Amigos del alma




2




Jueves, 6 de abril de 2006
Rosaleda de Gillian, Rancho Brady.
Camden, Arkansas


     —Con un sombrero de paja serías igualita a las granjeras de las películas —dijo Jason mirando a Gillian, tan primorosa de camisa roja a cuadros arremangada hasta el codo, peto vaquero y bambas.

     Ella se volvió sonriendo. Levi's desgastados, zapatillas negras de diseño, buzo de algodón del mismo color, al que le había quitado las mangas, no tenía claro si por practicidad o por coquetería... El gigante que miraba era aproximadamente un cuarenta por ciento de Jason Brady.

     —Y tú con una sonrisa más grande, igualito a mi Jason ¿sabes cuál digo?

     Él se apoyó contra la pérgola a su lado y le dio un bocado a la manzana. Masticó mirándola burlón y al final...

     —¿Tu Jason?

     Ella asintió mientras de cuclillas removía la tierra junto a los rosales de Matt y Timmy.

     —Mi amigo de alma. Ese que lleva desaparecido como veinte días...

     No estaba desaparecido sino insoportable. Por eso se mantenía a distancia y con la boca cerrada.

     —Me dijo que viene de camino —arrojó el corazón de la manzana en la carretilla donde Gillian iba dejando restos de hojas y hierbajos, y cuando volvió a mirarla se esforzó por sonreír—, aunque puede que tarde un par de días más o así...

     Ella asintió, ilusionada. "Ojalá", pensó pero sabía que no iba a ser tan fácil: lo suyo era más preocupación que frustración, aunque fuera demasiado vanidoso para admitirlo.

     —Dile que digo yo que no hay nada que él no pueda conseguir. Si quiere volver a jugar, la próxima temporada va a estar en la alineación —sonrió—. Y si no quiere volver, será su decisión y bien estará como todas las decisiones que ha tomado en su vida —buscó su mirada con cariño—, ¿me vas a hacer el favor de decírselo?

     Jason meneó la cabeza, apartó la vista. Estar con ella era como mirarse en un espejo: familiarmente cómodo la mayoría de las veces; perturbador otras.

     —No creo que vaya a tenerlo en cuenta, pero vale. Se lo digo.

     —Lo que tenga que ser, será. Ahora estás aquí... Estás en casa, Jason ¿te das cuenta? Después de un montón de años, estás aquí. ¿No te parece una maravilla abrir los ojos por la mañana sabiendo que solamente hay dos tramos de escalera entre tú y la gente que quieres? Disfrútalo, Jay —sonrió—, y déjanos disfrutarlo contigo.

     Pero esto sí lo tendría en cuenta.

     Esta era una de las revelaciones grandiosas marca Gillian que entraban directo a su cerebro y, una vez allí, encendían la luz: llevaba diez años echando de menos todo —su familia, su casa, ella—, contando como un preso los días que faltaban para estar con los suyos y ahora, al fin, estaba aquí.

     —Eres única —dijo, y la abrazó por el cuello, atrayéndola hacia él con el brazo bueno—. Cuando te hicieron a ti, rompieron el molde.

     —Menos rollo, grandullón y piensa qué te apetece hacer.

     —Sé lo que quiero hacer el problema es que no puedo —señaló su brazo en cabestrillo—. No es tanto lo que puedes hacer con un solo brazo.

     —Pues, dejarte el careto como un cuadro lo haces de miedo...

     La cara de Jason mostró la primera sonrisa-sonrisa en veinte días. La tecnología no acababa de funcionar del todo bien con su barba y su coquetería masculina no aceptaba menos que una cara perfectamente limpia de sombras y pelos. Las maquinillas de usar y tirar daban un buen servicio y eran seguras.

     Excepto en la mano izquierda de un diestro.

     —Seguro que se sobreponen al shock —replicó él.

     Por lo visto, la cosa estaba mejorando a pasos agigantados en el humor de Jason. Si su vanidad, que tenía el mismo tamaño que el cuerpo, empezaba a mostrar las orejas, era que Superman estaba a punto de hacer su aparición triunfal.

     Gillian no pudo evitar suspirar aliviada.

     —Ellas no están aquí ahora, campeón, pero yo sí. Y muerta de aburrimiento, te diré... Así que ¿por qué no miras a ver si puedes arreglar la moto de cross?

     Claro que podía arreglarla, ¿es que lo dudaba?

     —¿Hay alguna conexión misteriosa entre tu aburrimiento y el motor de esa moto?

     —Si la arreglas —dijo ella con una sonrisa radiante mientras se quitaba los guantes de trabajo y los ponía en un bolsillo del peto—, podríamos ir por ahí. Te llevo de paquete.

     —¿Tú, llevando ciento quince kilos de paquete? —preguntó él a punto de soltar la risa—. Venga ya...

     Gillian se encogió de hombros, levantó la carretilla y se puso en marcha. Él la siguió.

     —He llevado ochenta sin problemas, pero si tienes miedo de caerte...

     Jason la adelantó con una sonrisa incrédula en la cara, se volvió de frente a ella y siguió avanzando de espaldas a la verja.

     —¿Qué ochenta has llevado, si se puede saber?

     —Mira por donde andas, no sea que te estampes.

     —¿Quién te dejó llevarlo de paquete y en qué moto? —insistió él.

