VOLVER A EMPEZAR
LA HISTORIA DE JANA Y DECLAN

Una historia basada en esta escena de la novela romántica
Los moteros del MidWay, HEA (Happily Ever After)


Capítulo 6


Media hora después, en una cafetería próxima a la empresa de Declan…


El dueño de la cafetería que a esas horas siempre estaba detrás de la barra, ya que era quien abría el negocio, saludó a Declan y enseguida fue a atenderlo. Antes, cuando salía solo los fines de semana, solía recalar allí a esas horas para desayunar antes de ir a casa a cambiarse para trabajar. Desde que se había vuelto un tipo formal, lo frecuentaba a menudo a horas más normales, pero nunca había estado allí con Jana y no le extrañó que su ex camarada de las fuerzas especiales, que a pesar de ser de su misma edad tenía más pelo en la cara que en la cabeza, le echara un buen vistazo del que ella fingió no darse cuenta.

—Buenos días, Declan. ¿Qué va a ser hoy? —lo saludó Blake. Le entregó una carta a Jana y volvió su mirada hacia él. Una mirada que decía «¿esta es nueva?» y que Declan ignoró.

—Para mí lo de siempre, pero danos un minuto.

—No, no hace falta. Ya sé lo que voy a pedir. Un café y un sándwich mixto, por favor —dijo Jana devolviéndole la carta. Y esperó a que el hombre estuviera lo bastante lejos antes de decir—: ¿Me miraba por mí o por ti?

Declan sabía perfectamente a qué se refería. Pero decidió evadirse. Las otras mujeres con las que había estado allí no eran un tema de conversación. De hecho, no existían. Aunque hubiera tardado tanto en darse cuenta, para él no existía nadie más que Jana.

—Te miraba porque eres preciosa. Todo el mundo te mira, no solo el capullo de Blake.

—Oh, sí, se me olvidaba que soy un bellezón… Gracias por recordármelo, ancianito.

Ya sabía lo que quería saber; el tipo la miraba tanto porque era la primera vez que la veía en compañía de Declan, pero no era la única con quien lo había visto tomar algo allí. Seguro que las había visto de todas las tallas y colores. 

Declan acusó recibo con una sonrisa pícara de la mirada recriminatoria que Jana le dedicó. Pero siguió haciéndose el sueco. 

—De nada.

Jana sacudió la cabeza y bajó la mirada. Por más que le escociera tanto la existencia de «otras», no estaban allí para hablar de eso. 

—Me encantó tu desayuno de ayer. 

A Declan se le iluminó la cara.

—¿Ah, sí?

Ella asintió varias veces con la cabeza.

—Estaba todo buenísimo y además… Me encantó el gesto. Fue muy bonito. Me hizo sentir especial y te lo agradezco de verdad porque lo necesitaba… ¿Quién no necesita empezar el día con un buen trozo de tarta de chocolate y una notita con flor y todo? —Bromeó porque se sentía nerviosa, muy nerviosa, pero no quería malos entendidos en esto—. Lo digo en serio.

Declan se limitó a hacer un ligero movimiento con la cabeza a modo de agradecimiento. En otras épocas, habría lanzado las campanas al vuelo, pero ahora… Ahora seguía apostando por la cautela. 

—Eres especial.

Ella inspiró hondo. No le mentiría. Aunque eso implicara sacar un tema que a ninguno de los dos les gustaría.

—Pues, últimamente, no me he sentido nada especial… 

Declan leyó entre líneas. Asintió con la cabeza. Un gesto más dirigido a sí mismo que otra cosa; se lo merecía por capullo. 

—Mi vanidad pudo conmigo y sé que la he cagado muchísimo —admitió, mirándola a los ojos. Vio que su rostro se contraía fugazmente. Supo, aunque no pudiera verlos, que sus ojos se habían humedecido y se sintió fatal—. Por favor, perdóname.

Aquel era otro gesto más que agradecerle, pensó ella. Después de cómo lo había dejado, sin darle una sola explicación, después de semanas de ni siquiera atender sus llamadas… Era totalmente cierto que verlo con esa otra mujer la había hecho sentir minúscula, nada importante. Pero era igual de cierto que no tenía ningún derecho a sentirse de esa forma cuando había sido ella quien le había dado una patada en el trasero, cortando la relación sin dar la cara. Ni siquiera una miserable explicación.

Jana carraspeó. Intentó sonreír, pero el gesto se truncó.

