Es el mes de julio y las mellizas Mitchell acaban de llegar al mundo provocando ríos de ternura e ilusión en sus más allegados, pero aunque ellas aún no lo saben, también son el catalizador de un cambio trascendental en la vida de su tía Erin 🥰.
Miércoles, 20 de julio de 2011.
Bar The MidWay.
Hounslow, Londres.
Ike esperó a que al personal se le pasara la euforia para defender por enésima vez aquella tarde por qué no era una buena idea presentarse en casa de Dylan el fin de semana. Entre el número de cervezas que habían bebido con la excusa de brindar con cada nuevo colega que llegaba al bar y la euforia propia de la noticia estaban insoportables. Maverick lo miraba con cara de «paciencia, hermano» y seguía atendiendo la barra, como si tal cosa. Lo cual a Ike no le extrañaba en lo más mínimo; con Shea embarazadísima, a un mes de salir de cuentas, y su trabajo en aquel bar, que no dejaba de recibir cada día más clientes, al pobre hombre no le quedaban ganas de nada más. Y a él, tampoco, la verdad. Lo último que le apetecía era tener que estar lidiando con los moteros del club. Prefería mil veces estar en casa, en la terraza, tomando una copa con Erin. Pero dado que eso tampoco era una opción…
Ike exhaló un suspiro de puro hartazgo y volvió a intervenir.
—Tíos, ¿de qué va todo esto?
—¿Cómo que de qué va? —dijo Dakota.
La barra estaba al completo y no se detuvo para hablar. Evel sí lo hizo. También estaba del otro lado de la barra echando una mano, aunque a juzgar por la cara de Maverick, no lo estaba haciendo demasiado bien.
—Digo lo mismo que Dakota. ¿Cuál es el problema?
Ike miró a Evel asombrado. No acababa de entender cómo era posible que alguien del que todo el mundo decía que era un hombre considerado y caballeroso, le estuviera preguntando qué problema había en presentarse en la casa de una mujer que acababa de dar a luz no uno, sino dos bebés. ¿Acaso no era evidente?
—Mira, no me hagas mucho caso porque lo que te voy a decir no es información que yo haya verificado personalmente, pero ¿tú crees que Andy estará en condiciones de atender visitas? Dicen por ahí que parir es un tema muy serio.
Su tono, aunque correcto, rezumaba sarcasmo. Comprendió que había surtido efecto al ver que aquel brillo incómodo en los ojos del motero.
—Tienes razón… No había pensado en eso…
—¿En qué tiene razón, si se puede saber? —volvió a decir Dakota. Tampoco se detuvo esta vez.
Ike y Evel intercambiaron miradas. Fue Evel quien respondió la pregunta.
—En que Andy no va a estar para aguantarnos, tío. Físicamente, quiero decir.
Dakota se detuvo en seco al oírlo y volvió la cabeza con la ironía pintada en la cara.
—Joder. Mi mujer tampoco estaba en condiciones cuando tú, tu mujercita y toda tu familia política tomasteis mi casa por asalto el mismo día que nació Romina, y en ningún momento me dio la impresión de que eso te preocupara. ¿Ahora sí te preocupa? Venga ya, Evel. Aparte de todo, —su mirada se centró en Ike ahora—, ¿vas a decirnos que te vas a quedar en tierra este fin de semana? Sé por Shea que Erin irá. ¿Tú no? Déjate de gilipolleces, hombre.
Evel regresó su mirada a Ike.
—¿Tú vas a ir? —le preguntó.
—Yo soy como de la familia.
El motero esbozó una sonrisa capciosa.
—¿Desde cuándo? ¿Tan serias están tus cosas con la hermana del irlandés?
Para entonces, la conversación ya no era solo entre Evel y él, sino entre Evel, él y una docena y media de orejas moteras cuyos dueños hacían que bebían sus cervezas aparentemente ajenos y, lo que en realidad hacían, era no perderse un solo dato.
Ike notó que la sangre empezaba a acumularse en sus mejillas. La razón no era que esos tíos supieran asuntos de su vida privada que no les incumbían, sino más bien que el estado de «sus cosas con Erin» no eran todo lo serias que a él le gustarían.
—Lo que quiero decir es que a la familia la das por hecho. Te incomoda más o te incomoda menos, pero sabes de antemano que forma parte del plan. En todo caso, nadie de la familia se va a ofender porque los dejes en el salón, mirando la tele, y te vayas a acostar, si no te encuentras bien. Las visitas no deseadas son totalmente otra cuestión. Eso, por no mencionar, que estamos hablando de una mujer que acaba de dar a luz. Y que yo sepa, no disfrutan precisamente de dejarse ver cuando están convalecientes… Pero, mirad… Ya paso de este tema. Haced lo que queráis, yo me voy con mi chica.
