La llegada de un hijo cambia por completo la vida de sus padres, ¡imagínate si son dos! ¿Y qué pasa cuando esas dos nuevas personitas llegan al seno de una familia numerosa, que además cuenta con decenas de amigos?
Momentos de risa, de alegría, otros de total asombro, sorpresas, visitas inesperadas… Y mucha, muchísima ilusión es lo que encontrarás en Días de ilusión, 1, el primero de una serie de relatos a través de los cuales me propongo capturar lo que pasa en la vida de Andy y Dylan (y su familia y amigos -moteros y no moteros-, por supuesto) tras el esperado nacimiento de sus mellizas.
Miércoles, 20 de julio de 2011.
Centro hospitalario.
Ciudadela, Menorca.
Andy se llevó un dedo a los labios para indicarle a Tina que no hiciera ruido. Ella era la única despierta en una habitación donde había otros cuatro seres humanos.
Lo primero que hizo Tina fue ir hasta la cama y darle un beso cariñoso.
—¿Me echarás, si te pregunto cómo estás? —dijo, hablando en susurros.
Andy se las arregló para esbozar una ligera sonrisa. Estaba tan dolorida, que no lograba quedarse dormida. Le habían dado un analgésico, pero, hasta el momento, le había hecho el efecto equivalente a un sorbo de agua.
—¿Hacemos de cuenta que ya te he respondido y seguimos hablando de otra cosa? Casi mejor, habla tú. Como ves, ni voz tengo.
Tina la rodeó parcialmente con sus brazos al tiempo que sonreía.
—Vale. Intentaré hacerte preguntas que puedas contestar moviendo la cabeza. —Buscó su mirada—. Pero antes que nada, ¡enhorabuena, cari! ¡Tus dos niñas ya están aquí, lo que quiere decir que ya tienes el título de madre oficial del año!
—Gracias, Tina —murmuró—. Coge una silla y tráela hasta aquí.
Tina obedeció y al dirigirse hacia el otro lado de la cama, vio a Dylan en el único sillón cama de la habitación. No era de su tamaño, por lo que la parte final de sus piernas colgaba fuera del colchón. Estaba tendido boca arriba, con la cabeza inclinada hacia la pared. Un brazo sobre su estómago y el otro colgando por el costado del sillón. Ni siquiera se había sacado las zapatillas. Parecía dormir profundamente, algo que Tina confirmó al pasar a su lado y coger la silla sin que Dylan hiciera el menor movimiento.
Pero antes de sentarse junto a Andy, fue a conocer a sus sobrinas postizas. Las recién nacidas estaban en un nido doble, ambas boca arriba, con los brazos por encima de la cabeza. Una de las niñas estaba más arriba que la otra y ocupaba más espacio útil. Eso le permitió deducir quién era quién, ya que no había, por el momento, otras diferencias destacables entre las bebés. Eran dos pequeñas hermosuras de piel blanca y, a juzgar por el color de la pelusilla que recubría sus cabezas, eran rubias, como su padre. Constituían todo un espectáculo de ternura y belleza que emocionó a Tina por partida doble, puesto que eran las hijas recién nacidas de su mejor amiga.
Sin embargo, había otro espectáculo que no tenía nada que envidiarle al primero; Luz dormía junto a sus hermanas, en una cuna de pequeñas dimensiones. Una de sus manitos asomaba por fuera entre dos barrotes y estaba apoyada en el borde del nido, como si, ya desde tan niña, estuviera diciéndole al mundo que ese era su lugar, junto a sus hermanas, cuidando de ellas.
—¡Son una maravilla, Andy! ¡Qué bebés más tiernas…! ¡Son hermosas! —murmuró, mientras las miraba embelesada—. Y sé que me repito, pero Luz es… Qué ternura de niña. Mírala —señaló la mano que la pequeña tenía sobre el nido—, ¿no es para comérsela?
