Bombón




5




     Hacía dos horas que había salido el sol y Jason, de pie sobre unas rocas de la orilla, con las manos en la cintura del pantalón, miraba la escena como si fuera la primera vez en su vida que la veía: vegetación densa con árboles cuyos ramajes se sumergían en el cauce del río hasta casi fundirse con él; aquí y allí, formaciones rocosas dibujando extrañas figuras que emergían del agua clara, y conferían al paisaje un cierto aire salvaje solo interrumpido por el canto de los pájaros y el sonido del agua corriendo rápida en su cauce.

Lo había visto millones de veces, pero la sensación seguía siendo igual de intensa que la primera vez, la de estar viendo algo realmente poderoso.

     Un poco más allá, apoyada contra un árbol, Gillian acariciaba las crines de su caballo distraídamente, y lo miraba disfrutar.

     Jason estaba bastante más grande que la última vez que se habían visto en julio, especialmente la espalda y los brazos. Era un doble XXL. En general, todos los Brady eran corpulentos. Incluso Mandy con su metro setenta y cinco, era grande para ser mujer. Pero Jason, además, llevaba años entrenándose en el gimnasio. Con su camiseta blanca sin mangas, sus vaqueros de tiro bajo que calzaban como un guante y la piel con bronceado Nashville, era una visión tan poderosa como el paisaje. Ni la pequeña cicatríz deportiva del pómulo izquierdo ni llevar la cabeza casi rapada, conseguían deslucir la belleza impresionante de sus ojos celeste claro, casi transparentes, que como todos sus hermanos habían heredado de Eileen Brady.

     —Esto es impresionante —lo escuchó decir con la misma expresión de chico alucinado que se le quedaba cada vez que ponía un pie en Camden y sus ojos empezaban a llenarse de la maravilla de sus paisajes vírgenes.

     — estás impresionante —apuntó Gillian, riendo—. ¿Cuántas horas entrenas?

     Él se acercó a ella sonriendo complacido. Se trabajaba el cuerpo con esfuerzo y dedicación, le gustaba el resultado y mucho más que a los demás les gustara y se lo dijeran. Pero en casa, la única que lo hacía era Gillian.

     —Muchas —admitió, sonriendo vanidoso—. ¿Te gusta?

     —Si no te conociera tanto, pensaría que lo haces por ligar… ¿no estarás tomando porquerías, no? —preguntó ella con cara de ni-se-te-ocurra.

     Él negó con la cabeza. —Estos son kilos —dijo sancando bíceps—, no pastillas. Y no me has dicho si te gusta…

     Jason se había cruzado de brazos, como hacía siempre, sujetándose los antebrazos con las manos. De esa forma destacaban cuatro cosas: sus voluminosos músculos, sus manos grandes con anillos de plata o alpaca en todos los dedos excepto los pulgares, unos pectorales poderosos, y el águila sioux tatuada en su brazo derecho.

     Gillian lo miró muerta de risa. —Eres un engreído…

     —¿Te gusta o no?

     —Me gusta, pero no puedo ser nada objetiva contigo —añadió, tomándole el pelo—. Los Brady sois mi debilidad, ya lo sabes…

     —Ya —. Le gustaba. Con objetividad o sin ella.

     Gillian se sentó sobre la hierba, al sol. Jason hizo lo mismo. Al rato charlaban sobre su hermana.

     —Mandy se quedó hecha polvo. Y no solo por la discusión con Jordan… Aunque la verdad, ¿cómo se le ocurre a Jordan decirle una cosa así? —apuntó Gillian, con incredulidad—. ¿Qué viento le ha dado?

No era viento, eran celos. Pero si Gillian sabía lo que pasaba con Jordan, nunca lo había dicho. Y Jason no tenía claro que confiárselo ahora fuera buena idea.

     —¿Qué va a hacer mi hermana?

     —Si tenemos suerte, volver a casa —respondió Gillian sonriendo encantada sólo de pensar en volver a tener a Mandy cerca.

     Los ojos de Jason se llenaron de ilusión. —¿En serio?

     Ella asintió con la cabeza varias veces. —Sip. Vi el momento oportuno y se lo solté. Le dije que nos dejara mimarla, que ya tendría tiempo de tomar decisiones cuando se sintiera capaz…. —sonrió de oreja a oreja—. ¡Y no me contestó nada! ¡Eso en Mandy es casi un sí!

