VOLVER A EMPEZAR
LA HISTORIA DE JANA Y DECLAN

Una historia basada en esta escena de la novela romántica
Los moteros del MidWay, HEA (Happily Ever After)


Capítulo 3


Al ver a Patrick dirigirse hacia ella, Jana supo que en esta ocasión no podría evitar hablar con él. Era la segunda vez en toda la noche que se quedaba sola. Sola en el sentido de sin Declan guardándole las espaldas. La primera había tenido lugar un par de horas antes, cuando Brandon lo había requerido para tareas de investigación; a saber, hallar un rincón alejado del bullicio donde poder darse un revolcón con su ahora flamante esposa pública. Entonces, la llegada de Fay, la madre de Brandon, había sido providencial. Patrick había tenido que dar media vuelta a mitad de camino, algo que Jana había visto por el rabillo del ojo.

Pero ahora…

Ni Dios la libraría.

Y Patrick lo sabía. De ahí que luciera aquella sonrisa de «te pillé».

—Casi estoy por cogerte del brazo y llevarte a algún rincón donde nadie te vea y se le ocurra reclamarte por algo, pero no quisiera que pienses que intento abusar de las circunstancias —fue la frase de apertura del  Responsable de Comunicaciones de B.B.Cox.

Jana sonrió. En el fondo, Patrick le gustaba. Era listo, ingenioso y muy agradable; amable, de sonrisa fácil y de esa clase de gente que siempre está dispuesta a ponerle al mal tiempo buena cara. Según Brandon, era brillante en su trabajo, lo que tratándose principalmente de las relaciones públicas, venía a confirmar su innegable don de gentes. 

El problema era que a Jana no le gustaba de la manera que Patrick esperaba. Y de que lo esperaba, no había ninguna duda. En eso tenía que admitir que parte de la culpa era suya. Habían compartido un café rápido varias veces. Por lo visto, a los dos les gustaba la misma cafetería y habían coincidido a menudo. La interacción no solía ir más allá de un par de frases mientras les servían su café para llevar. Los dos se parecían en otra cosa aparte de su gusto por el mismo establecimiento; tenían agendas endemoniadas. Pero, a veces, cuando había una confluencia planetaria, compartían el café para llevar en la barra de la cafetería mientras charlaban. Así Jana había sabido que, además de todas sus evidentes cualidades, Patrick también era dueño de una enorme -y diría que envidiable- capacidad de reírse de sí mismo y, por lo tanto, también de todo. Para alguien como Jana, con tantas carencias afectivas, esa capacidad de la que Patrick hacía gala era todavía una asignatura pendiente, una que necesitaba aprobar con tanta urgencia que cada año formaba parte de sus objetivos personales a alcanzar. Esa cualidad suya la atraía muchísimo, pero no él. No en el sentido que desea un hombre interesado por una mujer.

—Qué considerado de tu parte… —le dijo. Patrick rio de buena gana y Jana, consciente de que no dispondrían de mucho tiempo más, fue al grano—: Sé lo que quieres saber, pero creo que no estás enfocando el tema de la forma correcta.

—Guau… Esto sí que no me lo esperaba… 

—¿Qué no te esperabas?

—Esto. Sin preámbulos, sin romper el hielo con las frases hechas a las que recurrimos todos, incluido yo mismo… Eres genial, Jana. Genial de verdad. ¿Sabe ese gallo de pelea tamaño XXL la suerte que tiene de ser ese «uno entre un millón» para ti que tooooodos los tíos del mundo aspiramos a ser para alguien alguna vez en la vida?

Jana se quedó cortada. Sonrió algo incómoda.

—Si te digo la verdad, yo tampoco esperaba esto.

—Esto, ¿qué?

—Esto —repuso ella, imitándolo—. Creí que iba a tener que deletreártelo y resulta que lo sabes.

Que lo supiera, no implicaba que fuera a darse por vencido. Pero consciente de que no podía decir en alto lo que pensaba, Patrick aprovechó que un camarero le ofrecía tentempiés y bebidas para tomar dos copas de ponche de la bandeja, una de las cuales le entregó a Jana mientras pensaba en su respuesta. Sabía que los rumores eran ciertos; Jana y Declan habían roto. Y ahora sabía algo más porque los había visto juntos; parecían estar intentando acercar posiciones. Si lo hacían o no, dependía en buena medida de algo que ignoraba y quería averiguar, de ahí que estuviera allí. Pero el gallo de pelea no tardaría en volver, de modo que el tiempo apremiaba. 

—¿Lo dejaste tú o te dejó él a ti?

Jana no ocultó su sorpresa. Tampoco que aquella pregunta no le parecía ni conveniente ni oportuna.

—Eso es muy personal, ¿no crees?

