DYLAN & ANDY. 37 SEMANAS


Quinto relato de la mini-serie dedicada a un momento superespecial de la pareja protagonista de Lola
(Serie Moteros # 3).





Martes, 19 de julio de 2011.

Casa de Dylan y Andy.

Cala Morell, Menorca.


[...] Dylan había aprovechado que Andy estaba en el gimnasio para recoger la compra del supermercado y también unas cosas que habían encargado en la tienda infantil para la habitación de las niñas. Ahora, conducía de regreso a su casa mientras pensaba en lo que últimamente ocupaba sus pensamientos buena parte del día; sus mellizas.

No corría prisa porque las primeras semanas las bebés estarían con ellos, en el dormitorio matrimonial, pero su habitación ya casi estaba terminada. A falta de las cortinas, que las habían encargado a medida, y un par de detalles más. En un principio habían considerado la alternativa de que las tres pequeñas compartieran la habitación, ya que era muy grande. De hecho, habían empezado a cambiar los muebles de sitio para acoger los nuevos. Pero al final habían decidido que lo mejor era darles a las mellizas un espacio independiente para no perturbar el descanso de Luz. Por más tranquilas que fueran, dos bebés recién nacidas marcaban un ritmo propio a la dinámica familiar. Además, tanto Andy como él querían que Luz siguiera manteniendo su estatus de princesa de la casa y una princesa debía tener su propio espacio, qué menos. Hasta el momento, Luz se mostraba muy ilusionada con sus dos hermanitas, con quienes se comunicaba en su media lengua a través del vientre materno a cada rato; le encantaba encaramarse a la barriga de su madre y hablar con las bebés. Bajo ningún concepto querían que se sintiera desplazada. 

Al llegar a su calle, vio con disgusto que había un coche aparcado en su entrada de garaje. Un coche que reconoció de inmediato. 

Hay que joderse.

Dejó su propio coche fuera, cogió las bolsas del maletero y cargado con ellas entró en su jardín por la entrada de peatones. Accionó la apertura de la puerta de calle con su voz.

—¿Dónde está la princesa de la casa? —dijo en alto una vez que hubo entrado en la vivienda. Su voz retumbó en el amplio pasillo de la vivienda de estilo mediterráneo.

Sonrió de oreja a oreja al oír la vocecita de la susodicha respondiendo desde el salón:

—¡Aquííííí! ¡Papi, papi...! 

Y casi al mismo tiempo, empezó a oír sus pequeños pasos acercándose a la carrera.

La mayor maravilla del mundo en versión mini apareció muy pronto en su campo visual. Llevaba el cabello suelto, y el vestido sin mangas color coral con dos hileras de volantes y las sandalias a juego que él había dejado en su vestidor para que su padre le pusiera. No solían llevarla al hospital cuando Andy tenía que hacerse una ecografía. Esos días era su abuelo quien se encargaba de levantarla, vestirla y darle el desayuno. 

Dylan dejó las bolsas en el suelo y se aprestó a recibirla con los brazos abiertos.

La estrujó amorosamente y la hizo volar a su alrededor mientras Luz reía encantada.

—¿Cómo estás, preciosa mía? ¿Bien? ¿Qué hacías? —empezó a preguntarle.

Luz era histriónica, sumamente expresiva. Hablaba con bastante fluidez pero le encantaba hacer gestos. La mayoría de las veces respondía asintiendo o negando con la cabeza varias veces, sacudiendo sus ricitos y, por supuesto, sonriendo. La pequeña hacía honor a su nombre a cada instante; era un rayito de sol.

—¿Jugabas con el tío? —Luz negó con la cabeza—. ¿Cómo que no?, ¿dónde está Danny?

La niña señaló vagamente la dirección en la que estaba la habitación de invitados.

Numiendo —repuso.

Dylan abrió mucho los ojos haciéndola reír.

—¿Todavía durmiendo? —La niña afirmó con la cabeza hasta tres veces, mostrando sus preciosos dientecitos en todo momento—. ¡Será dormilón! ¡Esto no puede ser! ¿Vamos a sacarlo de la cama? ¿Qué dices?

—¡Síííííí! —exclamó la pequeña, traviesa.