     —Unos vienen y otros se van… Jordan se traslada temporalmente a Nashville —dijo Jason ante la mirada interrogante de su amiga—. Sí. Todavía no sabe muy bien qué hará… De momento, piensa promocionar a un chico joven que es cantautor. Acordaron probar unos pocos meses y ver qué tal.

     Gillian dejó que su mirada se perdiera en el paisaje mientras su mente viajaba a kilómetros y años de allí.

     —Me parece que fue ayer que jugábamos carreras de embolsados en la fiestas del pueblo… ¿Qué puñetas va a hacer en Nashville? Me pasé media vida intentando encontrar mi sitio, mi gente… Y cuando lo encontré, empezó a quedarse vacío de a poco… Primero te fuiste tú, luego Mandy y Jordan. Ahora que parece que la recupero a ella, el que se va es él… Yo busqué un sitio porque no tenía ninguno, pero vosotros sí. Tenéis unos padres fenomenales, una casa con calor de hogar, buenos amigos, y un rancho precioso y grande del que podríais vivir todos… ¿Por qué buscáis fuera? —preguntó mirándolo a los ojos. No había recriminación, sólo cierta tristeza.

     Él la miró con cariño. Si de ella dependiera, todos vivirían en el mismo sitio, no solo en la misma ciudad. Cuando llegaban las vacaciones de verano o Navidad, y todos se reunían en el rancho, a ella le cambiaba la expresión de la cara. Sus ojos de mirada tierna soltaban chispitas de alegría.

     —Aquí no hay equipo de football —respondió él, con sencillez—. Pero uno de estos días igual te doy una sorpresa y vuelvo a casa…

     —Ya —Gillian volvía a sonreír. Su talante alegre natural hacía difícil que se mantuviera seria mucho tiempo—. Y a ti te va a crecer la nariz de tanto contar mentiras.

     —¿No me crees?

     Ella lo miró, estudiándolo unos cuantos segundos durante los cuales él mantuvo la mirada y la sonrisa.

     —Naaah… —sentenció ella al fin, y los dos soltaron la risa.

     Pero aunque Gillian no lo creyera, era cierto que Jason lo estaba considerando. Nashville le gustaba. Jugar con los Titanes también, pero…

     No era fácil explicar lo que le sucedía. Ni él mismo lo tenía claro.

     Al principio era pura aventura. Nueve años después, la aventura casi se había esfumado y lo que había, más que ninguna otra cosa, era rutina. Una que procuraba animar con una interminable lista de amigos y amigas que le duraban lo que un suspiro...

     Y otra lista interminable de actividades sociales que lo aburrían tanto o más que la propia rutina que intentaba combatir…

     Cuando volvía al rancho lo pasaba tan bien que regresar a Nashville cada vez se le hacía más duro. Por eso espaciaba tanto las visitas últimamente. Echaba mucho de menos todo: el olor a naturaleza salvaje del aire, el sonido del Ouachita corriendo en su cauce, los paseos a caballo por los Montes Ozark, las partidas de billar con Mark y Mandy, las flores frescas en su cuarto que Eileen se ocupaba de cambiar cuatro veces a la semana, durante todo el año…

     Y Gillian, claro.

     Se habían entendido desde el primer día. Lo pasaban genial hicieran lo que hicieran y constantemente estaban haciendo algo; él siempre había sido como una pila nueva, que dejaba a todo el mundo agotado a mitad de camino. A Gillian, no. Era inagotable como él. Juerguista, como él. Alegre, como él. Se lo contaban todo. Hablaban de cualquier tema, sin más.

     Siempre había sido igual, y ahora, no podía ser diferente.

     —Jordan está coladito por Mandy —reveló el quarterback, mirándola de reojo brevemente.

     La vio asentir.

     —Me lo imaginé.

     —¿Qué hacemos? —preguntó Jason, con naturalidad.

     —Mandy necesita aclararse con su vida… —lo miró con picardía—. Ya habrá tiempo de ponernos el traje de Cupido, si hace falta. Y a ti te vendrá bien tener cerca un amigo de verdad durante algún tiempo…

     Jason asintió repetidas veces con la cabeza. —Vale.