—¿Perdonarte, por qué? No te paseabas con ellas frente a la boutique. —Declan sintió un pinchazo en la boca del estómago al comprobar que Jana sabía que habían sido varias y no una las mujeres con las que él se había estado citando durante esas semanas de locura transitoria—. No me las restregabas por la cara. Solo intentabas seguir con tu vida, después de que yo te dejara sin darte la menor explicación. Me dolió, no voy a negarlo. Pero sé muy bien que los hombres procesáis las rupturas de una forma diferente que nosotras… Bueno, que la mayoría de nosotras. Seguro que Harley tiene su propia forma de hacerlo —intentó bromear—. No te culpo… Lo cual no quita que igual te meta en lejía durante un par de horas y te exija toda clase de pruebas médicas antes de volver a acostarme contigo…

Los ojos del guardaespaldas brillaron intensamente ante la sola mención del sexo. Era su tema favorito, en especial si la pareja era Jana, pero era demasiado pronto para que se le empezara a ir la cabeza con algo que, sabía muy bien, tardaría en volver a suceder.

—Me bañaré en el desinfectante que tú elijas. —La sonrisa en el rostro de ambos se esfumó tan pronto la intensa mirada de Declan se posó sobre los ojos de Jana—. Sabes que haría lo que fuera con tal de volver a tenerte en mi vida, pero… No creo que te hayas caído de la cama a estas horas solo para venir a decirme que me perdonas por ser tan capullo.

Jana respiró hondo.

—No —concedió, cada vez más nerviosa.

—No pasa nada, nena. Dime lo que puedas decirme, pero dime algo. De verdad, que lo necesito.

Por suerte para Jana, la llegada de Blake con el desayuno puso una necesaria pausa a la conversación.


* * * * *


Mientras desayunaban, bromearon acerca de la boda, de la sorpresa de Harley al ver a sus padres apareciendo de la nada, de lo mucho que Hugo ya estaba echando de menos a su padre y a su flamante esposa oficial, a pesar de esforzarse tanto por disimularlo. Pero al fin, el silencio se instaló entre los dos y Jana supo que ya no podía retrasarlo más. Respiro hondo y exhaló el aire en un suspiro.

—No voy a hablar del tema porque no estoy preparada para hacerlo, pero eres un buen tipo y te mereces una explicación. Aunque sea mínima.

Declan permaneció mirándola largamente. El nerviosismo y la lucha interior de Jana eran tan evidentes que le dolía. ¿Qué era lo que le estaba pasando? ¿Por qué le estaba resultando tan difícil hablar con él?

—No tiene que ver contigo. —Volvió a respirar hondo—. Tiene que ver conmigo.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Declan. Si tenía que ver con ella y no con él, entonces… ¿qué? ¿Había un tercero en discordia? No era posible… ¿O sí? Aunque también era muy posible que aquella confesión fuera una versión estilo Jana de Veen de la frase mundialmente conocida «no eres tú, soy yo» de las que ellas echaban mano para dejarte sin tener que decirte que sí, en efecto, habías sido un capullo de marca mayor… Dios, cálmate, tío y para ya de desbarrar.

Se obligó a mantener el tipo y a permanecer callado, a pesar del huracán que estaba a punto de tocar tierra dentro de sí mismo.

—Llevaba algún tiempo muy estresada, con una ganas insoportables de pasar de todo, que no podía explicar. —En realidad, eran ganas de huir de él, de lo que tenían, de todo, pero eso abriría un melón para el que no estaba preparada—. Y exploté.

No era así como Declan recordaba lo sucedido. Discusiones puntuales al margen, habían estado muy bien juntos hasta que al regresar a Londres, después de Navidad, ella lo había dejado sin darle explicaciones. Sus sensores se pusieron en alerta.

Tras una pausa durante la cual Jana se entretuvo revolviendo en silencio los restos del café que había en el fondo de su taza, volvió a hablar.

—Ese día que Harley se presentó en mi casa, intentando sonsacarme lo que había pasado entre nosotros y, al rato, apareciste tú y… —Respiró hondo un vez más—. Somos dos personas independientes y con mucho carácter. Cuando chocamos, chocamos a lo grande. Pero ese día, dijiste algo que me hizo pensar. Me dio rabia que lo dijeras delante de ella, pero me hizo pensar mucho… Nunca he sido la clase de mujer que se lleva los ligues a su casa. —Hizo una pausa y su expresión rebosaba arrepentimiento al decir—: Pero tú no eres un ligue, Declan. Y, como bien dijiste, cuatro años es mucho tiempo.

Él le quitó hierro con un gesto, consciente de que también era un acto de desesperación.