El efecto fue inmediato en Andy; al oír las palabras de Tina, sus ojos se llenaron de lágrimas. En parte, era consecuencia de su extrema sensibilidad tras el alumbramiento, pero también tenía que ver con Luz. A veces, tenía la sensación de que la pequeña no era de este mundo. Era imposible no recordar las circunstancias en la que había llegado al mundo. Y, sin embargo, desde que había salido de la UCI neonatal, la pequeña había abrazado la vida llena de ímpetu y alegría. Llena de agradecimiento, como si una parte de ella fuera consciente de cuánto le había costado sobrevivir, y no estuviera dispuesta a malgastar un solo minuto.
—¡Ay, perdón, perdón, perdón…! —Tina enseguida abrazó a su amiga—. Tu marido va a matarme por hacerte llorar…
—Shhh… Que lo vas a despertar —dijo Andy. Su voz salió con gorgoritos y Tina se echó a reír.
—Mejor, calla, nena, y empieza a comunicarte por señas.
Después de un rato deleitándose con sus sobrinas, Tina ocupó su asiento frente a Andy y se dedicó a su amiga.
—¿Duele mucho?
Andy controló con la vista que Dylan continuaba durmiendo y recién entonces, hizo un ligero movimiento de asentimiento con la cabeza.
—¿La vagina? —continuó Tina.
Andy movió el brazo muy despacio, abarcando un espacio que, prácticamente, solo dejaba sus pies fuera del área dolorida. Luego, añadió en voz muy baja:
—Pero lo peor son los riñones, esa parte de la espalda.
Tina no se lo pensó dos veces. Se levantó de la silla y se inclinó sobre la cama.
—Te pongo de lado, ¿quieres? Necesitas dormir un poco…
Andy puso cara de dolor.
—Con mucho cuidado —le advirtió.
—Sí, tranquila. Ya sabes que soy como un meteoro de rápida. Cuando quieras darte cuenta, ya estarás de costado.
Ya había introducido una mano por debajo de la espalda de Andy, cuando alguien intervino.
—Gracias, meteoro, pero déjame a mí —dijo Dylan. Sin darle margen a nada, levantó el cuerpo de su mujer lo suficiente para ejecutar la maniobra, y a continuación, la ayudó a ponerse de costado—. ¿Estás bien así?
Andy le dedicó una mirada cargada de amor y agradecimiento y asintió.
—Duerme, Dylan —le dijo en un susurro.
—Estoy bien. Eres tú la que necesita dormir. Venga, cierra los ojos. Yo le contaré a Tina toooodo lo que quiera saber —dijo, dedicándole a la entrenadora una mirada cómplice.
—Ya te dejaremos hablar cuando recuperes la voz. Dylan tiene razón. Tú duerme y él me cuenta, ¿vale, cari?
Andy miró a su socia, le arrojó un beso con los labios.
—Gracias por venir, Tina…
—No seas tonta y cierra esos ojos, ya —repuso ella, poniendo los brazos en jarra.
Así lo hizo Andy. El alivio tras el cambio de postura fue tal, que no tardó en quedarse dormida. Era un sueño superficial, tanto Dylan como Tina lo notaron enseguida, pero después de una noche tan intensa, hasta una cabezada ayudaba.
Dylan movió las sillas todo lo lejos que pudo de la zona donde estaban Andy y las niñas, para no molestarlas.
—Vaya nochecita, ¿eh? —dijo Tina.
Dylan asintió con la cabeza. Miró de reojo a Andy. Le alivió comprobar que dormía. Su ritmo respiratorio así lo indicaba.
—Por suerte, está bien. Agotada y dolorida, pero bien. Necesita calmantes y dormir, nada más.
Hablaban en un murmullo, pero a Tina no le pasó desapercibida la seguridad con la que Dylan hablaba. No había sido un comentario. Había sonado a una decisión; Andy recibiría las dosis necesarias de analgésicos y dormiría todo lo que necesitara para recuperarse.
—Suerte con los Estellés —le dijo con una sonrisa pícara. Ella los sufría en sus propias carnes, sabía positivamente de lo que estaba hablando.