     "Estás demasiado serio", pensó Gillian, "es hora de sacudirse un poco".

     —¿Probamos si está fría? —sugirió ella, señalándole el agua con ojitos ilusionados.

     Jason puso cara de desgana. —Naaah… —y en un segundo se levantó y echó a correr, muerto de risa, hacia la orilla al tiempo que se quitaba la ropa—. ¡El último lava los platos del desayuno!

     Gillian permaneció donde estaba, mirándolo satisfecha.

     Como siempre, él había picado.

     Lo vio desnudarse a toda prisa, lanzarse al agua en calzoncillos...

     Y soltar sus gritos habituales al volver a descubrir que el agua estaba helada, no fría…

     —¡Jo-der! ¡Está congelada! Brrr…

     Ella se acercó a la orilla sonriendo traviesa y, sigilosamente, cogió su ropa. Las escondió detrás de un árbol y volvió a la orilla. Se sentó sobre una roca a disfrutar del espectáculo.

     —Eres una tramposa —exclamó él, riendo, desde el agua—. Está fría, pero buena… ¿por qué no vienes?

     —¿Fría pero buena? —Gillian soltó la carcajada—. ¡Está congelada!

     —¡Qué va! —dijo él, disimulando el castañeteo de sus dientes—. ¡Joder, me debo estar poniendo morado!

     Entre risas y comentarios, salió del agua y al instante se dio cuenta de que su ropa no estaba.

     —Eres una cabrita… —sentenció al tiempo que la tomaba del brazo obligándola a ponerse de pie. Gillian, que se había tentado de risa, no podía hablar—. Bueno, si no tengo ropa no me queda más remedio que volver al agua, y esta vez te llevo conmigo.

     —¡No, no, no, Jason! ¡No! —exclamó ella mitad riendo, mitad intentando zafarse—. No puedo…

     —¿Por qué no? —dijo él mientras tiraba de ella en dirección a la orilla.

     —Porque no puedo, tío… —repitió Gillian con tono de “¿hace falta que te lo deletree?”

     —Los baños fríos son terapéuticos —concluyó el quarterback.

     Y saltó al vacío, llevándosela consigo.

     Gillian quedó paralizada al sentir el contacto con el agua. ¡Dios, estaba helada!

     Pero pronto empezó la guerra acuática.

     —¡Te voy a zurrar! —empezó ella, salpicándolo con agua mientras él, riendo, se protegía con los brazos de las andanadas que ella levantaba—. ¡Capullo!

     —¡¿A que está fría?! —exclamó él, intentando agarrarla por los brazos para evitar que siguiera agitando el agua.

     —¡Frío vas a pasar volviendo a casa mojado y en cueros! —se mofó Gillian, tras conseguir salir del río. Empezó a escurrir con las manos su mata de pelo que mojado pesaba casi tanto como sus vaqueros empapados.

     —Dame la ropa o te vuelves al río conmigo —amenazó él al tiempo que volvía a tomarla por la cintura.

     —Haya paz... Está ahí —le señaló el árbol detrás del que había escondido la ropa—. No más baños de agua helada por hoy.

     Él frunció el ceño, haciéndose el preocupado. —¿Estás bien?

     Gillian lo miró, burlona.

     —Para tener tantas chicas como tienes desde que me acuerdo, entiendes bastante poco de cuestiones femeninas… ¿Faltaste a clase ese día, o qué?

     Jason empezó a vestirse, sonriendo. Ahora era ella la que picaba.

     —Sé lo que necesito saber. Que esos días están insoportables, que me juego un puñetazo cada vez que abro la boca y que me mandan a la cama sin postre.

     —Pobrecito —se burló ella—. ¿Quién es tan cruel con mi chico favorito? Dime quién es y le pongo las pilas ya mismo…

     Jason soltó la carcajada. —¡Seguro que sí! Venga, vámonos a que te cambies. A ver si al final, acaba sentándote mal de verdad…

     Cuando Eileen, John y Mark, que desayunaban en la cocina, los vieron entrar conversando tan animados a pesar de que Gillian lucía completamente empapada, no se extrañaron en lo más mínimo.

     Entre ellos siempre había sido igual: charla, risas y locura.


© 2007. Patricia Sutherland







Bombón,
la más sensual de la Serie Sintonías
Disponible en libro impreso y e-book