—Estaba enfadado. Muy cabreado. A ver, Jana… Soy un tío, es lógico que quiera pasar la noche contigo, pero que prefieras dormir sola no es un problema. Lo digo de verdad. 

Jana tuvo el impulso de tocar su mano, de hacerle sentir cuánto valoraba su actitud conciliadora, a pesar de lo mal que ella se había portado con él.

Pero se contuvo. El caos emocional en el que se hallaba le permitía ser la mujer más receptiva del mundo un instante y, al siguiente, querer salir corriendo despavorida. Ya no se fiaba. No quería hacerle más daño.

—Sí que es un problema, es el problema, la razón, Declan. Es lo que necesito resolver. Porque sí, cuatro años es mucho tiempo, aunque se trate de una relación tan liberal, como la que tenemos tú y yo.

Sonaba terrible, era terrible, y sin embargo a Declan le tranquilizó que ella hablara de la relación que mantenían en presente, y no en pasado. No lo dijo en voz alta, pero dio gracias por confirmar que todavía, de alguna forma, seguía en la carrera. Su alivio, sin embargo, no estaba destinado a durar.

—Obré mal —continuó Jana—. No estuvo bien cortar contigo como lo hice. En su momento, no fui capaz de ver, de pensar… La forma estuvo mal. Pésimamente mal. Pero el fondo no ha cambiado… Las razones no han cambiado…

—¿Qué quieres decir? —Declan sentía el corazón latiendo en la garganta—. ¿Esperas que crea que lo nuestro no funciona? Si es eso, no te molestes. No vas a convencerme porque sé que no es así. No soy un entendido en relaciones sentimentales, pero esto lo sé. Te importo y me importas. Mucho. Lo pasamos de miedo cada minuto que estamos juntos. Incluidos los momentos en que alguno de los dos pierde los papeles y hace alguna gilipollez que cabrea al otro. Incluso entonces, ninguno de los dos cambiaría uno solo de estos momentos por la mierda que llevamos pasando los últimos tres meses. 

—Declan…

—No —la interrumpió—. No, Jana. Mira, no sé cuáles son esas razones. Me refiero a lo que te llevó a dejarme sin más. Puede que para seguir juntos haya que hacer muchos ajustes. Puede que estés cabreada conmigo por lo que sea que haya hecho, y te sientas dolida. Y también puede que vaya a tener que emplearme a fondo para devolver las cosas al punto en el que estaban cuando ni siquiera se te cruzaba por la cabeza cortar conmigo. Hasta aquí, bien. Pero ni tú ni nadie va a convencerme de que estar separados es mejor que estar juntos. Porque no es así. ¿Y sabes por qué lo sé? Porque los dos estamos hechos una mierda. Míranos, Jana. ¿Tengo el aspecto de un tío al que la vida le va estupendamente?

Ella se sonrojó. Sus ojos se llenaron de culpa. De arrepentimiento. A pesar de que Declan siempre le parecería un monumento de hombre, tenía toda la razón. Él no estaba bien. Era evidente en sus ojos, en su mirada. Hizo un gesto apenado con los labios, pero no pronunció una sola palabra.

Para él fue suficiente respuesta, de modo que asintió con la cabeza.

—Que conste en acta que el tuyo tampoco —añadió—. Eres preciosa, nunca me cansaré de decírtelo. Pero es más que evidente, que no estás pasando por un buen momento. Estás tan hecha polvo como yo. Y cualquiera con dos ojos en la cara puede verlo. Así que, rebobinemos, nena. 

De la pena a la rabia en menos de un segundo. Ese también era Declan en todo su esplendor, alguien tan capaz de hacerla suspirar… Como de ponerla a resoplar como un bisonte a punto de embestir.

—¿No estás siendo un poco condescendiente, ancianito? No sé, digo yo… Es normal que estemos con el ánimo bajo. Las rupturas son así. Tú no lo sabes, porque no eres un «entendido en las relaciones sentimentales» —dijo, haciéndole el gesto de entrecomillar las palabras—; yo sí lo sé. Además, ya puestos, que conste en acta que no entiendo demasiado bien esa forma tuya de estar hecho polvo. Perdona la sinceridad, pero tan hecho polvo no debes estar, desde el momento que te sobra ánimo y energía para entretener a una larga lista de amigas. Así que, quita el pie del acelerador. Ya decidiré yo, si rebobino y cuándo.

Él sonrió. No pudo evitarlo.

—Estás celosa —dijo—. ¿Lo estarías, si yo no te importara?  Todos los caminos conducen a Roma. ¿Lo ves?

Aj…. Te mataría.