Patrick no apartó su mirada de Jana en ningún momento. Las gafas ocultaban parcialmente sus ojos y por lo tanto estos no le ofrecían información fiable, pero se había puesto roja. Era mucho más que rubor. Como si él acabara de meter el dedo en la llaga, en un asunto que todavía hoy le seguía quemando. Y la razón de que le quemara no podía ser despecho; la había visto conversando con Declan, riendo. No se tocaban como si hubieran vuelto a ser pareja, pero el lenguaje corporal, especialmente el de Jana, no se correspondía con alguien que se está quemando viva en su propio despecho. Patrick asintió con la cabeza. Ya sabía lo que quería saber. Y ahora estaba más decidido que antes a no darse por vencido. 

—Lo dejaste tú —dijo.

Había sonado a lo que era, una afirmación, y Jana tuvo serios problemas para mantener el tipo. No había hablado de ese asunto con nadie y dudaba que Harley se hubiera ido de la lengua sobre lo que había presenciado aquella mañana inolvidable en la que ella y Declan se habían despachado a gusto sobre sus problemas en presencia de público. ¿Como sabía Patrick que era ella quien había cortado con él?

—Mira, Patrick, no te ofendas, pero sigues enfocando este asunto de la manera equivocada. No importa quién rompió con quién ni por qué. Lo que importa es que tú no estás en la carrera. Ni siquiera en la lista de suplentes. No en esa clase de carrera, ¿me explico? Me caes muy bien y disfruto mucho conversando contigo. Eres un gran conversador, alguien que sabe reírse de sí mismo, y eso es algo que admiro. Pero…

—No soy tu «uno entre un millón». Ni siquiera tu «vigésimo quinto entre un millón». Como mínimo, me faltan veinte centímetros de altura y un par de cicatrices de combate. —Sonrió travieso—. Pero, oye, ahora que me acuerdo, tengo una brecha en la rodilla de cuando era crío y me hacía el valiente en una bici sin frenos, ¿puntúa algo o mejor lo olvidamos?

Jana sacudió la cabeza, sonriendo algo contrariada y bastante asombrada de que, incluso en esas circunstancias, Patrick eligiera volver a reírse de sí mismo.

—No, no puntúa y no, no estás en la carrera, Patrick.

«Aún», pensó él. 


* * * * *



Declan ya había visto a la zanahoria andante tirándole los tejos a Jana otra vez. El impulso había sido pararle los pies. Pero había conseguido contenerse, dar media vuelta e ir a que le diera el aire un rato.

Fuera estaba helado. Debían estar cuatro o cinco grados bajo cero y era justo lo que necesitaba para equilibrar las cosas. Así que allí estaba, con el codo apoyado sobre el mostrador alto que hacía las veces de barra del bar exterior -una barra desierta a aquellas horas- dejando que el aire escocés, húmedo y helado, le aclarara las ideas.

Patrick le caía gordísimo. Había sido así desde el primer momento. Era de esa clase de tipos que echaban mano de su labia para llevarse el gato al agua. Siempre estaba enredando con las palabras y riéndose de todo como si tuviera quince años. Pero había conocido a muchos otros como él y siempre le había dado igual. La razón de que esta vez no le diera igual era una palabra de cinco letras: celos. Celos de que hiciera reír a Jana. Celos de que tuviera su atención, aunque solo fueran diez minutos. Celos de que flirteara con ella cada vez que se le presentaba la ocasión.

Y de que le recordara, cada vez que lo hacía, que él ya no era el Declan de siempre. A ese le daba igual ocho que ochenta, pero al de ahora no.

Al Declan de ahora, a ese que deseaba recuperar la monogamia de los últimos cuatro años como un adicto desea su chute de heroína, le importaban cosas que jamás antes le habían importado. Tanto era así que, en vez de estar en el salón, poniéndole los puntos sobre las íes al pelirrojo, estaba allí dejando que el clima escocés lo enfriara antes de volver junto a Jana.

A las mujeres con las que normalmente se había relacionado en el pasado, su facilidad para pasar de las palabras a los puñetazos, una de dos; o les daba igual porque estaba dentro de la normalidad que conocían, o lo tomaban como una afirmación de su masculinidad, lo cual les gustaba aunque no lo admitieran en voz alta. A Jana, en cambio, no le agradaba ni le era indiferente. No se enfrentaba a él abiertamente, pero en las pocas ocasiones que había presenciado uno de sus momentos de «se me ha acabado la paciencia» en el trabajo, le había dejado claro que su actitud no le parecía bien.

Gracias a su entrenamiento profesional, Declan sabía detectar las señales de peligro y proceder en consecuencia. Pero era la primera vez que se las veía con ellas en el plano personal y decidir cómo manejar la situación no era una tarea sencilla. Su lógica le decía una cosa; sus sentimientos, otra. Estaba bastante seguro de que Jana sentía miedo cuando lo veía proceder de esa forma, incluso aunque entendiera que era parte de su trabajo de guardaespaldas; el miedo no era racional. 

Y lo último que quería era que Jana lo sintiera. Nunca, pero menos aún precisamente el día en que al fin parecía dispuesta a retomar las cosas donde las habían dejado.


* * * * *



Jana suspiró aliviada al ver a Declan dirigirse hacia ella con una sonrisa en los labios y sus vistas imponentes de siempre. Más imponentes si acaso aquella noche; vestido al estilo de Fitzwilliam Darcy, el famoso personaje de Jane Austen, estaba arrebatador.

