Bombón




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     Lo de “Mandy, la estrella”, a Gillian la seguía sorprendiendo una y otra vez. Para ella seguía siendo su amiga de la niñez, su compañera de juergas. Excepto cuando las luces del escenario se encendían, Mandy se convertía en Amanda Brady, y el lugar se venía abajo a ovaciones y aplausos.

Y en Dallas, había vuelto a ocurrir. Ella había aparecido sobre el escenario pocos minutos pasadas las diez, con un vestido negro, escotado y ceñido que dibujaba las curvas de su cuerpo escultural y su melena dorada cayéndole en rizos sobre la espalda. Durante dos horas, se había dedicado a hipnotizar a una audiencia de más de siete mil personas con su estilo mezcla de country con pop, y su voz potente y sensual.

     Llegar a ella después de la actuación había sido más sorprendente para Gillian que verla en concierto; montones de fans histéricos bloqueaban los accesos y amenazaban con invadir el backstage. Allí, incontables hombres con camisetas naranjas y la palabra “seguridad” impresa se esforzaban por contenerlos, con evidente esfuerzo.

     Al final, a duras penas y a los gritos, había conseguido decirle a uno de ellos “Soy Gillian McNeil. Vengo a ver a Amanda”. Tras algunas verificaciones, sintió que uno de seguridad la cogía del brazo y tiraba de ella, a través de una multitud ofuscante de chicos y chicas exaltados, hasta un corredor que, milagrosamente, estaba despejado de admiradores… E inundado de hombres vestidos de negro, que portaban micrófonos-auriculares.

     Tan pronto Gillian puso un pie dentro del camerino, una Mandy emocionada la abrazó como si fuera la última vez.

     —Me alegro tanto, tanto, tanto de que hayas venido… Necesitaba verte…

     Gillian la meció en su abrazo con cariño. —Pues, aquí me tienes.

     —Sí, dame unos minutos que me cambie y nos vamos a picar algo por ahí ¿te parece?

     Una hora después, con Mandy vestida de chica normal —tejanos, camiseta y bambas— ambas tomaban un tentempié en el impresionante Hard Rock Café Dallas, que localizado en una antigua iglesia bautista cuya construcción databa de principios del siglo XX, era uno de los primeros que se habían abierto en el país. En la mesa de atrás, cuatro extra grandes de su equipo de seguridad, también tomaban un tentempié sin quitarles ojo de encima.

     —Me tienes en vilo desde ayer, Mandy… ¿Qué pasó?

     —Jordan ya no está conmigo —Gillian se percató del brillo en la mirada de su amiga—. Ahora mismo, ni tengo amigo ni tengo manager…

     —¿Discutísteis?

     —Fue mucho peor que eso.

     Con expresión cada vez más sombría, Mandy le contó lo que durante dos años había llegado a irritar a Jordan hasta el punto de decirle “Se acabó, Mandy. Me voy”. Cuando terminó su relato, los ojos de Mandy lucían vidriosos.

     —¿Has vuelto a hablar con él? —quiso saber Gillian.

     Mandy negó con la cabeza. —¿Y de qué vamos a hablar? No me llamó puta, pero lo pensaba… —y al darse cuenta de que la angustia le cerraba la garganta, evitó la mirada de Gillian—. Lo pensaba y lo piensa, seguro.

     —No seas tonta, ¿cómo va a pensar algo así?

     —Porque es lo que los tíos piensan de una mujer que se toma el sexo como se lo toman ellos, que es lo que yo hago. Jordan es un tío, así que…

     —Bueno, honestamente, no creo que lo piense, pero ¿y qué, si lo piensa? ¿Desde cuándo te importa a ti lo que a ellos se les pase por la cabeza? —Gillian sonrió y le palmeó una mano—. Que le den, Mandy. Es tu vida y la vives como quieres. Búscate otro manager, y haz borrón y cuenta nueva… Cuando a Jordan se le vaya el enfado y tú te tranquilices, recuperarás al amigo. Y quién sabe, quizás también al manager…

     Mandy meneó la cabeza. —No sé, Gillian… En algún momento, todo esto se convirtió en una locura de vida que ni yo controlo… —apartó la mirada—. Llevo meses sin ver a mis padres, casi un año sin ver a Jason y ya ni me acuerdo de la última vez que salí sola a la calle… Jordan era mi única conexión con lo que fui, con Camden, con el rancho… Y ya no está. Y después de lo que me dijo, no sé… —Mandy volvió a mirar a su amiga con los ojos vidriosos—. Me hizo polvo. Que piense eso fue lo que me faltaba para sentir que estoy con la mierda hasta el cuello… No creo que las cosas entre nosotros puedan volver donde estaban… Francamente, no creo que pueda olvidar la forma en que me miraba… Ni aquellas palabras…

     Mandy se pasó los dedos por la cara para apartar las lágrimas, y no concluyó la frase.

     Gillian la miró con ternura. Entendía muy bien lo que era tener una vida que, por momentos, parecía completamente fuera del propio control. Sabía lo confusa y asustada que su amiga debía sentirse. Y también sabía que había llegado el momento de que ella se apeara del tren, recuperara la calma, y tomara decisiones sobre la dirección que quería dar a su vida. El asunto de Jordan era todo un tema, pero aquel no era el momento de vérselas con eso.