Danny pasaba muchas noches en casa de su hermana. No tenía que ver con haberse peleado con Anna, sino con el embarazo de Andy. A medida que el muchacho se hacía mayor, se había vuelto muy compinche con su ahora única hermana. El embarazo los había unido mucho más aún. A veces, les daban las tantas jugando a cartas o mirando una película y al acabar, Danny se quedaba a dormir. Su disgusto -en realidad, sus celos- hacia Jaume, el hombre con el que Anna se casaría en septiembre, ahora que había obtenido el divorcio del padre de sus hijos, se diluía con el paso del tiempo. La verdad era que adoraba a su madre y no podía estar a malas con ella. 

En aquel momento, Brennan Mitchell apareció en en el pasillo. Se dirigió hacia Dylan, ayudado de su bastón. 

—Hola, hijo... —dijo haciéndole una carantoña a Luz—. El abuelo de Andy está aquí. Iba avisarte, pero Danny duerme todavía y me daba no sé qué dejarlo solo en el salón.

Él torció el gesto. 

—Ya. Me he encontrado su coche bloqueando mi entrada de garaje. ¿Hace mucho que está aquí?

Brennan tuvo que esforzarse para no sonreír. A su hijo le fastidiaba más esa costumbre tan típica en la familia de su mujer de aparcar el coche en donde les venía en gana, que tener a aquel hombre, que no era especialmente de su agrado, esperándolo en el salón.

—No, no... Acaba de llegar. Y me parece que no se trata de una visita de cortesía. 

Dylan soltó el aire por la nariz. Que constara en acta que estaba de los Oriol Martí y de los Estellés hasta las mismísimas pelotas.

—Vale. ¿Puedes encargarte de despertar a Danny? 

—Claro.

—Bien. Esta princesita y yo vamos a ver qué se le ofrece a Don Frascesc, ¿verdad, peque? —dijo forzando una sonrisa que dispersara su incipiente cabreo.


* * *


Lo que se le ofrecía a Don Francesc era meter sus narices en lo que no le incumbía, pensó Dylan armándose de paciencia. Al menos, tenía que agradecerle que, fiel a su estilo, no le hiciera perder el tiempo con formulismos banales cuando quedaba claro que socializar no era la razón que lo había conducido hasta allí.

En tal caso, pensó, le devolvería la cortesía.

—Con todos mis respetos, no se qué pintas tú en este asunto, pero si tienes algo que decir y, sin que sirva de precedente, te escucho. Eso sí, será en la cocina porque tengo que ponerme con la comida —se agachó a hablar con Luz, que se había puesto a pintar un cuaderno sobre su manta de jugar dispuesta sobre el suelo del salón—. Ven con papi. Seguimos pintando en la cocina, ¿quieres? —Cuando la niña sacudió los ricitos mostrando su acuerdo, Dylan cogió las bolsas de la compra y se puso en marcha sin más, seguido por la pequeña.

Francesc también tenía que agradecerle a su nieto político que no se anduviera con florituras. Lo encontraba estridente y descarado con su cráneo rasurado, sus vaqueros superceñidos y sus camisetas de lycra sin mangas que dejaban al descubierto una piel cubierta de tatuajes. Demasiado cubierta, en su opinión. Pero, a su manera, le apreciaba. También le respetaba por haber llegado tan alto en su profesión.

Sin embargo, en el asunto que se traía entre manos no estaba de acuerdo con él en absoluto. De ahí, que hubiera decidido intervenir.

Una vez en la cocina, Francesc se sentó a la mesa y se quedó esperando (im)pacientemente a que Dylan acomodara a la niña en su trona, guardara las cosas que traía en las bolsas y finalmente, reuniera los ingredientes necesarios para lo que iba a preparar. Cuando al fin también ocupó una silla frente a él, le dijo:

—¿Se puede saber a santo de qué te has puesto tan cabezón con la bendita agenda, Dylan? Has hecho instalar un sistema carísimo para poder controlar a distancia el desarrollo de las obras cuando lo que deberías es hacerlo in situ. Es Mallorca, no El Congo. Está al lado, el vuelo dura cuarenta y cinco minutos. ¿Por qué tienes a todo el mundo en jaque por que mi nieta esté esperando mellizas? Está embarazada, no enferma terminal.