Dakota era una de esas orejas que había estado pendiente del asunto desde el principio y esta vez sí que se detuvo.
—No es una mujer, es Andy. Sabe que puede dejar de aguantarnos cuando le dé la puta gana y no pasa nada. Además, tío… Esto no va de Andy, va de Dylan. ¡Ha sido padre por partida doble! ¡Qué clase de colegas somos, si no lo emborrachamos hasta que se caiga redondo y haya que llevarlo a rastras a la cama!
* * *
Mientras tanto, en el despacho de Shea…
—¡Mira, mira, mira…! ¡Ay, son preciosas!
Erin entró en la oficina de su hermana como una tromba. Llevaba el móvil en la mano y una expresión de embeleso total en su rostro. Era tal su ilusión por ver a sus sobrinas recién nacidas, que ni siquiera había caído en la cuenta de que Dylan le había enviado las fotos a las dos.
Shea alzó la vista de su propio móvil con una sonrisa muy similar a la de Erin.
—¡Sí, madre mía, ¿has visto qué maravilla?! ¡¿No es increíble que nos hayamos convertido en tías por partida doble?! ¡Te juro que cada vez que pienso que son hijas de Dylan, hay un momento en el que creo que estoy de broma! En plan, «¿cómo van a ser hijas suyas? ¡No digas tonterías, chica!».
Erin fue directa hacia el escritorio de Shea. Cogió la silla de las visitas, la arrastró al otro lado de la mesa y se sentó junto a su hermana, las dos mirando la misma foto en sus respectivos móviles. Las dos maravilladas por igual.
Las bebés estaban en su nido de dos plazas. Zoe ocupaba la mayor parte del espacio y tenía los brazos hacia arriba, a cada lado de su cabeza. Coral estaba más abajo, con la cabeza debajo de la axila de su hermana. Al igual que ella, estaba boca arriba, pero inclinada ligeramente hacia el cuerpo de su hermana, sobre el que apoyaba uno de sus brazos. Ambas dormían y estaban parcialmente cubiertas por una manta de color beis. Zoe, menos cubierta que Coral, ya que había sacado una pierna por fuera de la manta. El comentario de Dylan decía: «Mis dos princesas bebés. ¿Adivináis quién es quién? Pista: en las ecografías acaparaba igual que en la vida real».
Aunque Dylan no lo mencionó, había tomado la foto después de que las niñas se alimentaran con leche materna por primera vez. De ahí, que durmieran tan plácidamente. Según las dos experimentadas enfermeras que los habían ayudado en el proceso, la primera toma había ido de maravilla.
—La de la derecha es Zoe y la otra cosita chiquitita es Coral… Qué hermosura.… Oye, ¿no son esos los enteritos que les regalamos? —Erin miró a Shea y la vio asentir.
—Dos de ellos… ¡Solo con nuestros regalos tienen suficiente para llenar un guardarropa! —bromeó Shea. Llevaban meses haciendo regalos conjuntos a sus sobrinas. Cuando Erin residía en Dublín, se consultaban por móvil el regalo a comprar, que a veces viajaba hasta Menorca con remitente de Irlanda y otras de Londres, pero siempre eran regalos hechos en nombre de las dos. De los cuatro, en realidad. La tarjeta que siempre acompañaba el paquete en cuestión ponía; «con cariño, vuestros tíos Shea, Erin, Ike y Maverick».
—Tías por partida triple —dijo Erin, corrigiendo a Shea—. Como te oiga Dylan, te va a poner los puntos sobre las íes…
—Claro, mujer. Era una forma de decir… —repuso ella algo incómoda—. Luz es tan nuestra como las mellizas… Qué dulce es esa niña. Mírala, Dylan la llama lo que es; un rayito de sol.
Shea se refería a una segunda foto en la que aparecía Luz. Su tío Danny la sostenía a la altura del nido infantil para que las tres hermanas, dos dormidas y una sonriendo a la cámara, aparecieran en el encuadre. En este caso, el comentario de Dylan decía: «mi rayito de sol fardando de sus hermanitas. ¡Está para comérsela!».