     —Jay, mira por donde andas.

     Él se detuvo delante de la carretilla, obligándola a parar. La escrutó unos instantes sin dejar de sonreír.

     —Vale —dijo al fin—. Arreglo ese motor y me llevas de paquete. A cambio, quiero detalles ¿hecho?

     Gillian asintió encantada. Los detalles no eran lo que él suponía: el paquete había sido su hermano, Mark; la moto, la misma cuando era nueva, y de eso hacía añares, pero para cuando se enterara, ella ya habría conseguido lo que intentaba desde hacía tres semanas sin mucho éxito.


     “Hecho”, respondió.

     —Me voy a buscar a mi hermano, a ver si me echa una mano —rió—. Bueno, mejor las dos...

     —¡Stop! —exclamó ella tirando de su camiseta. Era la hora del “eufemismo de café” que Mark disfrutaba todos los días, a media mañana, con su mujer, aprovechando que la pasión entre los dos seguía por las nubes, y a esas horas tenían la casa vacía de niños—. Que la mano te la eche John, las de Mark ahora están ocupadas en otra cosa.

     Jason frunció el ceño.

     —A esta hora suele tomarse un café con Shannon ¿recuerdas?

     Ahora sí que la carcajada fue de las de verdad. El quarterback meneó la cabeza y puso rumbo hacia la casa familiar.

     —¡Cómo han cambiado las cosas en este rancho! Casi me da miedo pensar en pedírselo a mi viejo. Con tanto amor en el aire, cualquiera sabe lo que estará haciendo...



* * * * *


     Pero John no estaba en casa. Su madre, Eileen, le dijo que había bajado hasta el sector agrícola y Jason decidió ir a buscarlo y ver qué tal andaban las cosas por ahí. Aunque hacía más de tres semanas que estaba de regreso, lo más lejos que su ánimo le había permitido llegar era la zona de adiestramiento de caballos.

     Además, sería divertido ver qué tal se las apañaba conduciendo con el brazo encargado de la caja de cambios, en cabestrillo.

La cara mezcla de sorpresa y gusto de su padre al verle aparecer por el barracón de empleados, le confirmó que Gillian no era la única preocupada por su persistente malhumor.

     —¿Has venido solo? —preguntó John, divertido. Jason asintió—. ¡Vaya! ¿Y qué tal fue la experiencia de ir en primera más de veinte segundos? —dijo aludiendo al amor de su hijo por la velocidad y las motos.

     "Eterna". Era demasiado corpulento para la cabina del único vehículo que había en el garaje, el primer Chevy Corvette de Jordan, —su amigo y según las malas lenguas, futuro cuñado—, una auténtica pieza de museo que para desgracia de Jason no tenía cambio automático. En cien metros se le había calado cinco veces. Al final, se había armado de paciencia para hacer el resto del trayecto en primera.

     —No estoy seguro —contestó socarrón—. ¿Bush sigue de Presidente?

     John soltó la risa, le palmeó el hombro sano. —Me parece que no conoces a Keith Van den Akker...

     ¿Vande qué?

     —No —ofreció su mano izquierda al hombre. No lo había visto en la vida, pero tenía un cierto aire lejano a Jordan. Mismo color de pelo y ojos. Veintisiete o veintiocho. No tan alto—. ¿Eres del país de los tulipanes?

     Él estrechó la mano sonriendo.

     —Solamente el apellido, yo soy de aquí. Y tú eres el “gigante forzudo” de Gillian, encantado de conocerte.

     Era bastante más cosas que eso. El mejor quarterback de la liga profesional, por ejemplo. Y además, ¿qué hacía ese tío hablando de Gillian? ¿Quién era? Jason miró a su padre en busca de respuestas. Él se apresuró a aclararle el panorama.

     —Keith es nuevo en la plantilla. Es el segundo capataz.

     —¿Capataces de menos de cuarenta en Camden?

     Ese tenía más pinta de domar caballos que de dirigir cuadrillas.

     —No —dijo Keith con una sonrisa—, yo soy el primero.

     Jason asintió. Seguramente sería su ánimo todavía convaleciente, pero aquel individuo le caía gordísimo, así que decidió cortar por lo sano. Se volvió hacia su padre.

     —Voy a desmontar la moto ¿me echas una mano?

     —Claro, dame unos minutos que acabo con Keith y nos vamos.

     Tuvo que darle un cuarto de hora, pero al menos John hizo de chófer del Corvette dejando que el segundo capataz se encargara de llevar su pickup Ranger devuelta al garage. Durante el trayecto de regreso, que esta vez le pareció considerablemente más corto, le dio tiempo de enterarse que el holandés llevaba ya dos meses trabajando en el rancho, que “de momento” lo estaba haciendo bien y que había sido a instancias de Mark que habían añadido manos al trabajo del rancho. Seguramente con la intención secreta de que él pudiera liberar las suyas un par de horas cada mañana para tomarse un “eufemismo de café” con su mujer, pensó Jason divertido.

     Lo que le confirmó que su ánimo, definitivamente, estaba en vías de recuperación.

     Y que aquella enana que no levantaba dos palmos del suelo, bendita fuera, había vuelto a conseguirlo.




© 2008. Patricia Sutherland






Amigos del alma,
una historia de almas gemelas.
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