¿«Embarazada, no terminal»? Joder, qué tunda te daría… Las mandíbulas del irlandés se tensaron tanto que cualquier otra persona en el lugar de Francesc Estellés, se habría levantado de la silla y se habría marchado rápidamente, intentando no añadir más leña al fuego ni por casualidad. El abuelo de Andy no era como cualquier persona y continuó allí, esperando una explicación.

—Tu información no está actualizada —repuso, muy seco. Había sido una forma suave de decirle que no tenía ni la más remota idea de lo que estaba hablando—. Primero, la agenda se acordó por ambas partes al firmar el contrato el año pasado antes de saber que tu nieta, o sea, mi mujer, estaba embarazada. Segundo, no soy yo quien quiso instalar ese sistema, sino tu cuñado. Hay un ingeniero in situ, encargándose de todo, pero a Domènech, por lo visto, ahora se le ha antojado que sea yo y no Thomas. Ese es su problema, no el mío.

La llegada de Brennan interrumpió la conversación un momento mientras él se sentaba también alrededor de la mesa.

—Y tercero, no me digas lo que debería hacer —remató Dylan. Brennan intentó que no se notara la sorpresa de escuchar a su hijo hablarle a aquel hombre de aquella manera—. No solo porque no eres quién, que sería suficiente razón, sino porque estoy haciendo lo que tengo que hacer. Siempre lo hago. Imagino que no creerás que me pagan lo que me pagan por mi bonita cara, ¿no?

Dicho lo cual, Dylan le hizo una carantoña a Luz y a continuación, se puso a picar pimientos como si no acabara de soltar una bomba de tres megatones en su propia cocina.

Brennan notó enseguida que al abuelo de Andy no le habían sentado nada bien las palabras de su hijo. Decidió intervenir.

—¿Qué tal si tomamos un refresco o una cerveza? —ofreció, gentil.

Dylan no lo ayudó en su intento de evitar que todo saliera volando por los aires.

—Yo estoy bien —dijo sin más.

—Pero yo no —repuso su padre— y seguro que Francesc tampoco. Hace mucho calor, nos vendrá bien algo fresco.

—Sí, gracias, Brennan. Eres muy amable. Una gaseosa me vale.

En efecto, Francesc se había envarado. Su aprecio por aquel tipo tatuado hasta las cutículas no era tan grande para permitirle que le hablara de una forma que nadie se atrevía a emplear con él. 

Y mientras Brennan iba a por las bebidas, Franscesc empezó a mostrarse tan políticamente incorrecto como era habitual en él.

—Exacto —espetó—. Te pagan una fortuna para que vengas tú ahora y te permitas todos estos caprichos de diva… 

«¿Caprichos de diva?», pensó el irlandés. «Aquí el único que va de diva es el cliente». Era el típico ricachón ávido de atención que no podía vivir si no tenía a un séquito de palmeros siguiéndolo a todas partes, atentos a sus ocurrencias y, por supuesto, dispuestos a complacerlas de inmediato.

—… Como retrasar tu viaje hasta mañana porque hoy le hacían una ecografía a Andy, por ejemplo. ¿No puede ir sola... o con su madre? ¡¿Es que nos hemos vuelto todos locos o qué?! —exhaló el aire en lo que pareció más la reacción de un toro a punto de embestir, que el bufido de un ser humano, y continuó en el mismo tono exasperado—: Mi cuñado no te pide lo que te pide porque sí. Hay muchísimo dinero en juego y varios interesados en quedarse con una parte del pastel. Mejías está encantado contigo. —Se refería al máximo responsable de la empresa cliente—. No quiere a otro más que a ti, pero no le gusta tu ingeniero. Será muy capaz y todo lo que tú quieras, pero no le cae bien. Esa es la razón de que tengas a Domènech dando por culo, como una mosca cojonera. ¿Lo entiendes o necesitas que te lo deletree? 

Dylan miró de reojo a Luz. La pequeña acababa de alzar la vista, sobresaltada. No hacía pucheros, pero tampoco había rastros de una sonrisa en su preciosa carita.