Dylan hizo un gesto de indiferencia.
—Si todo sigue bien, le darán el alta mañana temprano. En cuanto estemos en casa, habrá días y horas para recibir visitas. —Echó un vistazo al nido y a la cuna, donde estaban sus niñas, y sonrió con expresión de padre orgulloso. Su tono de voz se suavizó, por efecto de la sonrisa, cuando volvió a dirigirse a Tina—: Yo no puedo hacer esto por Andy, así que tiene que recuperarse. Es así de simple.
Tina asintió con la cabeza. Entendía el lenguaje de Dylan porque en eso se parecían mucho; ambos eran, ante todo, personas prácticas. Si había alguien capaz de tener a raya a la metomentodo familia de su mujer, era él.
—Si necesitas gorilas para custodiar la puerta, ya sabes que puedes contar conmigo. Y enhorabuena por tus preciosas bebés, Dylan. ¡Son una maravilla!
Él volvió a mirar hacia donde estaban sus tres princesas. Una enorme sonrisa iluminaba su rostro.
—Es como un sueño, ¿sabes? Las miro y las vuelvo a mirar, y me sigue pareciendo igual de increíble que cuando las vi por primera vez. Es una sensación… —respiró hondo y soltó el aire en un suspiro— alucinante.
—No me extraña. Hasta a mí me resulta increíble… Mi amiga del alma ya tiene tres hijas, y eso que es menor que yo —dijo con una sonrisa incrédula—. Estos dos últimos años se me han pasado volando.
Dylan asintió enfáticamente. No podía estar más de acuerdo.
—¿Quiénes han venido ya a ver a Andy y a las niñas? —quiso saber Tina—. Anna me llamó en cuanto se marchó de aquí, y me contó que había tenido que ponerse seria con Roser, lo que es lo mismo que decir, que había tenido que ponerse seria con mi suegro…
—¿De tu familia política? Nadie, aparte de Neus. Pau llamó para decirme que vendría a última hora, a ver si me parecía bien —repuso Dylan.
Intentó no sonar demasiado irónico, pero la situación le resultaba tan ridícula que no lo consiguió del todo. El altercado que había tenido lugar el día anterior entre Andy y su abuelo, parecía haber exacerbado la sensibilidad de todo el mundo. Andy tenía razón en lo dicho, de la A a la Z. Pero, incluso aunque no la tuviera, era una mujer embarazada de mellizas a horas de dar a luz. ¿Cómo iban a tenérselo en cuenta? Estaba pesada, dolorida y con los nervios de punta. Y, por supuesto, harta de las intromisiones de su familia materna. Pues, se lo habían tenido en cuenta. Estaba claro que el nivel de memez de aquella gente era lo bastante grande, para no notar la diferencia.
Tina sacudió la cabeza. Quería a Pau con locura, era un buen hombre y su personalidad era muy distinta de la de su padre. Sin embargo, aunque él apreciaba a Dylan, no le gustaba jugar con otras reglas que no fueran las suyas. Pau llevaba mal tener que adecuarse a las decisiones ajenas.
—Puede ser tan payaso, a veces… Seguro que su padre le ha estado comiendo el coco. No le hagas caso, Dylan. Adora a Andy y a ti te respeta muchísimo. Vendrá, llueva, truene o caigan rayos. No está en Ciudadela, por eso no lo ha hecho aún.
Dylan estuvo a punto de responder lo que pensaba. A saber, que Pau ya era bastante mayor para dejar que nadie, y mucho menos su padre, le comiera el coco. Al final, decidió morderse la lengua por consideración a Tina.
En aquel momento, su móvil vibró y él lo sacó del bolsillo. Era Chad, el padre de Andy.
—No tardo —anunció, antes de abandonar la habitación.
—Sí, ve tranquilo. Me quedaré hasta que me eches —repuso Tina, y le hizo un guiño. [...]
©️ 2024. Patricia Sutherland
«Días de ilusión, 2».
(Fragmento)
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