—Sonríes —le dijo—. Eso quiere decir que Brandon está tan satisfecho con tu performance de esta noche que te ha prometido un plus por calidad y eficiencia.

Desde luego, se había lucido. No solo con Brandon, también con Harley. Había encontrado un rincón ideal para que dieran rienda suelta a su hambre permanente de sexo. Tan ideal que hasta incluía una cama. Y le había puesto la guinda al pastel, entreteniendo a los hombrecitos ataviados con faldas escocesas, dándoles cháchara durante un cuarto de hora. Suficiente para un primer round después de día y medio en dique seco. Pero al margen de que eran cuestiones de trabajo y, por lo tanto, no se suponía que debía comentarlas con nadie, Declan también tenía una hambruna de la que ocuparse; la suya propia. Su hambre de estar con Jana después de dos meses y medio interminables. Estar a su lado. Estar a secas, aunque no fuera en el sentido bíblico. No tenía la menor intención de malgastar aquellos preciosos momentos hablando de Brandon y de Harley.

—¿Sonreír por Brandon? —Negó con la cabeza—. Llevo quince años a su lado y sé de sobras que para él soy el mejor. Mi sonrisa no tiene que ver con Brandon. Tiene que ver contigo. 

«Ya estás flirteando otra vez», pensó Jana. No fue un pensamiento recriminatorio. Todo lo contrario.

—No sé si morder el anzuelo y preguntarte por qué, la verdad… A ver si el ancianito se viene arriba, se le olvida que no me gusta que me adulen y se pone a cacarear sobre lo bien que me sienta el vestido o las piedrecitas brillantes de mi pelo… 

Si venía de él, a ella le gustaba todo. Incluido que la adulara. Pero no caería esa breva todavía, pensó Declan.

—Sonrío porque estás sola. Ni yo mismo acabo de creérmelo, pero estás sola. No hay nadie intentando acapararte, ni pidiéndote consejos de moda, ni… —Iba a decir «tirándote los tejos», pero a último momento se contuvo y lo que dijo en su lugar fue—: prometiéndote el oro y el moro si diseñas una línea exclusiva para él… O ella —matizó—. No sé lo que pasa, pero es toda una novedad no tener que esperar a que Fay acabe de contarte su última cruzada benéfica…

—O frustrar el enésimo intento de Patrick de hablar conmigo —apuntó, interrumpiéndolo.

Y alucinando consigo misma por haber sacado el tema.

Jana había visto a Declan. Antes, lo había visto entrar en el salón y, de repente, como si hubiera recordado algo, volver sobre sus pasos y marcharse. La puerta estaba lejos y sus gafas oscuras no ayudaban en un ambiente que intentaba recrear la iluminación de finales del siglo XVIII, pero estaba bastante segura de que él la había visto con Patrick. 

Tan segura como de que quería saber qué lo había impulsado a irse en vez de hacer lo que hacía siempre. En honor a la verdad, la había dejado intranquila que se hubiera marchado. Todo iba tan bien hasta ese momento… Había vuelto a sentirse ella misma. Había vuelto a disfrutar. Le había dicho que aquel día quería pasarlo bien a su lado y estaba sucediendo. 

«Así que me has visto», pensó Declan. Dado que negar lo sucedido no tenía sentido, optó por algo distinto.

—¿Te habría gustado que lo frustrara?

Vio, con enorme placer, que la frente de Jana se arrugaba y esperó su reacción, que no tardó en llegar.

—¿Por qué me respondes con otra pregunta?

—No me has hecho ninguna pregunta.

Jana mostró sus manos en señal de acuerdo. Tenía razón. Quería saber por qué no lo había hecho, pero no se lo había preguntado.

—No, no me habría gustado —continuó—. Detesto las intromisiones. Aunque vengan disfrazadas de buenas intenciones. Soy capaz de manejar mis asuntos y si en algún momento creo que necesito ayuda, no tengo ningún problema en pedirla.

Declan asintió. Su sonrisa se hizo más grande.

—¿Ves? Lo que yo pensaba. 

Detrás de sus gafas, Jana lo miró con un ojo entornado. A otro perro con ese hueso.

—Sí, cuando logras pararte a pensar. Pero cuando te sulfuras, no piensas, ancianito. 

Antes no pensaba. Ahora sí. Estaban en juego cosas importantes. 

—Soy un ex fuerzas especiales, Jana. Puedo controlar lo que me dé la gana cuando me dé la gana. 

—¿Y cómo es que antes no podías?

—Porque antes me daba igual. No había razón para tomarme la molestia de hacerlo. No había ningún estímulo.

Jana asintió, decidida a ignorar el escalofrío que le había recorrido el cuerpo.

—¿Y ahora sí?

—Ahora sí —repuso sin dejar de mirarla. A continuación, le ofreció su brazo en un gesto galante—: ¿Bailamos, milady?




©️ 2024. Patricia Sutherland
Todos los derechos reservados.



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