     —Vuelve a casa, Mandy. No tienes que seguir con esto ni tienes que decidir nada ahora. Vuelve al rancho, déjanos mimarte y cuidar de ti un tiempo. Y cuando te sientas en forma, entonces, decide…

     Mandy la miró con ojos brillantes, respiró hondo y no hizo ningún comentario.


* * *

     Jason estaba convencido de que se trataba de una rabieta pasajera, pero cuando después de dejar dos mensajes en el buzón de voz de Jordan, él le devolvió la llamada justo cuando Jason estaba jugando —cosa que, naturalmente, tenía que saber— y al no encontrarlo le dejó, a su vez, otro diciéndole que estaba a punto de salir de viaje, el quarterback tuvo claro que lo que fuera que hubiera pasado, había sido gordo de verdad. Si Jordan lo estaba evitando de semejante forma era por una razón; la herida aún sangraba y no estaba seguro de poder morderse la lengua si, como siempre, Jason lo ponía entre la espada y la pared.

     Y Mandy, por más amigos que fueran, era su hermana.

     Jason no se molestó en intentar volver a llamarlo. En cambio, se presentó en su coqueto piso del centro de Camden. Tan pronto vio la expresión en la cara de su amigo, supo que la rabieta había sido de las que hacían época. Y cuando un Jordan súper cortado lo hizo pasar, y Jason vio cajas de embalar por los rincones, tuvo claro que además, no era pasajero; se estaba mudando.

     —Has dicho viaje, no mudanza ¿o entendí mal? —comentó Jason mientras entraba al salón sorteando cajas de embalar.

     —Traslado temporal, más bien —contestó él con una media sonrisa violenta en la cara mientras le acercaba a Jason una cerveza sin alcohol.

     —¿A sí? ¿Y dónde te trasladas?

     —Nashville —respondió Jordan, mirándolo brevemente—. Así que nos veremos más…

     Jason asintió varias veces con la cabeza y bebió un sorbo de cerveza. —Y… ¿qué pasa con Mandy?

     Él apartó la mirada molesto y no respondió.

     —Dímelo, tío —insistió Jason—. Sea lo que sea, quiero saberlo.

     Jordan se restregó la barba de dos días con gesto nervioso y lo miró con rabia. —¿Y qué quieres que te diga, Jason?

     —Lo que sucedió.

     —¿Tú sabes lo que hay, no? —replicó él mirándolo a los ojos, y al ver que Jason no respondía, insistió—. ¿No?

     Sí, lo sabía. Sabía que Jordan estaba colado hasta los huesos por su hermana, aunque nunca hubieran hablado del tema, de modo que asintió.

     —Vale —sentenció Jordan—. Entonces, ya sabes lo que sucedió.

     No eran solamente celos, pero no podía explicárselo a Jason. Era decepción y rabia de ver a Mandy convertirse en…

     Y aún así ser incapaz de desengancharse de ella. Porque para Jordan, era peor que la peor de las adicciones. Irse lejos, no verla, dejar de saber de ella... había sido el último manotazo del que está a punto de ahogarse…

     Pero teniendo cuenta la angustia que le llenaba el cuerpo desde hacía tres días, Jordan no tenía claro que fuera a funcionar.

     Aún así, debía intentarlo.

     —Lo que no entiendo es porqué un fiera como tú llama a retirada en vez de ir a por todas.

     Jordan lo fulminó con la mirada y no dijo ni mú.

Jason se puso cómodo en el sofá y miró a su amigo con naturalidad.

     —Yo lo haría…—añadió.

     —Y una mierda —soltó Jordan, mirándolo con desdén.

     —Claro que lo haría. A ver ¿qué puedes perder? Más jodido de lo que está, difícil.

     Jordan rió, irónico. —No tienes ni puta idea…

     —Puede —replicó el quarterback, desafiante—. Y también puede ser que estés cagadito de miedo…

     —¿Miedo? —repitió Jordan, irónico—. Es muchas más cosas además de miedo, tío… Ver como esos gilipollas tienen lo que yo me muero por tener desde hace una eternidad es la hostia, pero ¿sabes que sería peor? Confirmar que no la voy a tener nunca. Que nunca va a ser mía. Que no me quiere de esa manera… Escucharlo de su boca. Eso sería… —respiró hondo y bebió un trago de su cerveza. No acabó la frase.

     —¿Y si resulta que sí te quiere de esa manera?

     Jordan se tomó su tiempo para contestar. Con los ojos clavados en la etiqueta de su botellín de cerveza, procesaba. ¿Cómo ponerlo en palabras sin sonar…?

     No podía. Sin sonar ofensivo, no.

     —No me quiere así, tío. Cien por cien seguro que no —contestó sin mirarlo.

     “Puede que tengas razón”, pensó Jason, “pero aún así, deberías…”

     Lo pensó. No lo dijo.

     Por razones que no acababa de entender, Jordan buscaba pasar página. Después de ¿cuántos? ¿once años? Jason no podía imaginar lo que sería querer de esa manera durante tanto tiempo y decidir, un buen día, intentar pasar página.

     No lo entendía, pero si poniendo distancia y tiempo entre los dos, Jordan conseguía empezar de nuevo, vivir otras cosas, junto a otras personas…

     Once años amando sin ser correspondido, le sonaba a una eternidad.


© 2007 Patricia Sutherland







Bombón,
la más sensual de la Serie Sintonías
Disponible en libro impreso y e-book