—¡Tengo tantas ganas de conocerlas que no me aguanto! —exclamó Erin—. Qué pena que vivan en Menorca. Si estuvieran aquí, hasta sus propios padres tendrían que pedir hora para verlas un ratito —se rio.
Shea sonrió para sus adentro y lo soltó sin anestesia:
—Y si tienes tantas ganas de bebés, ¿a qué estás esperando? —posó sus manos sobre su prominente barriga—. Yo ya tengo lo mío. Solo faltas tú.
Erin apartó la mirada consciente de que el brillo de sus ojos la estaban delatando. Ser madre de una familia numerosa era el mayor sueño de su vida. Un sueño que, tras la muerte de su prometido y el paso de los años en soledad, creyó perdido para siempre. Un sueño que había renacido al conocer a Ike y estaba en su mente constantemente. Haciéndose un poquito más real cada día que pasaba.
—Déjame disfrutar un poco. Para una vez que tengo un hombre que la sabe meter como los dioses…
A Shea se le subieron los colores y los calores.
—¡Erin! ¡Por amor de Dios!
—¿Quééé? ¿Qué he dicho? —repuso ella entre risas. Le encantaba incomodar a Shea con sus alusiones de tipo sexual.
—¿Te haces una idea de lo incómodo que resulta hablar con Ike después de saber todo lo que me cuentas sobre él?
—Y eso que no te lo cuento todo —continuó Erin y separando sus manos de manera muy gráfica, sonrió—: Imagínate. ¿Me entiendes ahora? ¡Menudos empotramientos, hermana!
—¡Mierda, Erin! ¡Calla YAAA!
Las risas duraron un buen rato. También el acaloramiento de Shea, ya que Erin carecía de filtros y se mostraba tal cual era, especialmente, cuando estaba con ella. Las hermanas estaban mucho más unidas que siempre desde que Erin se había trasladado a Londres para suplirla durante su baja de maternidad.
—Bueno, querida, vamos, que te acompaño a casa —dijo Erin, tendiéndole sus cosas a Shea—. Te recuerdo que estás de baja y no deberías asomarte por aquí.
Shea se levantó del sillón despacio y con evidente esfuerzo. No llevaría mellizos en su vientre, pero su único bebé pesaba ya tres kilos doscientos cuarenta gramos, y todavía le quedaban cuatro semanas para salir de cuentas. Tenía la piel de la barriga tan tirante, que parecía como si fuera a rasgarse en cualquier momento.
—Lo sé, pero ya me conoces. No puedo pasar tanto tiempo sin hacer nada. La ansiedad me vuelve loca. Y, encima, el pobre Mav está haciendo turno doble… ¡Hasta han tenido que recurrir a Evel!
—No sé si eso arregla las cosas o las empeora —bromeó Erin. Se trataba de una broma muy extendida en el bar, que aludía a que las cualidades del socio capitalista como barman dejaban mucho que desear. A ella le parecía que exageraban. Evel se las apañaba razonablemente bien. No era tan eficiente como Maverick, pero ¿quién lo era? Ni siquiera Dakota era tan bueno detrás de una barra.
—Ya. De momento, está consiguiendo que a Andy se le llene la casa de gente el próximo fin de semana. Menuda idea, de verdad. Cómo se ve que no son ellos los que paren —comentó con evidente molestia.
Erin opinaba lo mismo, pero dado que Shea estaba ya bastante sensible con aquel asunto para arrimar más leña al fuego, optó por seguir bromeando.
—Qué dices. Si parir dependiera de ellos, ya nos habríamos extinguido, y eso sería malísimo. Porque no estaríamos aquí. Así que ni tú podrías despertar a tu maridito en mitad de la noche… ¡Ni yo me daría los revolcones épicos que me doy con Ike! —exclamó.
Shea la miró asombrada y abochornada a partes iguales.
—¿Y cómo sabes tú…? —dejó la frase a medias, sus mejillas ardiendo.
Erin soltó una carcajada.
—Los hombres también hablan entre ellos, ¿sabías? —le dijo, al tiempo que movía las cejas sensualmente.
La mandíbula de Shea parecía a punto de descolgarse cuando dijo:
—No me digas que Maverick le ha contado a Ike que…
No se lo había dicho a Ike, sino a Dylan. Pero a los efectos daba igual.
Erin se limitó a asentir varias veces con la cabeza mientras se tronchaba de la risa, viendo como el rostro, ahora más rubicundo de su hermana, pasaba por toda la paleta de rojos. [...]
©️ 2024. Patricia Sutherland
«Vivir a fondo».
(Fragmento)
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