuera a decirle un secreto. 

—¿De mí? —La mirada masculina se había vuelto muy intensa. Tanto que su sonrisa casual no consiguió disimularla. Ella acusó recibo y volvió a hacerlo al estilo Erin—. Pues si depende de mí, está hecho. 

Ike se había agachado para adaptarse a su altura y el aroma de  su perfume lo envolvió, haciéndolo sentir totalmente embriagado.

Pero Erin siguió coqueteando.

—Aunque no sé si será exactamente como esperas… Mi primera reunión de mañana es a las siete y media. Es una de esas de fin de año en las que te fríen a cifras y gráficas, ¿sabes a cuáles me refiero? —dijo citando la frase que él había usado aquella misma tarde—. Y como soy la jefa, no puedo faltar. Pero puedo acostarme tarde, eso sí… O no dormir… —Volvió a acercarse a él—. ¿Crees que ocho horas serán suficientes?

Ni ocho horas ni mil, ambos lo sabían. 

Erin no esperó respuesta, se puso de puntillas y lo besó sin más preámbulos. Ike respondió forzándola a abrir su boca al máximo. El beso fue largo para suceder en plena calle y frente al lugar de trabajo, donde todos podían verla.

Pero no fue sino el primero de muchos que compartirían aquella noche.



©️ 2021. Patricia Sutherland
«A fuego lento».
(Fragmento)




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CLUB ROMÁNTICAS: A fuego lento.

PERSONAJES:

IKE ❤︎ ERIN

EXTENSIÓN:

8.146 palabras ❤︎ 23 páginas

BASADO EN:

Los moteros del MidWay, 5. Extras Serie Moteros 11