—Lo que necesito es que te calmes y bajes la voz —exigió el irlandés, igual de envarado.

En aquel momento, se produjo una nueva interrupción. Era Danny. Al ver a su abuelo allí, se limitó a dirigirse a la nevera, de la que cogió un yogur para él y otro para Luz. A continuación, fue hacia su sobrina y después de recibir la efusiva bienvenida de la niña, la sacó de la trona y se encaminó a la puerta con ella sin decir agua va. Algo que Francesc, en su enfado, le hizo notar.

—Se dice buenos días.

El joven le dedicó una mirada desdeñosa.

—Ya lo sé —repuso. Tras lo cual salió y cerró la puerta.

Un bufido precedió el nuevo ataque de rabia de Francesc Estellés.

—¡Menudo maleducado! Ese crío trata a todo el mundo como si estuviera perdonándoles la vida...

Dylan sonrió con ironía. 

—A todo el mundo, no; a ti. ¿Será que no tiene gran cosa que decirle a alguien que lo ha ignorado durante catorce de sus dieciséis años de vida? Quizás sea eso, ¿no lo has pensado?

—¿Cómo dices? ¡Pero…! ¡Eso no es asunto tuyo! —espetó Francesc.

—A ver, por favor, un poco de calma —intervino Brennan, temiéndose lo peor. Y no por cómo se estaba calentando el abuelo de Andy, sino porque ahora tenía más claro que nunca que a su hijo se le había acabado la paciencia. 

—Ahí le has dado —reconoció Dylan. El alivio del anciano irlandés duró un suspiro, lo que Dylan tardó en aclarar que no era a su petición de calma a lo que se estaba refiriendo—. No es asunto mío por qué le diste la espalda a tu hija durante tantos años. Por la misma regla de tres, no es...

Dejó de hablar cuando su móvil empezó a sonar. Al ver el nombre que se iluminaba en la pantalla, la expresión de su rostro, su talante, todo él, dio un giro de noventa grado.

—¿Tan pronto? —se anticipó— ¿Qué pasa, Tina se ha cansado de que tu barriga le estorbe todo el tiempo y te ha enviado de vuelta a casa? 

No es tan pronto, calvorotas. Llevo más de hora y media aquí. Y no, no es ella quien se ha cansado, soy yo. Estoy molida… Necesito echarme en el sofá y que un alma caritativa me de un buen masaje en los pies. ¿Sabes de alguien que se ofrezca voluntario?

Lo primero en lo que reparó Dylan fue en que había perdido la noción del tiempo. No era pronto. De hecho, era tarde, lo que quería decir que iba más retrasado con la comida de lo que creía. En el caso de los adultos, no tenía importancia, pero en el de Luz, sí. La niña debía comer a sus horas. Lo segundo en lo que reparó fue en que, a pesar del tono mimoso de Andy, también había fatiga en su voz. Sonaba a estar molida de verdad.

—Eso ni se pregunta. Quédate en la recepción, no pases calor. Salgo ahora mismo, ¿vale, nena?

Eres mi héroe —la oyó decir, envuelta en un suspiro, antes de colgar.

Dylan se puso de pie de inmediato.

—Se acabó la conversación —sentenció, dirigiéndose a la puerta—. Si a tu cuñado ahora le viene mal una agenda más que acordada y bendecida por todos, que rescinda el contrato por mis servicios y se busque a otro. Yo voy a recoger a mi mujer que no va ni irá sola a ningún lado mientras ella me necesite. Y, por cierto —desde la puerta, se volvió a mirar al abuelo de Andy—, hay un vado permanente en la entrada de mi garaje. ¿Entiendes lo que significa un vado permanente o te lo tengo que deletrear? ...



©️ 2023. Patricia Sutherland
«Dylan & Andy. 37 semanas».
(Fragmento)






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Dylan & Andy. 37 semanas. Contenido exclusivo de 
Club Románticas (Original).

PERSONAJES:

DYLAN ❤︎ ANDY

EXTENSIÓN:

8.619 palabras ❤︎ 20 páginas

BASADO EN:

Los moteros del MidWay, 5. Noticias inesperadas. Menorca. Extras Serie Moteros 10