—Y eso lo dice el tío que es incapaz de evitar el impulso de pararle los pies a todo ejemplar macho de la especie humana que tenga la ocurrencia de acercarse a mí.

Declan empezaba a disfrutar de verdad de aquel desayuno. Volvían a ser Jana y Declan, los de siempre. Aunque ella todavía no se había dado cuenta. 

—Pueden acercarse. Lo que no pueden es tontear contigo —aseguró, después de darle un buen bocado a su sándwich.

—¿Y por qué no? A ver… ¿Por qué yo soy una celosa, si cuestiono que tú te tires a todo el equipo olímpico de waterpolo…?

—Dije de baloncesto —matizó con picardía. Jana estaba citando las palabras que él había usado aquel día en su casa, la primera -y hasta ahora única- vez que habían aireado sus diferencias frente a Harley.

—De lo que sea —repuso ella, cortante—. ¿Y en cambio, es de lo más normal que un tío tenga que pedirte permiso para poder hablar conmigo?

—No solo quieren hablar —volvió a matizar él con una sonrisa. Era incapaz de ponerse serio. Esa conversación era lo más normal que había sucedido entre ellos desde la Navidad pasada y tenía tanta hambre de esa clase de normalidad… —. ¿Por qué te cuesta tanto admitir que lo que llamas estar dolida es, en realidad, estar celosa? ¿Qué hay de malo? Yo descubrí lo que son los celos contigo, y aquí estoy, vivito y coleando.

—Especialmente, coleando.

Declan soltó una carcajada y luego otra. Al final, y a pesar de que Jana no dejaba de sacudir la cabeza como si estuviera molesta, también acabó esbozando una ligerísima sonrisa. Jana dudaba de que él lo hubiera pasado tan mal y no le extrañaba; ella era la primera mujer que había cortado con él, la primera que lo había dejado. Nada podía hacer para aliviar el dolor de su orgullo herido, pero ¿ocultarlo, hacer parecer que seguía adelante con su vida? Eso sí podía hacerlo. Por lo visto, lo había hecho mejor que bien. 

—No fue tan fácil como piensas.

—Yo no pienso nada —se defendió. Jana no quería detalles. No quería saber que había estado disfrutando con otra mujer que no era ella. Aunque solo se hubiera tratado de satisfacer una necesidad puntual, y no hubiera tenido ninguna trascendencia.

—Sí que lo piensas. También descubrí la diferencia contigo. La diferencia entre tenerte a ti, y pasar el rato con otra, intentando no pensar en ti. Por si te sirve de algo, fracasé. Pensaba tanto en ti, que… 

Al ver las cejas de Jana asomando por encima del marco de sus gafas, Declan experimentó algo bastante parecido al bochorno. Cuando un instante después, vio su sonrisa alucinada, el bochorno se convirtió en incendio y supo, sin ningún género de dudas, que se había puesto rojo.

Jana no tuvo piedad.

—¿Necesitaste la pastillita azul? ¡Qué fuerte! —exclamó, tronchándose de risa.

Esta vez, les costó volver a encauzar la conversación. En el fondo, ninguno de los dos lo lamentó. Ambos necesitaban sentir esa familiaridad de sus formas cotidianas de comunicarse. Era algo característico, diferente a la forma en que se relacionaban con el resto de las personas de su entorno, y lo echaban mucho en falta. Pero Jana se había presentado en su puerta porque las cosas no podían seguir igual que durante el fin de semana. Tenían que volver a la realidad. Una realidad que no era sencilla, ni lo sería en el futuro.

—Tiene que ver conmigo, no contigo. Por el momento, solo puedo decirte que estoy en ello —concluyó Jana—. Sé que no es mucho, pero es lo que hay. 

¿Qué había querido decir con que «estaba en ello»? A pesar de los esfuerzos de Declan por que no se le notara, la sensación de que allí estaba pasando algo gordo de verdad, se hizo tan grande que todas sus alarmas empezaron a pitar, alertando del peligro. No sabía lo que era, pero estaba allí, acechando. Podía sentirlo.

Declan apartó la mirada y se concentró en aplacar esa sensación. Debía mantener la calma. Confiar en que, llegado el momento, sabría qué hacer. Estaba entrenado para ello. Además, le había dicho que le daban igual los motivos, que haría lo que fuera necesario para seguir estando en su vida. Y eso haría. 

Asintió ligeramente con la cabeza y volvió a mirarla.

—Entiendo. —No sabía qué otra cosa decir.

Pero Jana lo conocía bien y esbozó una ligera sonrisa.

—Venga ya, ancianito… Está claro que no entiendes ni una palabra. Pero te agradezco el gesto.



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